En los últimos días de 2022, el educador Pablo Cayota fue entrevistado en el programa “Desayunos informales” de canal 12 y dio algunas opiniones sobre la transformación educativa, que me gustaría citar y comentar.
Cayota sí que sabe de lo que habla, no solo por ser parte del Claeh, un think tank de decisiva gravitación en el pensamiento del país, sino porque ha sido director del Instituto Nacional de Evaluación Educativa y lidera desde larga data el colegio y liceo Santa Elena.
En este ámbito viene desarrollando en forma ininterrumpida desde 2013 un evento anual que se llama “Feria de Buenas Prácticas Educativas”, donde docentes de enseñanza pública y privada de todo el país comparten metodologías innovadoras.
En el programa de televisión referido, sintetizó en la palabra “desazón” lo que le produce el conflictivo entorno de la transformación educativa: “el cambio es imprescindible, en eso no hay dos opiniones. Y lo que uno visualiza es que, frente a esa necesidad, a la hora de ponernos de acuerdo en qué es lo que hay que hacer y cómo hacerlo, aparecen las rupturas, las grietas. El debate se sale del ámbito educativo y se instala en la lógica gobierno-oposición”.
Admite que hay sindicatos que tienen “una actitud bloqueadora”, que critican pero “les cuesta muchísimo hacer propuestas propias”. Incluso llega a reconocer que sobre las Asambleas Técnico-Docentes (ATD), que fueron pensadas justamente para que los educadores generaran propuestas pedagógicas, pesa un “control sindical” que menoscaba su aportación.
Pero al mismo tiempo visualiza una actitud intransigente del gobierno, motivada en apurar los cambios: “cada parte en conflicto va a acelerar su lógica. Y bueno, si eso sucede, vamos a un choque de trenes. ¿Cuál de los dos trenes gana en un choque? Ninguno, y en medio están los niños, adolescentes, las familias”.
La metáfora es dolorosamente certera. Ahora bien, me pregunto cuál es la alternativa.
La del gobierno de José Mujica ya la conocemos: “educación, educación, educación” ante la ciudadanía y “a los sindicatos de la enseñanza hay que hacerlos m…” off the record.
La del segundo gobierno de Vázquez también la tenemos presente: derrotado por los gremios en su intento de declarar la esencialidad, dejó fuera de juego a quienes apostaban al cambio. ¿Será posible que la única manera de evitar el choque de trenes consista, otra vez y como siempre, en no hacer nada? ¿No habrá otra alternativa que seguir al flautista de Hamelin, a sabiendas de que marchamos alegremente al abismo?
¿Cómo se hicieron las grandes transformaciones en este país? En épocas de José Pedro Varela y Elbio Fernández, ¿no había acaso un statu quo religioso con el que hubo que chocar de frente para consolidar la laicidad? Algo similar puede decirse de la reforma de Rama en los 90, combatida por los sindicatos de la época, que la calificaban de “ramera”.
Creo que hay que asumir varias cosas: primero, que la actual reforma se está procesando desde 2020, con lo que no es nada precipitado que se instale tres años después. Segundo, que la evaluación de resultados estará siempre disponible para corregir errores, eliminar desaciertos o profundizar logros. Tercero, que hay una inmensa mayoría de docentes en el país con vocación de enseñar, más allá de cualquier tipo de militancia sectaria.
Lo único que necesitan es un liderazgo que tenga el coraje de señalar un camino. Para algunos el cambio es tibio, para otros disruptivo. Pero lo más dañoso sería dejar todo como está y seguir discutiendo eternamente.