Néstor Gandelman
Uruguay tiene un grave problema de suicidios. Según datos del Ministerio de Salud Pública, en 2021 hubo 758 suicidios, lo que representa una tasa de 21,4 casos cada 100.000 habitantes. Este número es el doble que la media mundial. Y la tendencia nacional ha venido en aumento sostenido y constante. En 2010 la tasa era de 16,2 cada 100.000 habitantes, en 2015 pasó a 18,6 y desde 2018 estamos arriba de 20 suicidios cada 100.000 habitantes.
En el segundo semestre del 2022 llamó la atención una campaña televisiva en procura de la prevención del suicidio adolescente. No estamos acostumbrados a esto y es muy necesario. “Ni Silencio Ni Tabú” es el nombre que se dio a esta campaña nacional de salud mental y bienestar psicosocial y de la que los spots televisivos fueron una parte.
En la página https://www.gub.uy/salud-mental-adolescente/ se puede acceder a los materiales. Una de las actividades implementadas con adolescentes refiere a mitos y realidades. Los siguientes dos párrafos son tomados textualmente de la web.
“Mito: Los adolescentes y los jóvenes no tienen problemas de salud mental, estas son cosas que solo les pasan a los adultos porque tienen más responsabilidades.”
“Verdad: Los adolescentes y jóvenes también pueden tener problemas de salud mental. De hecho, uno de cada siete adolescentes en el mundo tienen algún trastorno de este tipo, pero muchas veces los síntomas se confunden con manifestaciones propias de la etapa adolescente, como la irritabilidad, cambios de humor e inestabilidad emocional, y por lo tanto no se diagnostican y no se tratan. Además, el suicidio es la cuarta causa de muerte más frecuente en las personas de 15 a 19 años.”
Este juego de mitos y verdades resulta movilizante. Lo que allí se desnuda, y tan solo trajimos un ejemplo, son realidades crudas que no se corresponden con las creencias o percepciones que los propios adolescentes y adultos pueden tener.
Otra cruda realidad de la que no solemos tener conciencia se presentó en diciembre 2022 en un documento de investigación del National Bureau of Economic Research (NBER). En “In-person schooling and youth suicide” Benjamin Hansen, Joseph Sabia y Jessamyn Schaller exploran el efecto de la educación presencial en el suicidio juvenil en Estados Unidos.
Comparan las tasas de suicidios de jóvenes de 12 a 18 años con las tasas de suicidio de jóvenes de 19 a 25 años. En primer lugar, consideran el período de 1990 al 2019 (previo a la pandemia) y muestran que la tasa de suicidio mensual de las personas entre 19 y 25 años es relativamente estable a lo largo del año, mientras que su equivalente para 12 a 18 años cae fuertemente en los meses por fuera del año escolar. Sólo mirar el patrón estacional no sería concluyente, como mínimo, porque el clima afecta la sensación de bienestar personal. Pero la comparación del grupo de 12 a 18 con el de 19 a 25 es persuasiva de que algo sucede durante el año lectivo que induce mayores suicidios del grupo en edad liceal.
En segundo lugar, muestran que este patrón estacional cambió drásticamente en 2020. Los suicidios adolescentes se desplomaron en marzo de 2020, con la irrupción del COVID-19 y la virtualidad educativa en los Estados Unidos, y permanecieron en niveles bajos hasta el retorno a la educación presencial.
En tercer lugar, utilizan datos de movilidad de celulares para identificar las fechas y los grados de retorno a la educación presencial en los condados (especie de barrios). De esta manera pueden testear si estas diferencias afectaron las tasas de suicidio adolescente del condado. Y encuentran que regresar de la educación vía internet a la presencial se asoció con un 12 a 18% de aumento de suicidios de adolescentes.
No conozco ningún estudio similar para Uruguay, pero estos resultados para adolescentes de Estados Unidos son significativos y valdría la pena considerarlos. En primera instancia, la baja en los suicidios de adolescentes en respuesta al cierre de escuelas contrasta con las visiones establecidas sobre la salud mental adolescente durante la pandemia. Con mayor cuidado, debemos notar que el suicidio es la contracara de la parte más extrema de las variantes de salud mental de los jóvenes. La salud mental promedio puede haber sido afectada de manera diferente a la de aquellos que consideran la autoeliminación.
Tampoco es fácil identificar las razones de los resultados. En dos grandes categorías puede deberse a lo que sucedió en las casas o a lo que no sucedió en las escuelas. Pudo haber beneficios en la salud mental adolescente por el mayor tiempo en familia, aunque haya sido forzado. También en forma impuesta puede haber habido más comunicación entre padres e hijos o simplemente mayor control adulto que advirtiera situaciones riesgosas. Por otro lado, la virtualidad podría haber ayudado a evitar algunas formas de acoso (bullying) o pueden haberse reducido las presiones asociadas al rendimiento académico o a relaciones románticas fracasadas
Obviamente, esta evidencia no es un apoyo a una política de virtualidad educativa para reducir los riesgos de suicidio adolescente pero es un recordatorio al menos de tres cosas: las políticas tienen efectos no esperados que deben considerarse ex post, ellas impactan de distinta forma al ciudadano promedio que a quién está en los “extremos” y allí puede haber efectos drásticos, Uruguay tiene mucho para seguir trabajando en prevención de suicidios.