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Los Grompis: microbios cargados de humor que ya son legendarios entre los artesanos

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Alan y su hermano Daniel crearon uno de los talleres fundadores del Mercado de los Artesanos en el que ofrecen simpáticos personajes en cerámica que vienen con mensajes humorísticos.

"La dosis es una mirada diaria; casos graves mirarlo varias horas durante el día”. El texto acompaña al Elefantococo Antidepresivo, uno de los tantos “personajes microbianos” creados por los hermanos Daniel Mazal y Alan Schwarcbonn.

El primero en incursionar en la artesanía en cerámica fue Daniel, por los años 80.

“Hacía cacharritos, la línea más convencional”, cuenta Alan, quien por ese entonces estaba en Facultad de Humanidades y Ciencias con la intención de recibirse de Licenciado en Oceanografía. Su hermano Daniel, que cursaba Facultad de Medicina, lo invitó un día a trabajar en el taller.

“Fue ahí que empezaron a salir personajes de las conversaciones de dos a los que nos gustan los bichos y la biología. Aparecieron los microbios, llevamos a la fantasía lo que veíamos en el microscopio”, recuerda Alan del origen del taller Grompis.

Lo llamaron así en otra tormenta de ideas, jugando con una larga lista de nombres en la que intentaban imaginar los posibles sonidos onomatopéyicos que podrían provenir de sus personajes.

También se les ocurrió acompañar a cada creación de un texto humorístico y ponerle un nombre a los microbios. Por ejemplo, el Psiconauta es un microbio regulador del comportamiento humano. También hubo una época en que hacían microbios adentro de tubitos.

“Todo eso empezó a llamar la atención y a gustarle a la gente”, dice Alan. ¿Resultado? Pusieron en pausa sus estudios universitarios y empezaron a vivir de la artesanía.

Daniel, por ejemplo, fue uno de los socios fundadores del Mercado de los Artesanos y se mantuvo en el taller hasta hace unos ocho años, cuando finalmente se recibió de médico y dejó las artesanías.

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Alan, en tanto, se quedó. “Por ahora no pienso dejar el taller. Van 40 años con los Grompis, empecé con mi hermano cuando tenía 18 años y fue una época de producción y de generación de algo personal. Con eso pude comprar mi casa, con eso crié a mis hijos. Después la cosa fue cayendo, cayendo y cayendo y tuve que hacer el giro de entrar a la docencia”, señala.

Se refiere a los estudios que retomó y que lo llevaron a recibirse de profesor de biología en 2018. “Me reenganché tarde, pero lo estoy disfrutando, con otra impronta que dan los años. Con los adolescentes, más allá de lo que les puedo enseñar de biología, charlamos de todo un poco, nos metemos en otros vericuetos. A veces están precisando otras cosas más que venga uno y le hable de la célula”, apunta entre risas.

La docencia también lo salvó en tiempos de pandemia, cuando el Mercado de los Artesanos debió cerrar y, si bien hoy está nuevamente abierto, la no llegada de turistas tiene bastante en jaque al sector. “Se armó una cosa interna como para poder colaborar entre todos, pero todavía muchos no se han acomodado”, se lamenta.

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Momento de creación.

El taller estuvo primero en casa de sus padres, en Carrasco, un lugar con un terreno enorme. Allí los hermanos disponían de un espacio para ensuciar tanto como lo demanda la cerámica y el trabajo a mano que siempre los caracterizó. “Tenemos un molde solo para una o dos piezas”, aclara.

Cuando su padre falleció, vendieron la casa y su madre se mudó a la cooperativa en la que vive Alan y su familia. El taller se trasladó entonces a la casa del artesano, un espacio bastante más chico pero que funciona perfectamente para Los Grompis.

“Los hacemos con un sistema de pelotitas. Para cada personaje armamos muchas pelotitas y de ahí vamos moldeando caras, patas, ojos, narices, sombreros… todo a mano, uno por uno. Por eso llevan mucho tiempo”, explica Alan.

La arcilla se tiene que secar, luego va al horno a unos 800 grados, se saca y recién ahí se pinta con esmaltes. Vuelve al horno a 1.040 grados y los esmaltes quedan brillantes.

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“Con mi hermano siempre buscamos el colorido; lo opuesto a los uruguayos que somos bastante de los grises, marrones, azules. Además les damos algunas terminaciones con acrílicos de colores, jugamos con plumas… en ese sentido hemos tratado de que llame la atención sin perder la idea del personaje”, detalla el artesano.

Hubo una época, cuando el taller estaba en la casa de sus padres, en que los ayudaban liceales en la parte más tediosa del trabajo, que es hacer las pelotitas. “Trabajaban un par de horas con nosotros, hoy son todos unos profesionales”, destaca Alan, quien tiene como odontólogo a uno de ellos. “O sea que el taller, desde el punto de vista profesional, dio sus frutos”, bromea.

Ese humor del que hace alarde es parte de Grompis. Está presente en los textos que acompañan a cada personaje y también a la hora de crearlos. Por ejemplo, tiene a Súper Grompi, un superhéroe “medio nabo que nunca soluciona nada”, dice su creador. Su texto es: “No le busque muchas complicaciones porque tiene un tope para solucionar cosas”.

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Al firme.

Los Grompis tuvieron su época de ferias, incluso internacionales. “Por intermedio del Ministerio de Relaciones Exteriores participamos varias veces en la Feria del Regalo de Frankfurt, lo cual para nosotros era como ir a las ligas mayores; es un monstruo. Estábamos muy lejos de los volúmenes de producción que manejan muchos, pero fue una linda experiencia”, rescata Alan.

También estuvieron mucho tiempo en la Feria de Punta del Este; su hermano Daniel la hizo alrededor de 30 años seguidos.

Hoy solo se los encuentra en el Mercado de los Artesanos, peleando por defender un lugar del que estos hermanos han sido pioneros.

“Se logró hacer algo muy lindo, un lugar cultural. Además, terminamos comprando el local de Plaza Cagancha”, destaca quien siempre luchó por no transformarse en un taller de producción masiva.

“Los talleres artesanales son espacios muy particulares, entrás en una intimidad y perdés un poco la noción del tiempo. Si te gusta la creatividad y hacer cosas, podés pasar horas. Eran las dos o tres de la mañana y con Daniel seguíamos en el taller trabajando”, recuerda Alan sobre un emprendimiento que, si bien ya no tiene a uno de sus fundadores, conserva el espíritu que dio vida a los simpáticos microbios.

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Bicicleta, nado y carreras para ratos libres

Alan tiene 58 años y es padre de dos hijos. Nicolás, de 32, está al frente de la productora audiovisual Imagine Contenidos; Andrés, de 27, es el viajero de la familia.

A Alan le gustan los deportes de aventura. Empezó con las 10K, luego se enganchó con el triatlón gracias a que es de trasladarse mucho en bicicleta y terminó por participar en un Ironman, el triatlón más complejo. Cuando puede hace salidas en bicicleta o caminatas por las sierras.

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