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¿Por qué 199 mil uruguayos no se vacunaron contra el covid? Ocho historias, de un barbero a una diputada

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Barbero Federico Rivero. Foto: Leonardo Mainé.

"SOMOS COMO EL ANTICRISTO"

Es el “núcleo duro” que se resiste a pasar por el vacunatorio y al que la estrategia del gobierno no ha alcanzado, casi un año después. Aquí cuentan sus razones ocho "rebeldes".

En Uruguay aún no se han vacunado 199.925 mayores de 12 años: esos son los “rebeldes”, los que no recibido ni una dosis de la vacuna contra el covid-19. Es el “núcleo duro” al que la estrategia del gobierno de Luis Lacalle Pou no ha alcanzado, como ha sucedido en tantos otros países del mundo.

A esa cifra se llega en base a la estimación poblacional del Instituto Nacional de Estadística (INE) y considerando como vacunado a todos aquellos que ya se dieron al menos una dosis. Hasta este viernes eran 2.892.880 personas, el 81,65% de la población, contando a los niños.

Claro, es inviable llegar al 100%. El secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, dijo esta semana que “Uruguay va camino al 90% de la población” vacunada si se proyecta la gente inoculada, los que están en agenda y los que esperan fecha. De hecho, la cobertura con dos dosis ya es de 89,9% si se toma solo a los mayores de 12.

Entre los no vacunados, hay un pequeño grupo que decidió no recibir las dosis ante posibles alergias o por indicaciones médicas. Pero a grandes rasgos son convencidos antivacunas (o, más bien, convencidos contra esta vacuna), personas aún con dudas o que piensan que el riesgo es mayor que el beneficio, y otros —los menos— que no han pasado por un vacunatorio por desidia o desinformación casi un año después.

Aquí contaremos ocho historias: hablan dos profesores de liceo, una ingeniera química, un barbero, una empleada pública, una contadora, un comerciante y una diputada. Todos tienen algo en común. No son activistas y no salen a convencer a quienes los rodean. Estas historias —que representan a miles— son de gente que ha tomado la decisión de no inmunizarse por diferentes razones (temor por posibles efectos, desconfianza sobre la efectividad o confianza en su organismo, por ejemplo). Y cuentan cómo han pasado este año frente a la presión de su entorno para que cambiaran su postura. Presión que, al menos en este casos, no tuvo el más mínimo éxito.

ENCUESTAs

¿Cuántos? Es cerca del 5% de la población

Una encuesta realizada en julio pasado por la empresa Equipos Consultores marcaba que un 5% de los uruguayos había decidido no vacunarse. El porcentaje se ha mantenido bastante estable: hoy también está en torno al 5% si se excluyen los niños, según los datos oficiales disponibles y procesados por El País.
Si nos vamos un poco más atrás, en marzo de 2021, cuando recién se iniciaba la campaña de vacunación contra el covid, el 6% respondía a Factum que no se iba a vacunar y el 3% decía que esperaría entre seis meses y un año para hacerlo. El rechazo a la vacuna era mayor en el interior que en Montevideo, así como en el nivel socioeconómico medio y bajo que en el nivel alto.

Vacunación en el Clínicas. Foto: Leonardo Mainé.
Preparan una vacuna en el Hospital de Clínicas. Foto: Leonardo Mainé.

Marta, la ingeniera química que acabó en el CTI

Marta estuvo con covid-19 y la pasó mal. Muy mal. Tanto que estuvo al borde de la muerte. Terminó en el CTI durante 10 días y entró allí sin haberse vacunado por una decisión madurada durante meses y tras haber leído muchos trabajos científicos, “los originales, no lo que reproduce la prensa”. También había decidido otra cosa: si tenían que intubarla, se negaría. Y así sucedió: cuando el médico le planteó hacerlo, Marta le dijo que de ninguna manera, que lo rechazaba porque entendía que aumentaban sus chances de morir. A pesar de que le costaba respirar, le hicieron una terapia con oxígeno y aguantó. Al final logró salir de cuidados intensivos.

Hoy, dos meses y medio después, esta ingeniera química de 61 años no se arrepiente de no haberse vacunado. Del covid le quedó una gran debilidad en las piernas que está intentando paliar con mucha caminata.

Marta (no se llama así pero pidió no ser identificada con su nombre real por temas laborales) relata cómo procesó su postura sobre las vacunas. Primero dice que tiene claro que es una enfermedad peligrosa (”siempre trato de que la gente no se confunda conmigo”), segundo que cuando aparecieron las vacunas, empezó a dudar de ellas por todo lo experimental y porque vio que no inmunizaban. Es decir, uno se puede contagiar igual. “Lo del ARN mensajero en mi cuerpo no me convence en absoluto. Creo que es más el riego que corro, que el beneficio que voy a tener”, cuenta.

Marta no niega que las vacunas contra el covid puedan servir para casos graves pero matiza que a su juicio el riesgo es importante, sobre todo porque la chance de morir por el virus es baja. “Pero entiendo y respeto a la gente que no está dispuesta a asumir ese riesgo, aunque sea poco”, dice la ingeniera.

Es más, cuenta que en este último año no ha intentado convencer a nadie de que no se vacune: solo cuenta su postura si le preguntan. Pero asegura que ha recibido todo tipo de presiones, desde familiares a gente con la que habla en una reunión social. “A veces es violento”, lamenta. “Yo digo mis razones y tengo una lista eterna”.

María y Walter: la familia dividida

María González y su pareja Walter vuelven de afuera en auto. Ella pone el celular en altavoz y se disponen a contar su historia, esa que los ha peleado y distanciado con familiares (hace poco los “sacaron” de una reunión por no estar vacunados y eso que era al aire libre), que los llevó a tener que convencer a sus hijas ya mayores de edad a pensar antes de darse las dosis y —amantes de los viajes— a elegir muy bien los destinos, puesto que hay un montón de países que no pueden pisar. El año pasado, munidos de saturómetro para medir el oxígeno en la sangre, volaron a Cancún, México. Ahora piensan un nuevo viaje.

María (54 años) es contadora, Walter tiene un vivero. No niegan el virus pero su postura pasa por la duda ante posibles efectos de la vacuna. Prefieren el covid y, de hecho, se lo agarraron en las fiestas. Solo tuvieron un poco de fiebre, algo de malestar de garganta y mucho pero mucho sueño. El cansancio les duró hasta después del alta: “Quería ir al club pero no podía, vivía cansada”, cuenta ella. “Reaccionamos todos igual... los que les encajaron las vacunas y los que no”, dice él, con algo de ironía.

Con las hijas —de 22 y 18 años— María conversó mucho y les aconsejó aguantarse, pero al principio ellas sentían que no podían explicar por qué no se habían vacunado y tenían temor a quedar fuera de actividades sociales. “Aguantaron a regañadientes. Ahora ni hablamos de las vacunas”, explica.

Walter tiene una postura más radical. Cree que la vacuna no previene el covid y que tiene “otras finalidades”.

—Pero las estadísticas son claras: hay más chance de terminar en un CTI si una persona no está vacunada que si lo está.

—Sí, pero esas cifras se manipulan -afirma Walter-. Yo pienso que el problema está en la vacuna, no en el covid.

Ella aún está dolida por los problemas familiares que le generó el tema y lamenta el miedo general. “Mucha gente piensa que solo los no vacunados contagiamos y eso no es así”, afirma. Con algunos amigos no tienen problema, les respetan su posición y se juntan sin drama: “Ellos están felices con haberse dado la tercera y, si pueden, se dan la cuarta”.

Consentimiento para vacunarse. Foto: Leonardo Mainé.
Consentimiento que se firma antes de recibir la vacuna. Foto: Leonardo Mainé.

Federico Rivero, un barbero sin vacuna ni barbijo

“¿No te vas a vacunar?”, le preguntaron más de una vez a Federico Rivero, un barbero de 40 años que trabaja en el Centro de Montevideo. Y él, en su local de Mercedes y Carlos Roxlo, siempre fue con la verdad y no se la jugó de misterioso: dijo que no se había vacunado ni se pensaba vacunar contra el covid-19 y contó por qué.

No solo eso, tampoco usa tapabocas. “No tengo por qué cuidarte a vos”, le comentó a un par de clientes. “Vos te cuidás si querés y, si considerás que este es un local de riesgo, no vengas”.

Hoy dice que a algunos les costó bastante entenderlo —lo acusaron de que iba a “matar gente”— pero que no ha perdido clientes hasta ahora. Al menos de esos fieles que no fallan.

Cuando estalló el covid-19 y laboratorios de todo el mundo empezaron a trabajar en el tema, Rivero sabía poco y nada de epidemiología, inmunidad y vacunas. Ahora no es que sea experto, pero ha leído mucho y hace un tiempo llegó a algunas ideas claras que están por fuera de lo que piensa la mayoría: que el consentimiento que se firma al vacunarse es “una renuncia de derechos” a poder reclamar después y que la inmunidad al final no se logrará con las vacunas.

“Inmunizar es vacunarme contra el sarampión y nunca más me lo agarro. Esto no inmuniza”, dice Rivero, en un alto del trabajo en su local céntrico.
“Yo lo que pienso de esta vacuna es que no está preparada”, dice. “Primero una dosis, después dos, luego tres, se viene la cuarta. Y seguimos usando tapabocas y tomando las mismas medidas que hace un año”, lamenta.

Es de esas personas que, si lo dejan, podría estar media hora o más hablando del tema. Le apasiona pero dice que no es “conspiranoico” ni antivacunas. Y que todo empezó ante las dudas y la curiosidad que le provocó el virus. “Me parece genial que se vacunen, no voy evangelizando por la vida con esto, cada uno es libre. Lo que me molesta mucho es cuando me quieren evangelizar a mí”, dice el barbero.

En su familia, eso sí, no pudo convencer a nadie. Su madre y su hermano se vacunaron, aunque este solo con dos de Sinovac: “No se quiere dar la Pfizer”.

La "inmunidad natural" de la diputada Elsa Capillera

Diputada Elsa Capillera. Foto: Francisco Flores.
La diputada Elsa Capillera dice que es injusto que no pueda ir al fútbol. Foto: Francisco Flores.

“Yo por mi fe cristiana soy de inmunidad natural”, dijo a El País la diputada de Cabildo Abierto Elsa Capillera el 10 de setiembre pasado. Quiso el destino que, apenas un par de semanas después, diera positivo de covid, aunque los síntomas no fueron complicados. “Tuve un día y medio de fiebre y ya está, salió todo bien y no me vio ningún médico en 15 días encerrada”, resume hoy, como con cierta satisfacción. Y sigue con su voluntad firme: no se vacunó ni piensa vacunarse. Pero aclara aquellas declaraciones iniciales y dice que en realidad su postura no está fundada en razones religiosas. “Lo tomaron como que Dios me iba cuidar y yo no me iba a agarrar covid, pero nada que ver”, se ríe y dice que la fe “no te salva”.

¿Entonces? El peculiar razonamiento de Capillera, la diputada referente barrial de Casavalle, es que confía en su organismo, lo conoce bien: “Prefiero quedarme sin la vacuna y creer en la inmunidad natural del cuerpo”.

¿Ha sufrido presiones por su postura pública? Capillera dice que las ha sentido no tanto por las críticas (que recibió y muchas tras sus declaraciones a El País), sino por no poder participar en actividades solo para vacunados, como el Carnaval o el fútbol, a donde solía ir con su familia. Es una situación que le molesta por la falta de igualdad entre vacunados y no vacunados. “Al fin y al cabo creo que es injusto”, dice. La diputada esboza este razonamiento que allá en el fondo no deja de tener cierto sentido: “Si alguien con las tres vacuna contagia, ¿qué sentido tiene prohibirle ir a un no vacunado?”.

Igual Capillera no piensa revisar su postura —“es mi decisión, no confío en la vacuna”— y cuenta que ver que sigue habiendo vacunados en CTI, la alienta a no cambiar. No dice o no ve que la proporción de no vacunados que están graves o que mueren es mucho más alta que la de los inmunizados.

En su casa las decisiones se repartieron: su marido y su hija grande se vacunaron, ella y el hijo de 14 años no. En el caso del menor, lo habló con su pareja: “Pero tomé yo la decisión. Mi esposo me entendió y respetó”, explica la legisladora cabildante.

En el Parlamento algunos le toman el pelo y le dicen que no podrá viajar. “Bueno, conoceré el mundo por ese aparatito maravilloso llamado celular. Me da lo mismo, mala suerte”, dice, y se ríe otra vez.

Marcela y Pablo, dos profesores de liceo desconfiados

Marcela y Pablo son profesores de liceo, pareja y flamantes padres treintañeros. Tienen, además, otra característica en común: ambos, a conciencia, decidieron no vacunarse. Ella incluso lo hizo a pesar de haber pasado por un embarazo durante lo peor de la pandemia en Uruguay.

¿Por qué? Él desconfió desde el principio de la “propaganda” para vacunarse, dice. “A mí me perdieron cuando decían que quedabas inmunizado con la vacuna pero en el mismo aviso te decían que igual usaras tapabocas porque ibas a seguir contagiando. Ese día dejé de creer”, afirma Pablo, quien pasó por un covid leve, y admite que quizás también hay algo de “terquedad” de su parte porque en el fondo piensa que “las conspiraciones existen” en el mundo.

Marcela ya llevó más de seis hisopados arriba y todos negativos. A pesar de que las embarazadas son población de riesgo, evitó vacunarse porque le daba “mucho miedo” por posibles efectos en ella y en su bebé. Tras dar a luz tampoco se vacunó porque entendió que no valía la pena recibir “algo experimental”, ya que la gente igual se contagiaba tras haber recibido dos o tres dosis. “Solo podía cambiar la enfermedad más o menos grave. Me pareció que no valía el riesgo-beneficio y yo soy joven y sana”, dice Marcela, quien admite que, si tuviera comorbilidades, seguramente hubiera adoptado otra actitud.

Sus nombres no son reales, fueron cambiados para preservar su identidad. De hecho, este es un tema del cual ellos no suelen hablar con familiares, amigos ni colegas para evitar enfrentamientos inútiles. Pablo, incluso, cuenta que muchas veces miente para salir del tema. “Sí, estoy vacunado y tengo las tres dosis”, responde ante algunas consultas. Y tema terminado. 

"Somos el anticristo", dice Romina, empleada pública

Romina está convencida que, para mucha gente, ella es “como el anticristo, el enemigo”, solo por pensar diferente. Esta contadora y funcionaria pública ha quedado fuera de reuniones de amigos que le dijeron que ella “contagiaba más” y tuvo problemas en su oficina tras haber decidido no pasar por la vacuna. “Hay un par de personas que me han torturado un poco y estoy pensando en tomarlo como acoso”, admite.

La decisión la procesó durante unos cuantos meses. Aunque al principio estaba ansiosa esperando la vacuna para recuperar la vida de antes, en marzo pasado decidió aguardar a ver qué sucedía con sus conocidos que ya habían decidido recibir la primera dosis. Recién cuando la cosa en el país se empezó a complicar por la cantidad de casos, decidió agendarse. En ese momento le dieron hora para vacunarse con Pfizer (ya no quedaban las dosis chinas de Sinovac) y sintió miedo por el famoso ARN mensajero. Entonces se borró.

Un poco antes, Romina (su nombre, al igual que otros testimonios en estas páginas, fue modificado) había empezado a seguir en internet a médicos que aconsejaban fortalecer el sistema inmunológico y bajar el estrés para estar mejor si llegaba el contagio. La pandemia fue una oportunidad para “escuchar el cuerpo”, dice.

Empezó a tomar vitaminas y comer alimentos orgánicos, dejó la harina y el azúcar, y se metió en el mundo de la meditación y la gimnasia. Y en todo eso le perdió el miedo al covid-19. “¿Estuve tanto tiempo para desintoxicarme y ahora me voy a meter la Pfizer?”, se preguntó.

“Me sentía fuerte y bien, estaba bárbara. Si esto era una gripe, me iba a dar como una gripe”, reflexiona hoy.

Perfil de los que no se vacunan
Las edades y los departamentos
Extranjeros para anotarse para recibir la vacuna contra el COVID-19. Foto: Ricardo Figueredo.

Un informe difundido el viernes por el Ministerio de Salud Pública muestra que los no vacunados tienen más chance de morir por covid-19. En enero, la mortalidad en ese grupo fue de 10,6 cada 100.000 habitantes, según los datos. Entre los que tienen una dosis fue de 2,70, en los de dos dosis 2,27 y los de tres dosis 1,08 cada 100.000 personas.

Si miramos los datos oficiales, los departamentos con menor adhesión a la vacunación hoy son Treinta y Tres (73,14% con una dosis hasta el viernes), Canelones (73,92%), Río Negro (74,43%), Cerro Largo (77,27%), Paysandú (78,50%), Salto (79,55%) y Tacuarembó (79,88%). En el otro extremo, el departamento con mayor porcentaje de primeras dosis es Artigas con 90,24%, seguido por Durazno (88,43%) y Flores (88,17%). Montevideo está a media tabla con 84,67% de primeras dosis.

A nivel de edad, los adolescentes y jóvenes son los que menos se han vacunado. Lo hicieron con al menos la primera dosis el 77% de los de 12 a 14 años y en torno al 88% en los de 15 a 24. Luego el porcentaje sube, siempre por encima del 90%, hasta llegar al 99,7% en los mayores de 75 años.

En España, una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) permitió trazar un perfil de las personas que no quieren vacunarse. Según se publicó en noviembre, ese grupo es más numeroso en los ambientes conservadores o apolíticos, jóvenes y en la población migrante.

En tanto, el gobierno ya adelantó que a partir del 7 de febrero retomará la campaña “pueblo a pueblo” con el objetivo de aumentar la cobertura de vacunación con terceras dosis y vacunar a niños de 5 a 11 años, aunque días atrás el ministro de Salud Pública Daniel Salinas dijo a El Paísque si en esas recorridas aparece gente sin la primera o la segunda dosis, “también se darán”. En tanto, el subsecretario José Luis Satdjian dijo en rueda de prensa que la campaña anterior, que se llevó a cabo a mediados de 2021, fue “un éxito”.

En la segunda quincena de enero hubo alta demanda para la vacunación en ferias capitalinas, en una campaña conjunta de la Intendencia de Montevideo, el Ministerio de Salud Pública y la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa tras el aumento de casos en todo el país.

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