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Sartori candidato

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Francisco Faig
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La precandidatura presidencial por el Partido Nacional de Juan Sartori es, definitivamente, un hecho extraño. Ha generado groseras diatribas partidarias, previsibles lecturas críticas y, sobre todo, algunas incógnitas.

Las duras invectivas llaman la atención. Desde afirmar que se precisa aplicarle un test de blanquísimo teórico-histórico-político-simbólico, que por cierto seguramente no aprobaría ni siquiera la mitad de la actual militancia y dirigencia blancas, hasta la acumulación de ataques personales —como tratarlo de "paracaidista", "Juan de los palotes" o "jovencito con plata" asociado a dudosos negocios rusos—, las reacciones histéricas han sido numerosas y agresivas. Sobre todo de parte de los dirigentes blancos más bien autodefinidos como wilsonistas.

Si, como ya es sabido, Sartori cuenta con apoyos de varios dirigentes blancos, ¿qué problema hay en que participe de una interna y se someta al veredicto de la voluntad popular? Cualquiera sabe que una elección interna no se gana solo con plata; se precisa discurso con contenido, amplia generación de confianza, sustentos múltiples y diversos en todo el país, gran militancia efectiva y capacidad de convencimiento. Si los dirigentes actuales son todos tan cracks, ¿por qué entonces no vencerían fácilmente a Sartori?

Hubo también previsibles análisis llenos de lugares comunes: miedo al desembarco de multimillonarios que dispondrían de montañas de dinero para campañas electorales propias, desvirtuando así la financiación política actual; temor por nuestras nobles tradiciones democráticas, amenazadas por el yugo demagógico de la plutocracia; y preocupación por la salud de nuestro venerable sistema de partidos.

Tanto blablablá, naturalmente despierta suspicacias. Se trata de plumas por lo general afines a la izquierda, que en estos años jamás atacaron la utilización de dineros públicos para las campañas de dirigentes frenteamplistas; ni denunciaron a la pequeña red de empresarios que se han enriquecido gracias al Frente Amplio y que se prestan periódicamente para demagógicas campañas oficialistas; ni, por supuesto, analizaron el enorme daño que hace al sistema de partidos que el Frente Amplio esté gobernado por un Plenario que no representa fielmente a la ciudadanía de izquierda. Cuando con ampulosos ademanes se rasgan ahora sus baratas vestiduras pretendidamente republicanas por causa de Sartori, lo que en realidad hacen es transformar su conocida y ovina parcialidad izquierdista en continuidad de payaso de la "commedia dellarte".

Sin embargo, quedan incógnitas. Por su trayectoria empresarial, formación profesional y capital cultural y social, Sartori no debiera ser un tonto. ¿Cómo cree entonces que amplios recursos financieros, innovaciones de marketing político y audacia individual alcanzan para ganar la interna blanca en seis meses? Voto voluntario; fuertes agrupaciones departamentales autónomas; liderazgos locales en clave de federación; lealtades personales con lógicas caudillistas; vínculos y trayectorias de lustros: ¿cree poder saltearse exitosamente todo eso?

Sartori sabe que no será el candidato blanco. ¿Cuál es entonces el objetivo real de su iniciativa? "Wait and see", supongo que respondería, en perfecto inglés con acento british.

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