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Magistral

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La gente vive con miedo. Pero ellos niegan todo. Hasta lo evidente. Dicen que todo está bien. Que tienen a la delincuencia acorralada. Que hay una campaña de terror de la derecha.

El ministro del Interior va al Parlamento, se burla del interpelante y asegura que todo está bajo control. Y mejorando. Después, se va de vacaciones. Y con el ministro desaparecido en acción (quizá incluso convenientemente fuera de escena) se arma el tinglado. El papel protagónico le corresponde al Director Nacional de Policía, que es incluso más duro que la mismísima oposición. Dice que el gobierno —del que depende— no se anima a hacer lo que hay que hacer para combatir el delito. Y que vamos rumbo a convertirnos en Guatemala o El Salvador.

Uno piensa que el hombre tuvo un sincericidio. Que cansado de que no le llevaran el apunte, finalmente dijo lo que tenía atragantado. Y por tanto, cree que los días de Layera en el cargo están contados. Pero lo que se pu-so en marcha es algo bastante más complejo. Mientras los que dentro del Frente Amplio se oponen a todo salen a cuestionar severamente al funcionario policial, el ministro del Interior en funciones, que es el hermano del presidente, no duda en respaldarlo públicamente. Incluso llega a afirmar que él mismo ha señalado lo mismo, quizá con otras palabras, en el pasado.

Es cuando el ministro del Interior, el que estaba vacacionando mientras se prendía fuego la pradera, regresa al país. Pero se mantiene en silencio. Un silencio estratégico. Porque en esas horas el propio presidente decide ir al balneario San Luis (donde él veranea, y conoce a cada residente) a dar respuestas a los vecinos que reclaman, vaya casualidad, más seguridad. Y allí Vázquez, el presidente, también respalda a Layera. Pero dice que no vamos a llegar a ser Guatemala o El Salvador porque se va a hacer lo que hay que hacer. Que es lo mismo que había que hacer antes, y que todos reclamaban, pero el gobierno que él preside no hacía. Y que aún no hace.

El presidente reúne a todos los involucrados en el tema de la seguridad y sienta a la mesa a aquellos a los que Layera había acusado de no colaborar (Mides, BPS, etc.). Y les pide que ayuden. Ellos, que le habían pegado a Layera y habían asegurado que ya ayudaban, frente al presidente se comprometen a ayudar (¿no lo estaban haciendo ya?). Vázquez les pide resultados. Y el gobierno anuncia, de paso, el envío al Parlamento de modificaciones al nuevo Código del Proceso Penal (que era intocable hasta hace dos semanas).

La jugada maestra permitió mostrar al presidente liderando un problema que preocupa a todos, comprometer públicamente incluso a los que creen que no hay nada que cambiar y, de paso, sacar a Bonomi del primer plano al menos por un rato. Tanto como para que Vázquez no lo llevara a su paseo por San Luis.

El presidente se ha puesto al frente. Ha prometido resultados. Tardó demasiado en entender la magnitud del problema, pero ha asumido la responsabilidad. Mientras lo intenta, siete de cada diez uruguayos cree que los militares deberían poder apoyar a la Policía. El narcotráfico lleva la delantera por varios cuerpos y las urnas están a la vuelta de la esquina.

Habrá que ver. Para creer.

[email protected]

LA COLUMNA DE PEPEPREGUNTÓN

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