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Parecidos entre Mujica y Trump

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Antonio Mercader
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Han notado lo parecidos que son Mujica y Trump? Son maleducados, informales, contradictorios, improvisados y poco respetuosos de las instituciones democráticas. Los dos confunden hablar claro con ofender y ambos actúan como si lo político estuviera por encima de lo jurídico. No escatiman los insultos personales, raros en política, como aquel de Mujica diciéndoles a los senadores blancos que deberían preocuparse por lo que hacen sus esposas o la grosería de Trump contándole a sus amigotes cómo se hace para conquistar a las mujeres. Finos, lo que se dice finos, no son.

Es cierto que uno esgrime la pobreza como marca de fábrica, es de izquierda y vive en Uruguay, en tanto el otro es millonario, de derecha y reside en Estados Unidos. Los dos hicieron carrera criticando lo establecido en política. Mujica partiendo el país en dos mitades: de un lado los "cajetillas" (Pocitos, Carrasco) y del otro "el pueblo". Trump hace algo similar al distinguir entre sus votantes y los defensores de eso que llama el "pantano", el sistema político instalado en Washington que el presidente de Estados Unidos amenaza "drenar". Ambos hablan con un lenguaje deliberadamente tosco en ocasiones, aunque cuesta hallar un equivalente yanqui al "puédamos" de Mujica.

Los dos desconfían de los egresados de Harvard o cosa así. Prefieren a los amigos incondicionales, educados o no, aunque sean tan brutos como aquel vocero de Trump que aseguró que Hitler no había matado a nadie utilizando gas tóxico. El Pato Celeste no llegó a tanto, pero al menos integró misiones presidenciales al exterior y sacó tajada de los negocios con Venezuela. Amigos son amigos y no tiene nada de malo darles una manito, explicó Mujica. Trump sabe más de eso razón por la cual lo tienen en la mira, en especial por algún negocio que hizo —o intentó hacer— con Rusia en plena campaña electoral.

Tanto Mujica como Trump saben sonreír, bromear, prometer y hacer buenas campañas. Pero basta que les mojen un poquito la oreja para que les salga el ogro reprimido que llevan dentro. ¿Quién no recuerda los sapos y culebras que brotan del ex presidente uruguayo cuando la pregunta de algún periodista le cae mal? ¿O aquel día en que tomó de las solapas a un ex ministro colorado que soportó estoicamente la agresión? Lo mismo pasa con Trump cuando llamó "estúpidos" a los habitantes de Iowa o cuando se paseó con aires de matón de barrio por detrás de Hillary Clinton en el primer debate entre candidatos.

Lo peor es que ambos comparten la adicción a degradar la institución presidencial porque su ego les hizo creer que son más importantes que el cargo que ocupan. En el pasado, Mujica con su conocido como te digo una cosa te digo o la otra (o con gestos como ir de bermudas y chancletas a la asunción de un ministro). Ahora, a su turno, Trump cree que puede tratar de "faloperos" a sus oponentes o mostrarse condescendiente con racistas y miembros del Ku Klux Klan sin desprestigiar su investidura.

Pero las instituciones democráticas en Uruguay y en Estados Unidos son más fuertes y capaces de sobrevivir a este tipo de líderes que, como Mujica y Trump, se parecen en su esmero por devaluar los valores de sus respectivas sociedades.

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