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William Duarte De Barros: el hombre de las más de dos mil plantas de suculentas

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Suculentas

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Colecciona y comercializa cactus desde hace casi 50 años. También se preocupa por su conservación, que está en riesgo en Uruguay y sobre la que se considera que se debería legislar.

En abril próximo estará cumpliendo 50 años como coleccionista de suculentas. Eso quiere decir que apenas tenía 18 años cuando se metió en un mundo que hoy se traduce en una colección de unas dos mil plantas diferentes.

“Si yo tuviese ahora todo lo que he tenido en mi vida, mi colección sería por lejos la mejor del país”, dice William Duarte de Barros.

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¿Por qué no lo es? Porque durante mucho tiempo ese fue su hobby; su principal ocupación era hacer mates artesanales. Ocurrió que la irrupción de otras formas de producir mates hizo que su mercado se redujera al turismo y con eso no le alcanzaba para vivir.

“Tuve que replantearme qué hacer y pensé: ‘¿qué sé hacer yo y tengo buenas posibilidades de desarrollo? Plantar tunas. Entonces a mi colección la voy a convertir en un vivero’. Ahora tengo la colección y el vivero”, cuenta quien para poder llevar adelante esta decisión tuvo que mudarse de Montevideo a Jaureguiberry, donde reside desde hace cinco años.

Para William este desenlace era algo natural. “Mi interés por la naturaleza, plantas, bichos, todo eso, viene de cuando gateaba. Vivía en el borde mismo de los bañados de Carrasco, en una zona de quintas. Salía al patio y era descubrir cosas a cada momento”, recuerda.

También incidieron los 10 años que vivió con su abuela adoptiva en Nueva Helvecia. “Cada vez que alguien le regalaba un gajito de plantas me llamaba y le decía a las amigas: ‘Si William lo planta, prende’”, comenta entre risas.

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Cuando William se mudó al barrio Peñarol las plantas se las empezaron a regalar a él. Las primeras que recibió fueron de una vecina de enfrente a su casa y fueron clave porque se trató de dos especies de cactus: una Mammillaria de origen mexicano y una Echeveria.

Como le gustaron tanto resolvió irse hasta el Jardín Botánico para saber más sobre las tunas. Fue ahí que conoció a Miguel Muriel, encargado de la parte de cactus, quien en la azotea del Botánico tenía un invernáculo con una pequeña colección de cactus que sorprendió y encantó a William.

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“¡Mirá si ve lo que tenés en tu casa, Miguel!”, dijo alguien al ver su reacción. Porque faltaba lo mejor, conocer la colección privada de Muriel. “Cuando la vi rompió cualquier esquema que pudiera tener de lo que es una tuna; tenía alrededor de 3 mil especies diferentes. Quedé impactado y a partir de ahí empecé a coleccionar”, relata.

Pero para él el punto de partida fue Zelmar Hugo Schlosser, un ingeniero agrónomo austríaco que llegó a Uruguay huyendo de la guerra y que tenía como hobby la flora cactacia uruguaya. “Con él empecé a dar los primeros pasos en el conocimiento. Estaba lisiado por un accidente y me contrató para cuidar sus plantas”, cuenta.

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Aprendió a identificar especies y conocer los nombres, todo gracias a una memoria que define como “despegada, podía hacer cosas que no puede hacer casi nadie”. Le fue de gran utilidad La Enciclopedia de los Cactus, su primer catálogo que le compró a Schlosser con trabajo. “Estaba en alemán, pero para identificar especies me servía porque los nombres son en latín”, apunta.

La formación la completaría buscando datos, leyendo trabajos de renombrados botánicos extranjeros expertos en cactacia uruguaya y yendo al Museo de Historia Natural y la Facultad de Agronomía. “Conocí gente entendida en otro tipo de plantas, a referentes como Eduardo Marchesi, probablemente el botánico con más amplios conocimientos”, destaca.

Su amor por estas plantas llegó al punto que hoy lo tiene muy preocupado por su conservación, algo que intenta transmitir desde su página de Facebook. “No se termina ni en el coleccionismo ni en mi emprendimiento comercial”, dice.

Como no ha tenido el eco esperado ha decidido seguir el consejo de crear una Organización No Gubernamental que se ocupe del tema y “sirva para evitar la extinción de muchas especies de cactus en Uruguay”. En eso anda por estos tiempos, mientras la colección crece y él la exhibe con orgullo.

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Desde mantener a colección hasta la comercialización

William se ocupa de todo lo que hay que hacer para mantener la colección. “Desde preparar el terreno, hacer el invernáculo, hacer almácigos, plantar... absolutamente todo. De momento se me hace cuesta arriba porque, por ejemplo, si tengo que hacer una cura o un abonado especial me lleva, eso solo, ocho horas de trabajo. Tengo claro que en poco tiempo más no me va a ser posible manejar esto sin delegar alguna tarea”, reconoce.

A esto debe sumar las responsabilidades propias de la comercialización que comenzó hace cinco años. Cuenta que la mayor parte de las ventas las concreta a través de las redes sociales (Facebook, Instagram).

“Las ferias y mercados dan un resultado muy limitado, es más el esfuerzo que el beneficio y, cuando lo hago, es más con la idea de difundir la existencia de los cactus”, explica. La única feria que le reditúa es la Feria de Plantas del Jardín Botánico, porque van las mejores colecciones y coleccionistas, y los viveristas. Habrá una el próximo 13 de marzo.

También ha trabajado como guía para expertos, dado que nos encontramos en una región con una flora cactacia muy particular que comprende Uruguay y Rio Grande do Sul.

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Fáciles de cuidar pero controlando la humedad

“Primero hay que romper con el preconcepto cultural de ‘tengo un lugar para adornar, me gusta esta tuna y la voy a poner ahí’. Las tunas son organismos vivos con requerimientos específicos, entonces más bien es al revés: ‘qué es lo que necesita esta planta para estar bien’”, pregona William.

Explica que los cactus son plantas relativamente fáciles de cuidar y que viven muchos años. Las complicadas son las que buscan los coleccionistas, que son más caras y no estéticamente bonitas. Todas se adaptan al clima de Uruguay, pero el exceso de humedad es un problema serio que exige atención especial.

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