Aldo Silva tenía 16 años la primera vez que se topó con Cien años de soledad. Sergio Blanco leía a Bulgákov a orillas del Sena el día que se enamoró. Cuando Tamara Silva Bernaschina atravesó Sobre los huesos de los muertos tuvo la sensación de estar ante algo revelador. Cuando Adela Dubra, con 12 años, hizo lo mismo pero con Mi planta de naranja lima, lloró: fue la primera ve que un libro la hizo llorar.
¿Qué sostiene a la obra que nos hizo distintos? ¿Por qué fue ese y no otro el autor que nos transformó? ¿Qué tenía aquella novela a la que nunca pudimos olvidar? Para celebrar el Día del Libro, 10 personalidades de la cultura uruguaya cuentan qué lectura les cambió la vida.
Fue husmeando la biblioteca de sus padres. Aldo Silva tenía 15 o 16 años cuando encontró Cien años de soledad. “Siguen latentes en mí algunas frases inexplicables y a la vez tan humanas”, dice el conductor de Telemundo sobre el clásico de Gabriel García Márquez que se convertirá en serie de Netflix. “Adoro al personaje de Melquíades y me angustié cuando cuentan que había muerto; de pronto reaparece y García Márquez lo escribe con tanta magia y simpleza que hasta hoy me conmueve: ‘Melquíades, el gitano que volvió de la muerte porque no soportó la soledad’. Aún tengo conmigo esa edición. Nunca me voy a separar de ella”.

Ana Ribeiro tenía 10 años cuando le regalaron su primer libro propio. Hasta entonces consumía lo que rondaba en su casa y en la escuela, pero a los 10 llegó Bajo las lilas, de Louisa May Alcott, y algo cambió: todavía hoy, donde vive, planta glicinas como una necesidad emocional. “Las preciso para la vida”, dice a El País. Sin embargo, el libro que la “impresionó intelectualmente” y con el que se topó muy temprano fue Un mundo feliz, de Aldous Huxley. “Recuerdo la inquietud de leer eso. Nunca pude evitar esa sensación de inquietud como producto de la lectura. Creo que es lo que más me engancha a leer: provocar a mi cabeza, buscar nuevas respuestas”, dice la historiadora, escritora y ahora subsecretaria del Ministerio de Educación y Cultura.

En la vida de Sergio Blanco, dramaturgo y director, hijo de una profesora de Literatura y adorador del arte, podría haber un sinfín de respuestas y sin embargo hay una sola: “El libro que cambió mi vida fue Vida del señor de Molière, de Mijail Bulgákov, porque mientras lo leía al borde del Sena una tarde de primavera hace ya 28 años, de pronto levanté la vista y vi por primera vez a Philippe”, su pareja. Así, dice después, empiezan los grandes amores del medioevo: con los amantes descubriéndose justo cuando están leyendo.

Adela Dubra, presidenta del Sodre, recuerda con “gran nitidez” Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos: “Fue el primer libro con el que lloré. Tendría 12 años”. Después la modificaron Madame Bovary de Gustave Flaubert y La señora Dalloway, de Virgina Woolf, y la movilizaron “autores transgresores” como Jaime Bayly, Gustavo Escanlar, Alberto Fuguet, Easton Ellis y Hunter S. Thompson. “Todos me abrieron un mundo de gente que podía escribir cualquier cosa de cualquier modo, rompiendo reglas, mezclando idiomas, hablando de la música que yo escuchaba y encima diciendo ordinarieces estupendamente dichas”, celebra.

Walter “Serrano” Abella, histórico periodista y locutor de la radio uruguaya, estaba en segundo de liceo cuando se encontró con un libro de poesía que lo “trastocó visceralmente”: Grillo nochero, de Osiris Rodríguez Castillos. Serrano, que se reconoce “impregnado de la literatura de Julio César Da Rosa, Benedetti, Galeano”, dice que Osiris “es una de las columnas vertebrales donde se asienta la mejor raíz del acento nacional, ese cordoncito umbilical que nos reclama fervientemente el contacto con la identidad. Un oriental definiendo una manera de ser del hombre oriental”.

Cuando leyó Sobre los huesos de los muertos, de Olga Tokarczuk, la escritora Tamara Silva Bernaschina tuvo “la sensación de estar ante algo revelador”. Autora de Desastres naturales y ganadora de dos premios Bartolomé Hidalgo, descubrió a la polaca cuando había ganado el Nobel en 2019, y sus libros ni siquiera se conseguían en Uruguay. Lo poco que encontró fue ese título en el catálogo de Biblioteca País. Fue suficiente: “Mucho más allá de la belleza de las imágenes y la sensibilidad extraordinaria de la narradora, me maravilló cómo una historia mínima deviene de a poco en un policial protagonizado por una profesora jubilada en busca de sus perros. Increíble”.
Valentín Trujillo, escritor y director de la Biblioteca Nacional, elige a Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, por lo que le dio. “Me enseñó sobre el desarrollo de los personajes, el sentido del paisaje en una novela, los tonos y los climas que se pueden generar con las oraciones y los párrafos, la manera de crear situaciones literarias a partir de hechos que parecen banales, y la posibilidad de reivindicar una épica trágica que también se conecta con nuestra historia y nuestra tradición”, dice.

Débora Quiring, directora de Promoción Cultural de la Intendencia, evoca un encuentro fortuito con Cuentos completos de Juan Carlos Onetti que cambió para siempre su vínculo con la ficción. En él descubrió “personajes fascinantes que deambulaban por los márgenes de la ciudad —inmigrantes, bohemios, periodistas, prostitutas, proxenetas— y solo aplacaban su soledad con la evasión del tiempo”.

El descubrimiento al que viaja el best-seller Diego Fischer es otro: es el de la lectura como un mundo mejor, el refugio que su madre le acercó cuando él tenía ocho años y una hepatitis lo tuvo en una quietud casi absoluta durante al menos tres meses. Ahí aparecieron El libro de la selva, de Rudyard Kipling, y Chico Carlo de Juana de Ibarbourou. Pero si se trata de títulos que lo marcaron, se queda con dos que leyó cuando tenía 12: Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes; y Cien años de soledad.
Carolina García, periodista y conductora en Subrayado, también apunta a la literatura latinoamericana y a la vivencia personal, porque cuando leyó La casa de los espíritus de Isabel allende, en un momento “muy singular de su vida”, algo le hizo “abrir los ojos”. “Me conectó con las voces de las mujeres y con todo un linaje de mi familia tana de mujeres”. Con eso, García reconoce que, más cerca en el tiempo, hay un montón de literatura feminista que la transformó. Se queda con uno, Calibán y la bruja de Silvia Federici. Porque los libros que cambian vidas también hacen eso: traen luz, ayudan a entender el mundo.
