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El país de verdad

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Mucha gente tiende a creer sinceramente que su situación económica y las características del grupo de pares en el que se mueve son parecidas a la norma general de la sociedad en la que vive. Sin embargo, cuando una sociedad está fracturada y fragmentada como la nuestra, en realidad esa intuición es en general equivocada.

Mucha gente tiende a creer sinceramente que su situación económica y las características del grupo de pares en el que se mueve son parecidas a la norma general de la sociedad en la que vive. Sin embargo, cuando una sociedad está fracturada y fragmentada como la nuestra, en realidad esa intuición es en general equivocada.

Premunirse contra la sencilla idea de que mi mundo es similar al de todos permite analizar con mayor complejidad un entramado social que, en verdad, es muy diverso. En particular, las clases sociales más acomodadas, que cuentan con más recursos económicos y culturales, que tienen más chances de hacer escuchar sus pareceres que el resto, y que, por ello, ocupan lugares de líderes de opinión en el sentido más amplio, son las que mayores responsabilidades tienen en este sentido. Así pues, quienes mejor debieran de prevenirse contra este engaño son quienes aspiran a estudiar e interpretar lo que ocurre en la sociedad, y también, por supuesto, quienes se ocupan de representarla política y socialmente.

Infelizmente, la fragmentación del país ha ganado tanto a esos grupos de mejor pasar que son demasiados los cientistas sociales por un lado y los políticos por el otro que, por ejemplo, dan señales claras de no percibir cómo están en verdad conformadas económicamente nuestras clases medias. Unos, creyendo que el mundillo acomodado de sus pares, hecho de jugosos contratos estatales y de relativamente altas remuneraciones universitarias, es sinónimo de clase media; otros, convencidos de que el aumento del IRPF, por ejemplo, golpea sobre todo a esa clase media; todos, suponiendo que decenas de miles de veraneantes en nuestros balnearios esteños ilustran sobre el bienestar actual de los uruguayos en general.

Lo cierto es que los datos económicos del país son mucho menos buenos de lo que por lo general esta gente cree. Redondeando las cifras, el 10% de la población es pobre ya que percibe menos de $ 11.000 al mes; cerca del 40% de la masa salarial cobra en el entorno de $ 15.000 al mes, es decir unas 450.000 personas; el ingreso promedio per cápita es de $ 19.000 al mes; casi 8 de cada 10 pasividades son menores a $ 22.000 al mes, es decir unas 460.000 en total; entre los pasivos, menos de 155.000 perciben más de $ 29.000 y por tanto tienen que pagar IASS; y entre los asalariados, solo algo más de uno de cada tres percibe más de $ 25.000 al mes y por tan-to debe pagar IRPF, unos 500.000 en total.

Para las grandes mayorías nacionales que conforman social y económicamente las clases medias, un ingreso personal de $ 22.000 al mes, por ejemplo, no solamente no es bajo, sino que en muchísimos casos es considerado muy bueno. El analista podrá centrar su atención en las miles de familias veraneantes que disponen, por ejemplo, de al menos $ 80.000 para vacaciones de un par de semanas. Y el político podrá quejarse del IRPF. Pero de esta forma ninguno estará atendiendo a lo que ocurre con la amplia mayoría del país. Y al no hacerlo, ni uno analiza bien, ni el otro logrará la adhesión democrática mayoritaria.

Así las cosas, parece evidente que políticamente quien mejor entiende estas limitaciones de compañeros y adversarios, es José Mujica.

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Francisco Faig

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