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Un apuro algo extraño

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Nos vamos acercando al mes decisivo de campaña electoral hacia las internas partidarias y pasan dos cosas llamativas: por un lado, una indiferencia ciudadana notoria, que además destaca comparativamente porque los procesos electorales pasados siempre fueron ruidosos; y por otro lado, una diseminación de vaticinios que, basados en encuestas de opinión, muestran un apuro algo extraño en dar por cerrados ya hoy los resultados.

¿Por qué tanta indiferencia por las internas? Hay al menos dos razones. La primera, difícil de calibrar, es el impacto que tuvo la pandemia en las formas de socialización política y de toma de decisiones ciudadanas. Si la lógica de politización del comité barrial hace lustros que debía ser complementada por la información de radio y de televisión para ser efectiva, por ejemplo, es claro que ahora hay que agregar otras vías de comunicación que hacen incluso menos relevante la movilización en espacios públicos para cumplir bien con la tarea proselitista.

La segunda razón refiere a disposiciones propias de los dos principales partidos. El Frente Amplio no presenta candidaturas del carisma y de la trayectoria que tenían Vázquez en 1999 o en 2004; o Mujica y Astori en 2009, por ejemplo, por lo que naturalmente no hay una propensión a grandes movilizaciones populares. Además, si bien es cierto que hay una real puja interna, la izquierda no tiene antecedentes de ser el principal partido animador de las internas. Su evolución es incluso a la baja: 441.000 votos en 2009; 302.000 en 2014; y 259.000 en 2019. El Partido Nacional por su parte, que es gran votador en las internas, presenta esta vez una peculiaridad cuya consecuencia electoral es difícil de descifrar: está en el poder y con el líder que ganó las dos últimas internas en la presidencia de la República.

Este contexto tan particular hace muy difícil definir una variable clave de junio: cuánta gente, efectivamente, irá a votar. Esta elección es la tumba de los cracks de las encuestas: quien responde que irá y que votará por tal, quizás resulte que al final no va; y quien declara que seguramente no vaya, quizás termina siendo convencido ese día por un primo o un amigo y vota por cual: ninguna de esas actitudes puede asirse con una encuesta profesionalmente realizada uno o dos meses antes de la elección. Ciertamente, hay un conjunto de entrevistados que hoy declara que seguro irá a votar y que luego agrega su opción convencida. El problema es que se trata de un universo muy chico, y que por tanto allí el margen de error de los resultados se hace muy grande como para vaticinar, con certeza, qué ocurrirá en junio.

Todo esto es bien sabido por el mundo politizado. Por supuesto, nada de esto quita que, conociendo el entretejido de apoyos intermedios de tal o cual partido, haya quienes puedan considerar a ciertos candidatos como favoritos para ganar cada una de las internas. Sin embargo, una cosa es considerar favoritos, y otra es dar por liquidada la competencia de junio faltando un mes para el cierre de las campañas. El apuro por dar por cerradas las internas en comentaristas es, en verdad, incompetencia analítica; y en políticos es, en realidad, desconfianza al dictamen real de las urnas. Tranquilos todos: decide la gente votando el 30 de junio.

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