Publicidad

Otro muerto en el placard de Putin

Compartir esta noticia

Parecía una broma de mal gusto. Preguntándose “por qué apresurarse a acusar”, el presidente de Brasil cerró su respuesta a la pregunta sobre la muerte de Alexei Navalny en una cárcel de Rusia.

“Creo que es una cuestión de sentido común”, dijo Lula da Silva, añadiendo que “si la muerte está bajo sospecha, primero hay que realizar una investigación para determinar de qué murió”.

¿De verdad cree el mandatario brasileño que habrá una investigación creíble a la sombra de Vladimir Putin? ¿La hubo sobre el asesinato en 2015 del ex vice-primer ministro Boris Nemtsov? ¿Esclarecieron el asesinato de Ana Politkovskaya? ¿se hizo una investigación creíble sobre la caída del avión en el que murió Yevgueny Prigozhin?

Una ironía hiriente para todos los disidentes rusos y para el medio millar de encarcelados por haber salido a las calles a protestar por la muerte de Navalny. Lula tampoco dijo nada sobre esa ola de apresamientos por manifestarse sobre lo que, a todas luces, es una nueva ejecución ordenada por la única persona que podía disponer sobre la vida de Navalny en ese penal siberiano: Vladimir Putin.

También parecen confiar en las autopsias que hacen a los disidentes notables que mueren a la sombra de Putin, otros líderes conservadores que admiran al líder ruso, como Donald Trump, quien estuvo ocupado atacando y difamando a mega-estrella pop Taylor Swift mientras un admirador suyo, Javier Milei, hacía lo mismo con otra joven cantante inmensamente popular: Lali Espósito.

El jefe del Kremlin es una versión contemporánea de lo que fue Joseph Fouché, quien sirvió a los Girondinos, colaboró con Robespierre y aportó al golpe de Estado que cedió el poder a Napoleón, tejiendo intrigas y cometiendo crímenes aberrantes.

La diferencia entre aquel oscuro genio maquiavélico francés y el actual autócrata ruso, es que este sirvió al KGB y a Boris Yeltsin para construir su propio poder, mientras que Fouché siempre actuó desde segundos planos y entre bambalinas, sin ambicionar puestos de mando.

La pregunta no es si Putin mató a Navalni. La pregunta es por qué el cometió un crimen que inexorablemente llevaría su firma. Un enemigo del presidente ruso que hubiera querido causar una muerte para echarla sobre las espaldas de Putin, no tiene posibilidad de hacerlo en esa cárcel remota. Navalny estaba sólo al alcance de la mano del autócrata que impera sobre Rusia.

La pregunta sigue siendo por qué ordenó un asesinato que sólo él podía ordenar, sabiendo que, aunque no puedan decirlo, no hay rusos que crean que el mayor exponente de la disidencia se murió de forma natural, y también sabiendo que ningún gobernante del mundo dudaría un segundo de su autoría, aunque evadan decirlo como hizo de manera hipócrita el presidente de Brasil.

Si Navalny tenía más de tres décadas de prisión por delante ¿por qué Putin decidió matarlo? ¿Y por qué Navalny decidió regresar a Rusia desde Alemania, donde le salvaron la vida del envenenamiento con Novichoc que sufrió en Siberia, sabiendo que quedaría al alcance del asesino serial que tres veces lo hizo atacar con agentes químicos.

La decisión del abogado que denunció gigantescos casos de corrupción en la cúspide del poder ruso, equivalió a un suicidio. Sabía, y lo dijo, que Putin intentaría matarlo, lo que sin dudas lograría fácilmente si está a su alcance en prisión. En todo caso, lo único que lo detendría es la certeza de que los rusos (aunque no lo digan) y los gobernantes del mundo le atribuirían esa nueva ejecución.

Si fue capaz de asesinar a un viejo amigo, como Yevgueny Prigozhin, a quien no le perdonó la rebelión del Grupo Wagner contra el generalato, mucho menos le costaría ordenar la muerte del disidente que le hizo las más graves acusaciones, incluida la revelación de un palacio versallesco en las costas del Mar Negro, y que se había convertido en su más poderoso enemigo.

Si eligió cometer un crimen que inexorablemente se le adjudicaría, en lugar de dejarlo encarcelado e inhabilitado para competir en elecciones y seguir investigando la corrupción del poder, es porque la alternativa le parecía más peligrosa.

El peligro representaba Alexei Navalny en prisión era convertirse en una versión rusa de Mandela.

Fue tan heroica su lucha y tan injustas las persecuciones, detenciones, atentados y procesos judiciales que sufrió, que el transcurrir de los años podía convertirlo en lo que se convirtió el líder que venció al apartheid y democratizó Sudáfrica.

Nelson Mandela venció al poderoso régimen racista de la minoría blanca desde una cárcel donde pasó casi tres décadas. Fue en la celda 466/64 de la prisión de Robben Island donde el abogado y dirigente del Congreso Nacional Africano se convirtió en un gigante invencible para el régimen racista de la minoría blanca. Y eso es lo que podría haber ocurrido con el abogado moscovita que, en una inmolación heroica, decidió regresar desde Alemania, donde estaba a salvo, para luchar en total desventaja contra un déspota que en el poder se convirtió en asesino serial.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad