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¿Qué país queda?

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Francisco Faig
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Con el paso de los años de poder frenteamplista se fueron asentando algunos problemas que, a pesar de concernir la esencia misma del ser nacional, son dejados de lado por la omnipresente trivialidad del espectáculo político.

El primero es el de la inseguridad sobre todo en los barrios populares del mundo urbano. Las reacciones oficialistas a las estadísticas cada vez peores han sido relativizar la situación, apoyar la tarea del Ministerio del Interior y acusar a la oposición de excesiva. Pero lo cierto es que la evolución es alarmante, sobre todo en la cantidad de asesinatos. Y lo más terrible es que el cotidiano popular y urbano entró en una espiral infernal hecho de toques de queda tácitos, de diversas arbitrariedades, robos y rapiñas, y de miedos tan profundos como el de llegar a ser expulsado de su propia casa por bandas armadas. Y obligado, además, a un angustiado y resignado silencio.

¿Qué se está dispuesto a hacer, de verdad, para cambiar esta realidad que solo empeorará para 2020? La ceguera frenteamplista impide ver que la situación ya se fue de las manos. Pero tampoco queda claro si hay cabal consciencia, tanto en la ciudadanía como en los partidos de oposición, de la hondura y gravedad de las medidas de represión que se precisan para reencauzar la convivencia urbana en orden y libertad.

El segundo problema es el de la ruptura del ascenso social basado en el esfuerzo individual hecho de estudios que terminaban facilitando mejores trabajos con más ingresos. La era progresista, a pesar de sus doce años de bonanza, no logró un cambio sustantivo en la educación pública que permitiera a las nuevas generaciones de las clases populares aspirar a un horizonte largo de mejora real y trascendente de su bienestar, que no es lo mismo que el democratizado acceso a distintos bienes de consumo que sí hubo en estos años.

¿Qué se está dispuesto a hacer, de verdad, para enfrentar esta situación que no mejorará para 2020? Sacando el Plan Ceibal, la vieja generación Mujica-Astori-Vázquez logró muy poquito. ¿Hay liderazgo y coraje político suficiente en los Eduy21 y similares como para romper con el statu quo actual, cuando al mismo tiempo la ciudadanía no percibe que esta pésima educación pública sea uno de los problemas más serios que nos legará la larga era progresista?

El tercer problema es la fractura social y política. La fractura social es azuzada un día sí y otro también por los Andrade del resentimiento y el odio de clases por un lado, y por un reaccionario y marginal conservadurismo de ciertas clases acomodadas por el otro. Está instalada y ya hirió gravemente el alma del ser nacional, ese que debiera de hacernos sentir integrantes de un destino común. La fractura política se hace más visible cuando el Frente Amplio muestra que el poder real está en manos de sus sectores más radicales del Plenario, y se hace explícita en cada nuevo e infeliz insulto-michelinada. La oposición-Bambi no la asume. Facilita así la tarea del leninismo frenteamplista rampante y descorazona incluso al observador más optimista.

¿Qué país queda? El de la autocomplaciente que jamás escuchará a Casandra y que se deja seducir, como los niños de Hamelin, por la melodía de una flauta izquierda. Aunque por ella termine ahogado.

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