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Murió el médico de la historia

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Fernando Mañé Garzón. Foto: Archivo El País

Fernando Mañé Garzón

El reconocido pediatra, biólogo e historiador de la Medicina, murió ayer en Montevideo un día antes de cumplir 94 años de edad.

Mañé, que hasta sus últimos meses mantuvo la lucidez y su característico sentido del humor, falleció en su casa quinta de la calle Juan Paullier y Bulevar Artigas, una de las primeras edificaciones realizadas por el arquitecto Walter Pintos Risso, a su pedido, a comienzos de la década de 1950.

Integrante de una familia de larga prosapia en Uruguay y Argentina, fue hijo del también médico Alberto Mañé Algorta, hombre de confianza de José Batlle y Ordóñez que lo designó Director de la Sanidad Militar, para —años más tarde y durante el gobierno de Gabriel Terra—, desempeñarse como ministro de Relaciones Exteriores y finalizar su carrera política como Ministro en la Legación uruguaya en Francia.

En el París previo a la Segunda Guerra Mundial transcurrió parte de su infancia, donde no solo adquirió el dominio del francés sino que despertó su admiración por la cultura francesa. Devoción que mantuvo intacta durante toda su vida. Acostumbraba recitar poemas de Baudelaire y Rimbaud o citar prosas de Montaigne. A su regreso a Montevideo, cursó liceo en la Sagrada Familia. Vivía entonces en una casa de avenida Brasil y Chucarro y tomaba todas las mañanas el tranvía 15.

"Nos sentábamos en primera fila", recordó a El País su compañero de clase Enrique Levrero Puig. Y agregó: "Fernando era una alumno aplicado y de buena conducta, pero no le gustaba mucho la Matemática". Levrero, que es un destacado ingeniero, comentó que, en más de una ocasión, en los escritos de Matemática le tuvo que pasar los ejercicios, porque él no había estudiado. Décadas más tarde, la anécdota era evocada por ambos condiscípulos cada vez que se encontraban, al tiempo que recordaban a Elías Maltach, el exigente y brillante profesor de Química y Física, docente que a ambos estudiantes los marcó para bien.

Amaba la naturaleza.

Los primeros estudios universitarios de Mañé los realizó en la Facultad de Humanidades y Ciencias, junto a Clemente Estable. Allí llegó a ser Profesor Titular de Zoología. Casi simultáneamente cursó Facultad de Medicina, para luego de graduarse especializarse en Francia. Para entonces se había casado con la argentina Elena Lezica Alvear, que junto a su familia se afincó en Montevideo durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón. El matrimonio tuvo cinco hijas mujeres (una de ellas hoy médica) y un varón.

En el escritorio de su casa y en un lugar destacado de la biblioteca, tenía una fotografía de su esposa que cualquiera podía confundir con Olivia de Havilland en el esplendor de su juventud y su belleza. Elena murió hace una década.

El doctor, el señor, el historiador.

Conversar con Mañé Garzón era un deleite. Recibía a toda persona que se lo solicitara. En lo personal tuve el privilegio de concurrir muchas veces a su casa a consultarlo y a pedirle opinión y consejo sobre la investigación que estaba realizando en ese momento. A la salida de aquellos encuentros, que se prolongaban por varias horas, siempre me surgía la misma reflexión: "Cuánto conocimiento y sabiduría se perderán el día que Mañé muera".

Simpático, optimista, siempre cordial, tenía un manejo no solo de la historia de la Medicina sino de la historia en su conjunto, asombroso. Nadie como él desmenuzaba la genealogía de la clase alta. Sabía las historias que se pueden contar y las que se comentan en voz baja; las evocaba con mirada pícara y las remataba con una carcajada.

Hacía gala de su lema de vida: "Todo hombre bien educado debe mantener siempre el optimismo" y no ocultaba su condición innata de docente. Lo fue en la Facultad de Medicina y en la de Humanidades, pero también fue un maestro de vida para muchos médicos a los que consideraba sus discípulos. "Hay gente que no tiene maestros, esos son los silvestres", sostenía.

Entre sus alumnos estuvo el doctor Ricardo Pou Ferrari que, con el correr de los años, se convirtió en su lugarteniente en el Departamento de Historia de la Facultad de Medicina. Pou compartió, además, la coautoría de varios libros. El médico ginecólogo dijo a El País, que Mañé "era no solo un gran clínico, sino también un hombre que manifestaba curiosidad por todo".

Gran lector, afirmaba que sus autores preferidos eran Proust, Cervantes, Borges, José Hernández y Montaigne. Recordó que era además un gran comprador de libros al que acompañaba en sus recorridas por las librerías de Tristán Narvaja. "Compraba libros viejos que él mismo restauraba, cuando ya no entraban más en su casa, y a pesar de la negativa de Elena, su mujer, siguió adquiriendo y los entraba a escondidas a la casa".

Autor de más de una docena de textos sobre los médicos y la historia de la Medicina uruguaya y de decenas de trabajos científicos, Pou sostiene que la obra publicada de Mañé más trascendente y que mayores aportes científicos hizo a nivel nacional y mundial, son los tres tomos de Historia de la Ciencia. "Lamentablemente nunca llegó a editar el cuarto y último tomo", afirmó.

Un consejero cordial y optimista.

Fernando Mañé Garzón hacía gala de su lema de vida: "Todo hombre bien educado debe mantener siempre el optimismo". Docente en las facultades de Medicina y Humanidades, fue un maestro de vida para muchos médicos. "Hay gente que no tiene maestros, esos son los silvestres", sostenía. Simpático, optimista, siempre cordial, tenía un manejo asombroso de la historia de la Medicina y de la historia en su conjunto.

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