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Las claves de cómo afrontar el déficit hídrico sin esperar a que llueva

El agua hay que pensarla en base a un nuevo concepto de bien público, en lugar de mirar al cielo para ver si va a llover. No podemos seguir hablando del suministro de agua como hace 50 años.

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Gonzalo Delacámara –Economista, director del IE Center for Water and Climate Adaptation, consultor de Banco Mundial, OCDE, ONU
<b>Gonzalo Delacámara</b> –Economista, director del IE Center for Water and Climate Adaptation, consultor de Banco Mundial, OCDE, ONU.
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Uruguay debe asumir que, posiblemente, desafíos como el actual déficit hídrico serán más frecuentes e intensos. “Y que la solución no pasa por esperar que llueva”, sostiene el expertoGonzalo Delacámara, un economista español consultor de organismos internacionales y director del IE Center for Water and Climate Adaptation de España. Asegura que las respuestas no pueden estar siempre por el lado de la oferta y que se debe trabajar también en una demanda racional y sostenible, en atención al esquema productivo del país. A su vez, refiere a la necesidad de invertir en procesos que permitan “más de un uso” del recurso. Reutilización, regeneración y también tratamientos de desalinización, pueden ser la base de “un nuevo sistema de desarrollo”, subrayó. A continuación, un resumen de la entrevista.
 
—Uruguay atraviesa una crisis que es novedosa en su historia, pero no lo es a nivel global…

—No, en absoluto. Si tomamos datos, por ejemplo, de un tink thank estadounidense llamado World Resources Institute, de su proyecto Aqueducto. En su última actualización señalaba que había 17 países con estrés hídrico extremo en el mundo. De esos, 12 están en Oriente Medio: otro es India. Ese mismo estudio proyecta que en el año 2040 una cuarta parte de la población mundial estará sometida a estrés hídrico extremo.

—¿Qué encierra la definición de estrés hídrico?

—Es un tecnicismo que a veces utilizamos los que nos dedicamos a esto, pero que en realidad lo que indica es la brecha entre la disponibilidad de renovables de agua a largo plazo y las demandas presentes y futuras. En aquellos lugares donde decimos que hay estrés hídrico extremo es porque son cuencas hidrográficas donde más del 80% de los recursos ya se están consumiendo de manera estable. Pero es importante distinguir que una cosa es la sequía que está afectando en los últimos tres años a Uruguay y otra es la escasez crónica de agua. La sequía, por larga que nos pueda parecer, no deja de ser nada más que un elemento coyuntural, la manifestación aguda de un desafío crónico. Lo que debe inquietarnos más es precisamente el desafío crónico. Debemos reflexionar sobre por qué comienza a convertirse en algo estructural la repetición de este tipo de fenómenos extremos que antes veíamos cada mucho tiempo, como esta sequía en Uruguay que es la peor en los últimos 75 años; sin embargo, ahora la vamos a ver de manera más frecuente e intensa como resultado del cambio climático.

—Tenemos problemas de oferta, a partir del cambio de condiciones climáticas…

—La mirada, inevitablemente, de los ciudadanos, los medios de comunicación, los decisores políticos, del ámbito corporativo, casi siempre tiende a dirigirse a la oferta, la disponibilidad de agua. Ponemos los ojos en el descenso del agua en la represa de Paso Severino o los problemas en general a los que se enfrenta la Cuenca del Río Santa Lucía. Observamos la sequía como un fenómeno estrictamente meteorológico, como una reducción significativa de las precipitaciones. Pero eso es sólo una dimensión de la sequía, una sequía meteorológica que da paso a una sequía hidrológica cuando efectivamente los niveles de precipitaciones se traducen en menor disponibilidad de agua embalsada en los sistemas que deberían garantizar la seguridad hídrica en el área metropolitana de Montevideo. Pero hay una tercera dimensión de sequía, que es cuando se producen efectos agronómicos, una afectación de la producción agrícola ganadera. La mirada se nos va para la oferta, pero debería prestar más atención a la demanda.

—¿Cuál debería ser el foco?

—¿Cuáles son las presiones productivas que se dan en la cuenca del río Santa Lucía que hacen que en una circunstancia como esta, extrema, de repente nos encontremos con que se pone en cuestión el suministro de agua potable en el área metropolitana de Montevideo? Es que estamos metiendo cada vez más presión por el lado de la demanda. La expansión de la producción de carne, dependiendo de cómo se haga, tiene implicaciones sobre el consumo de agua. El tipo de cultivos, también. Y esto es lo que creo que deberíamos reflexionar, gestionar el agua no es hacer una gestión de un modelo hidrológico y cuadrar oferta y demanda de agua; se trata de gestionar las actividades productivas que generan presiones sobre nuestros ecosistemas acuáticos. Todos hablan de cómo la situación se verá aliviada si somos capaces de resolver un problema de oferta. En primer lugar, si llueve, algo que no podemos controlar, Y segundo, si somos capaces de invertir trabajar en determinados proyectos, fundamentalmente infraestructuras convencionales, que nos permitan planificar.

—Las fuentes de oferta convencionales son finitas, ¿cómo planificamos la demanda para no tensionar el sistema con mayor frecuencia?

—Las fuentes convenciones cada vez van a estar sometidas a mayores problemas de estrés, tanto la escorrentía superficial y como el agua subterránea. Tenemos que pensar la reutilización de agua, modelos de economía circular que nos permitan reutilizar aguas regeneradas, y también la desalinización de agua.

Desde el punto de vista de la demanda, Uruguay es más vulnerable, dado que tiene un modelo productivo muy basado en la utilización de la base de capital natural, la utilización de recursos primarios. No es un modelo que se ha sofisticado, sino que todavía la agricultura y la ganadería tienen un peso muy específico en la economía uruguaya. Por tanto, el agua se convierte en el principal factor limitante para estos sectores y, al mismo tiempo, en la principal oportunidad de desarrollo. Habría mucho margen para avanzar en eficiencia en el uso de agua, en sistemas de riego más tecnificados.

Ahora, si ponemos esto en el contexto de lo que sabemos de otros países del mundo, veremos que no basta con la modernización de los sistemas de riego. ¿Por qué? Porque una vez que se da ese paso de la modernización y se tiene éxito, nos encontramos con que el agua termina siendo un insumo todavía más atractivo de utilizar y probablemente terminemos utilizándolo más aún. Esa modernización hay que acompañarla de una serie de medidas que mitiguen el efecto rebote que se podría producir, cuando teniendo parcelas cada vez más eficientes, sin embargo utilizamos cada vez más agua en la cuenca. Es que la tentación para ir a más y un uso más intensivo del recurso es una consecuencia lógica. Si eso ocurre lo que estamos haciendo es generar un impacto social que es pernicioso, pese a que hayamos sido capaces de resolver un problema privado para cada uno de los productores. Esto ha ocurrido en muchos lugares del mundo, en los 17 estados del oeste norteamericano, en las cuencas del Mediterráneo, ocurre en Oriente Medio, en el sur de Australia, en Chile. Aprendamos de esto y hagamos una modernización de sistemas de riego diferente y que sea sostenible en sentido estricto.

—En Uruguay siempre hemos considerado el agua como un recurso prácticamente infinito…

—Ahí es que se produce esa ficción que, en un país con importantes reservas de agua dulce, les lleva a no preocuparse demasiado en la provisión de los servicios de agua para el riego de cultivos, para la refrigeración de equipos industriales, para la generación de energía eléctrica o para la provisión de agua potable y saneamiento. Sin embargo, la capacidad de convertir el recurso disponible en servicios es un enorme desafío.

—¿De qué desafíos hablamos en ese caso?

—Por ejemplo, uno es que hay una parte importante del agua que se pone en la red que no termina siendo facturada. No son solo pérdidas físicas, a veces son pérdidas comerciales, pero lo cierto es que hay agua que se está poniendo en la red y que no termina de facturas, es una ineficiencia del sistema que debe corregirse.

Por otra parte, la evidencia científica indica que va a aumentar la intensidad y frecuencia de los fenómenos extremos y que nos podemos encontrar cada vez más con sequías e inundaciones en cortos períodos. Todo en medio de una gran incertidumbre.

—Respecto del uso intensivo que planteaba con anterioridad, ¿qué elementos deben incorporarse a la regulación? Hace poco se inauguró una nueva planta de pasta de celulosa y se proyecta un importante data center internacional en el país, como ejemplos de uso intensivo del recurso…

—Es fundamental incorporar las condiciones del recurso en el estudio de ese tipo de proyectos. Ahora, en los dos ejemplos mencionados, el agua se utiliza fundamentalmente en procesos que no agotan el recurso, sino que lo devuelven. En algunos casos puede haber importantes niveles de contaminación, es cierto, o una temperatura alterada, pero es posible, mediante determinados procesos, que sea reutilizada. Se abre la posibilidad de avanzar de un paradigma de sistemas de producción lineales, donde se toman insumos, se produce algo, se generan una serie de subproductos y esos subproductos se le devuelven al medio, a un modelo de economía circular en el que esos subproductos se convierten en la principal cadena de ingresos, en la principal corriente de valor y donde somos capaces de utilizar básicamente todo lo que tienen en común. Existen muchos sistemas de reutilización de agua: desalación, reutilización de agua, utilización de membranas y otras tecnologías avanzadas; tratamientos que nos permiten aprovechar aguas de tormenta y las alcantarillas, así como el tratamiento de aguas servidas y de la utilizada en nuestros domicilios. Podemos devolverlas a un nivel de calidad que nos permita, por ejemplo, reutilizarlas en la refrigeración de equipos industriales en el riego de determinados cultivos, la recarga artificial de acuíferos o el mantenimiento de humedales.

—Hablamos de otro modelo de negocios…

—Sí, demandan no sólo tecnologías avanzadas, también todo un sistema de incentivos y modelos que denominamos de “simbiosis industrial”; es decir, una planta de tratamiento de agua que antes sólo tenía el objetivo de devolver agua tratada de fluentes contaminados, ahora se convierte en una planta de recuperación de agua con diversos fines y además, se recuperan nutrientes, como fosfatos y nitratos que pueden ser reutilizados energéticamente y eso puede ir a la red y ser remunerado. Si somos capaces de generar este modelo virtuoso, entonces nos daremos cuenta de que no sólo resolvemos el problema sanitario de tratar las aguas contaminadas, sino que estamos generando oportunidades para un nuevo modelo de desarrollo.

—Respecto a la desalinización, se ha instalado en Uruguay un debate a partir de un proyecto en ciernes (Neptuno)…

—La discusión a nivel internacional se ha centrado en cuatro barreras fundamentales. La primera es el alto consumo energético; la segunda, qué hacer con las membranas que se usan en el proceso, al final de su vida útil. La tercera es qué se hace con las salmueras, son soluciones hipersalinas que se generan a partir del proceso de desalinización. Y la cuarta, cómo manejar los costos de estos procesos para no añadir mayores cargas para el consumidor.

—¿Tiene respuestas para esas interrogantes?

—En cuanto al consumo energético: la primera planta de desalación de agua de mar que se instaló en Europa fue en la isla de Lanzarote, en Canarias, en 1964; utilizaba 22 kilovatios hora por metro cúbico de agua salada. Ahora, la última planta de desalación que he visto en Arabia Saudí utiliza 2.2 kilovatios hora por metro cúbico de agua salada, es decir, diez veces menos. Además, se vinculan generalmente a fuentes de energía renovable. Para el segundo punto, hoy existen membranas biodegradables, que no generan un problema ambiental. Tercero, hay algún tratamiento químico que permite tratar las salmueras antes de descargarlas de nuevo al mar, pero existe una alternativa adicional en la que se está avanzando, que es la minería de las salmueras, dado que de ellas se puede obtener bromida, litio, boro, cloruro sódico, por ejemplo. Si somos capaces de generar un sistema de incentivos que permita que se creen una serie de mercados para estos productos que reutilizamos, le damos la vuelta completamente al modelo de negocio de un operador de una planta de desalación. Eso nos puede dar mejores condiciones para el cuarto punto, que es el costo que se traslada al consumidor del agua para consumo.

Se necesita que los ciudadanos entiendan que no se trata tanto de pagar por los servicios de agua tal y como los conocemos hoy, sino de hacer un esfuerzo por la seguridad hídrica a mediano y largo plazo. Esto demanda un nuevo sistema de tarifas, un nuevo sistema de incentivos y un nuevo sistema de inversión. Hay que pensarlo en base al concepto de un nuevo bien público, que es del que deberíamos estar hablando en lugar de mirar al cielo para ver si va a llover. No podemos seguir hablando del suministro de agua como hace 50 años, planificado para un mundo que ya no existe.

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