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Sin temor a Trump

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Una visión posible de lo que ocurrió en Estados Unidos es que después de ocho años con un presidente negro y progre, el péndulo se movió hacia al menos cuatro años de uno blanco y facho. Pero, en verdad, la realidad es más complicada.

Una visión posible de lo que ocurrió en Estados Unidos es que después de ocho años con un presidente negro y progre, el péndulo se movió hacia al menos cuatro años de uno blanco y facho. Pero, en verdad, la realidad es más complicada.

Primero, porque si bien en varias dimensiones Obama hizo una gran presidencia y termina con mucha popularidad, dejó una impronta internacional con demasiados claroscuros. Si bien su voluntad de desnuclearización fue firme, su empuje inicial a la primavera árabe muy real, y su discurso en La Habana histórico, lo cierto es que terminó siendo un presidente guerrero.

Quien fuera electo para quitar a los militares de Irak y de Afganistán, termina con más de 5.000 hombres en Bagdad participando de una bárbara guerra y con varios centenares de asesores militares en Kabul enfrentando la cada vez más fuerte presión talibán. A esto se agregan sus apoyos a la infame guerra árabe en Yemen y a las fuerzas rebeldes formadas por terroristas en Siria, y sus ataques aéreos a grupos terroristas en Libia. Además, están los miles de asesinatos (selectivos y de “daño colateral”) de su guerra con drones en distintas partes de Medio Oriente y Pakistán.

La candidatura de Clinton sostuvo que continuaría esa política exterior guerrera. Decepcionó. Más que el triunfo de Trump, la elección mostró la particular derrota de Clinton. Porque si bien ella recibió 6 millones de votos menos que Obama en 2012, en realidad ganó por algo más de 200.000 votos ciudadanos. A su vez, Trump sacó 1 millón de votos menos que el candidato republicano de 2012. Así, el triunfo de Trump, con ser legítimo, no deja de ser débil: con más del 44% de abstención, recibió el apoyo explícito de menos del 26% del total del electorado.

Segundo, ¿ganó en verdad un bisonte racista, machista y ególatra? Hay que hilar más fino. Más allá de sus ostentosas guarangadas, es claro que fue más inteligente que su contrincante para conectar en esta elección con un pueblo que, por cierto, ya lo había votado contra todo pronóstico en la interna de su partido. Pero sobre todo, Trump retomó la vieja bandera estadounidense aislacionista: primero ocupémonos de restaurar nuestro sueño americano y que el resto del mundo se arregle como pueda. En esa lógica, hubo episodios históricos mucho más graves que este triunfo desconcertante: el Senado estadounidense, por ejemplo, no ratificó el Tratado de Versalles en 1920.

Su reivindicación del proteccionismo económico recuerda el horror de los años 1930. Pero también es verdad que hay ideas de Trump que son saludables.

Replantear la pertinencia de la OTAN, por ejemplo, es exigir a las potencias europeas que tengan un mayor protagonismo militar. Reforzar una alianza con Rusia es evitar una incipiente y torpe reedición de la Guerra Fría. En Latinoamérica, por mucha extensión de muro que quiera en la frontera sur, Trump sabe que México y Brasil serán siempre interlocutores ineludibles. En Asia, su aislacionismo seguramente quite protagonismo a EE.UU. en el mar de China; pero a dos días de ser electo, ya ratificó su alianza militar con Corea del Sur.

La presidencia de Trump no será la tragedia internacional que muchos auguran. Eso sí: será aislacionista, para bien y para mal.

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Francisco Faig

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