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Un año más

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Hay frases que uno quisiera no tener que escribir. Esta es una de ellas: otro año termina sin que sea posible señalar una sola mejora significativa en la enseñanza.

Hay frases que uno quisiera no tener que escribir. Esta es una de ellas: otro año termina sin que sea posible señalar una sola mejora significativa en la enseñanza.

La cosa es grave porque llevamos doce años lectivos desde que el Frente Amplio llegó al gobierno. Se suponía que ellos eran los que más sabían, los que más oportunidades iban a dar a los débiles y los que iban a tener una relación más constructiva con los gremios. Pero nada de eso resultó cierto.

A quienes han manejado la educación en estos años (algo así como una decena de personas que rotan en la calesita de cargos) no se les ha caído una sola idea con potencial transformador. Lejos de traer más oportunidades para los que menos tienen, hemos consolidado en estos años un sistema educativo que expulsa a los débiles y fracasa en generar aprendizajes de calidad entre los pocos que quedan. En cuanto a la relación con los gremios, ha sido más destructiva y paralizante que nunca.

Este 2016 que termina no trajo un solo motivo para festejar. La reforma del sistema de elección de horas en Secundaria, que se había dado por hecha en 2015, no sólo no se concretó sino que se postergó al menos otro año. Como resultado, volvimos a tener miles de horas de clase vacantes, que se suman a las perdidas por medidas gremiales o por inasistencias.

Las pruebas PISA confirmaron que, tras 12 años de palabrerío inútil y miles de millones de dólares después, seguimos siendo incapaces de generar mejoras significativas en los aprendizajes.

Nuestra tasa de egreso de la educación media sigue planchada por debajo del 40% (es decir, los uruguayos de 20 años que tienen bachillerato terminado no llegan a ser 4 de cada 10). Mientras tanto, en Chile esa tasa supera el 80% y en Brasil y Argentina se acerca al 70%.

Todo esto ocurre pese a que tenemos niveles de pobreza muy inferiores a los de otros países que están mejorando (por ejemplo, Perú), a que no tenemos el desafío de un fuerte crecimiento demográfico (como tiene México) ni hemos incorporado a grandes masas que estaban fuera del sistema (como han hecho Colombia, Bolivia y Brasil). El número de alumnos de Primaria ha caído a lo largo de la última década y la enseñanza media ha tenido un crecimiento tan modesto que no llega al 10%. Tampoco es verdad que haya una grave penuria de recursos. Nuestro gasto por alumno está bastante alineado con la región y nuestro gasto por egresado de la enseñanza media es superior al de varios países vecinos.

La única novedad que se ha producido en 2016 es que ha nacido un movimiento negacionista en filas del oficialismo. Así como hay negacionistas del Holocausto y negacionistas del cambio climático, ahora tenemos entre nosotros a negacionistas del fracaso educativo. A este movimiento pertenecen varias de las autoridades del sector, algún analista y hasta una senadora de la República. Aunque hay matices entre ellos, sus procedimientos básicos son tres: presentar pequeñas oscilaciones como si fueran significativas, evitar las comparaciones con otros países y presentar los datos locales de una manera parcial (por ejemplo, mostrar la caída de la repetición en primaria sin mencionar el aumento casi simétrico de la repetición en el Ciclo Básico).

Pero, en este terreno como en otros, no debemos dejarnos confundir por los negacionistas. Los uruguayos estamos ante un fenómeno poco común: un fracaso perfecto.

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Pablo Da Silveira

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