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Ya no sabemos si somos de los nuestros

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En consecuencia, cuando se trata de tapar el cielo con el harnero de insistentes aspiraciones electorales, a los uruguayos de a pie, que al fin y al cabo somos todos, solo nos queda angustiarnos por ignorar si “seguimos siendo de los nuestros”.

Todas las personas necesitamos pertenecer a algo. Eso reclama nuestra participación voluntaria y crítica en cualquier actividad social, como única forma de alternar entre un proyecto individual y otro colectivo sin que ninguno de los dos absorba al otro.

Por eso, adquieren sentido valores y conductas que mantengan nuestras pertenencias, y al mismo tiempo, preserven la individualidad, porque cuando todo se pierde, recordamos lo que un destacado dirigente español, que enfrentado a acelerados cambios políticos, confesó a un amigo, "fíjate cómo estarán las cosas que yo ya no sé si soy de los nuestros".

Eso pone en evidencia que los abusos de los actores políticos desembocan en el fanatismo y en la intolerancia, mientras que los excesos del individualismo, en la indiferencia y en el desinterés colectivo.

Algo de eso nos pasa a los uruguayos. Ideológicamente muchos viven una pertenencia irracional a organizaciones políticas o entidades sociales, y otros tantos, ven a todas ellas como obstáculos para su realización personal. Cuando algunos quieren tener todo el poder y otros se alejan diciendo que "son todos iguales" los resultados no se distinguen; en consecuencia unos disfrutan y abusan de los bienes del Estado, mientras los que pagamos de nuestro bolsillo somos tan o más responsables porque renunciamos a cumplir con nuestras obligaciones sociales.

De ahí que no sea de extrañar que los cambios que se producen en la sociedad global lleven a que las grandes mayorías ya no sepan dónde están paradas y en quiénes depositarían su confianza. Y eso no es porque no pueden, sino porque decidieron mantenerse al margen.

Por eso la respuesta común termina siendo la búsqueda de uno o de algunos líderes capaces de conducir ajustes tan drásticos como radicales. Y eso sucede cuando la sociedad desea encontrar nuevamente el equilibrio político entre la pertenencia y el individualismo.

La situación despierta reacciones en todos los países del mundo; pero tiene también su complejidad porque los nuevos liderazgos que canalizan la insatisfacción de la gente generalmente no van más allá de la crítica. Es más, ellos mismos son la imagen de la protesta ya que sus ocasionales seguidores y votantes no tienen idea definida de los pasos a seguir con posterioridad.

Por tanto, preocupa que al proclamarse candidatos (sin referirse obviamente solo a los varones) a administrar los asuntos de un Estado, la población no les reclame que exhiban sus ideas, propuestas claras y grupos humanos en condiciones de transmitir confianza a la descreída sociedad.

El Uruguay no puede darse determinados lujos. Su geografía y su economía tienen condicionamientos históricos. El "ser" oriental da un sentido de pertenencia básicamente afectivo. Pero para decirlo claramente, lo oriental o lo uruguayo no se resume en definir lo que somos sino en si somos capaces a través de nuestros esfuerzos, de ser mejores seres humanos.

Por tanto, eso nos hace "pertenecer" a la especie humana de donde proviene el concepto de los "derechos humanos". Y a pesar de que muchos los quieren clasificar de acuerdo a su ideología, ellos son más importantes que cualquier cultura, nación, raza o religión.

Lo que vivimos los uruguayos por obra de los gobiernos del Frente Amplio es el resultado de un trabajo persistente y depredador de nuestros valores; un desprecio por la Constitución y la ley, sin reparar en lo que se resigna en cuanto a nuestra condición de seres humanos.

El lector podrá ver este mensaje como una expresión un tanto esotérica cuando lo que hoy le indigna es el abuso de directores de Ancap de todos los partidos en el uso de una desconocida tarjeta corporativa de la empresa; pero si hacemos un esfuerzo y profundizamos el análi- sis, podremos comprobar que los problemas que nos acucian y las conductas públicas que se repiten nos pueden indignar aún más.

En realidad, ante la sucesión de tantos escándalos derivados de la falta de transparencia tanto de jerarcas de la mayoría como de la minoría, lamentablemente, la opinión ciudadana termina enfrentada a temas electorales y candidaturas todavía lejanas de la próxima elección.

En consecuencia, cuando se trata de tapar el cielo con el harnero de insistentes aspiraciones electorales, a los uruguayos de a pie, que al fin y al cabo somos todos, solo nos queda angustiarnos por ignorar si "seguimos siendo de los nuestros".

Ahora sí, "la culpa no es del chancho sino del que le rasca el lomo". En esa tarea, conscientes o no, estamos todos.

EDITORIAL

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