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Artesanos uruguayos crean móviles de calabaza que son coleccionables en el mundo

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Taller El Piolín

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Carlos Tammaro realiza objetos decorativos en calabazas de mate, entre los que destacan los móviles. Su hija Lucía tomó la posta y ahora es quien se encuentra al frente de este emprendimiento.

Se acercan al stand, les atrae el producto, lo compran y recién ahí le preguntan de qué está hecho. Y entonces se sorprenden. ¿Un móvil hecho de calabaza de mate?

Esa es una escena bastante repetida para Lucía Tammaro (37 años) cuando en ferias internacionales presenta los móviles de Taller El piolín.

Los aviones, parapentes y globos aerostáticos son los que más llaman la atención, pero los insectos y aves también tienen su público, sobre todo entre los adultos.

La particularidad está centrada más que nada en que los elabora con calabazas de mate, un material por el que su padre Carlos siempre se sintió atraído. “De joven siempre le interesó todo lo relacionado con el arte. Estudió dibujo y pintura con José Gurvich, estudió un poco de arquitectura, y después se fue a los Estados Unidos a tomar clases de pintura con Robert Brackman y de diseño en la Escuela de Diseño de Nueva York. Cuando volvió al Uruguay se casó con mi mamá y empezó a trabajar como artesano”, cuenta Lucía sobre lo que pasó con su padre en 1973.

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Sus primeras experiencias con las calabazas fueron haciendo instrumentos musicales, algo que le duró unos 10 años. Por ese entonces se transformó en uno de los miembros fundadores de la Asociación de Artesanos del Uruguay (AUDA), propietaria del Mercado de los Artesanos.

Con los móviles arrancó más o menos en los años 90 y de allí no se apartó más.

En la actividad artesanal al principio lo ayudaba mucho su esposa, que era maestra. Primero en su tiempo libre y luego, cuando se jubiló, a tiempo completo. Con los años se fueron sumando sus cuatro hijos, mientras eran estudiantes.

Poco a poco los hermanos fueron abandonando para dedicarse a otras cosas, excepto Lucía que, cuando su madre enfermó, dejó la Escuela de Bellas Artes y se dedicó de lleno al taller. Le faltó un año para terminar la carrera de Antropología y dos para culminar Bellas Artes. El piolín se transformó en la prioridad.

“De eso hará 15 años”, apunta quien sigue contando con el apoyo de su padre, que se mantiene activo pero intentando delegar cada vez más, y de uno de sus hermanos, que intercala otro trabajo con la actividad en El piolín.

Taller El Piolín

Reconocimientos internacionales

Recibió la distinción de Excelencia de la UNESCO para productos artesanales del Mercosur y un premio por conjunto de juguetes del jurado de FIART en Cuba.

Taller El Piolín

Coleccionables.

El taller, que funciona en la casa de los padres de Lucía, en Lezica, se llama El piolín porque así le dicen ellos al hilo de cáñamo que utilizan para colgar los móviles.

“La idea siempre fue que los móviles fueran aéreos, entonces ahí empezaron los aviones, los parapentes, los globos… después terminaron siendo algo más infantil aunque el público es medio general; no solo los compran para los niños sino también para decorar sus casas”, señala la artesana.

Taller El Piolín

Los diseños aéreos son un clásico y, como tal, siempre están, pero todos los años intentan sumarles algún motivo nuevo, como puede ser un surfista.

Lo hacen no solo para no aburrirse ellos cuando los confeccionan, sino también porque tienen clientes fieles que todos los años les preguntan por la novedad de la temporada.

“En México hay una pareja que todos los años nos compra porque colecciona los móviles y los tiene en el balcón. Y en la Feria de Milán, en Italia, hay unos clientes que los van colgando en la baranda de la escalera”, cuenta Lucía sobre lo que le dicen y prueban mostrándole fotos.

Precisamente las ferias internacionales son la principal fuente de ingresos del taller, por eso buscan siempre hacer por lo menos dos ferias grandes por año. Las que funcionan muy bien son la Feria de las Culturas Amigas, en Ciudad de México, y la que se hace en San Juan de Puerto Rico. Pero han recorrido Chile, Colombia, Argentina, Ecuador, Cuba, Estados Unidos y saltado a Europa con presencia en España, Italia, Portugal o Alemania, entre otros destinos.

Taller El Piolín

Toda la familia ha pasado por esa experiencia de ferias, lo cual les ha servido también como una forma de conocer otros países y otras culturas.

“Cuando fui a mi primera feria me di cuenta de que conocía la artesanía de todo el mundo porque mi padre, de cada feria a la que iba, traía alguna cosa, alguna artesanía, y como que me crié en ese ambiente. Entonces aprendí a reconocer ‘esto es de acá’, ‘esto es de allá’… empecé a identificar la artesanía típica de cada lugar”, destaca Lucía.

Entonces puede decir con propiedad que la artesanía uruguaya, salvo casos como el de la guaquería, es más individual, cada persona hace su propio camino creativo.

“En las ferias vas al stand de Uruguay y los seis o siete artesanos que están hacen cosas completamente distintas. Eso está bueno”, afirma.

En el caso de El piolín a la gente le llama la atención que el mate se pueda usar para otras cosas, rescatan esa creatividad. Pero también funciona como atractivo que lo que ofrecen despierta el niño que todos llevamos dentro.

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Es un poco el secreto del éxito que a Carlos le hizo ganar varios premios, como el Premio Nacional de Artesanía (2011) o distinciones fuera de fronteras, pero también que los mantiene vigentes y consolida un tipo de artesanía para la que Lucía, al tomar la posta, asegura muchos años más de vida.

Taller El Piolín
Tienen su taller en la zona de Lezica, en el que comparten trabajo con otro integrante de la familia.

Un trabajo que lleva su tiempo y sus materiales

“Es una artesanía que tiene muchos pasos”, explica Lucía sobre la forma cómo elaboran los móviles de calabazas de mates. Eso permitía que, en la época en que toda la familia trabajaba en el taller, lo hiciera como una cadena productiva, repartiéndose tareas.

En cuanto al proceso, primero se compran las calabazas, que las hay de varias formas. “Tenés la tradicional, el formato pera o el formato miniatura, que es con el que hacemos los muñequitos y se usan enteras. Las calabazas grandes son las que más se cortan o se calan”, detalla la artesana.

La parte del color se realiza por teñido, utilizando anilinas en caliente. “Se sumerge un rato, se le agrega cera y después se da brillo”, señala.

Luego de agujerear o calar la calabaza –según lo que pida el diseño– se aplica la técnica del tallado con torno. En este caso se recurre a distintas fresas metálicas (puntas). “Hay una que hace diferentes tamaños de líneas y otra que hace distintas dimensiones de puntos”, describe.

Según el modelo de que se trate se utilizan otros materiales y técnicas complementarias, como madera torneada y pirograbada, modelado de cerámicas o teñido de distintos hilos naturales.

Un móvil puede llevar unas tres horas de trabajo, pero es algo que no pueden cuantificar porque van haciendo de a varios. Además, muchos diseños van modificando su modo de trabajo sobre la marcha.

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