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Inmunonutrición: forja las defensas

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Alimentación saludable. Foto: archivo

SALUD

Disciplina que estudia el efecto de los alimentos sobre nuestro sistema inmunitario.

¿Afecta lo que comemos al sistema inmune? ¿Nos defendemos mejor de gérmenes como el coronavirus cuando ingerimos cinco piezas de frutas y verduras al día? ¿Y qué hay de cierto en las supuestas bondades del zinc, la vitamina C y los polifenoles?

Desde que el médico griego Hipócrates (460-370 a.C.) afirmó aquello de “que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento” se conoce que la alimentación juega un importante papel en la prevención y tratamiento de las enfermedades. Sin embargo, no ha sido hasta las últimas décadas del siglo XX cuando la comunidad científica ha profundizado en la relación entre los alimentos y nuestra salud.

En este contexto surge la inmunonutrición, una disciplina en plena expansión que estudia el efecto de los alimentos –y de las moléculas que contienen– sobre el sistema inmunitario. Sin dejar de lado otros aspectos relacionados con la microbiota, alergias u obesidad.

Porque, en efecto, lo que comemos forja nuestro sistema inmune. Ya en el vientre, a través de los alimentos que ingiere la madre, el feto recibe nutrientes y otros compuestos que comienzan a definir sus defensas.

Después del nacimiento, la leche materna aportará componentes esenciales para el desarrollo completo del recién nacido, mejorando también la función inmunitaria durante todas las etapas de la vida. Tanto es así que hay evidencias de que aquellos niños que han tomado leche materna presentan menor incidencia de enfermedad inflamatoria intestinal, alergias y asma durante la niñez. Incluso se asocia la lactancia con menor probabilidad de desarrollo de diabetes y obesidad durante la vida adulta.

Así explicado, podría parecer que la eficacia de nuestra inmunidad depende de los primeros años. Pero aunque son años fundamentales para el correcto desarrollo, las células inmunes necesitan estar bien alimentadas durante toda la vida. Es decir, requieren un aporte permanente de energía, macronutrientes y micronutrientes adecuados.

En este sentido, existen fundamentos para afirmar que nuestro estado nutricional influye sobre el sistema inmunitario. Un individuo bien nutrido se encuentra mejor preparado para hacer frente a cualquier agente extraño o patógeno. Todo lo contrario que quienes sufren malnutrición, ya sea debida al defecto o al exceso en la ingesta de alimentos.

Sea como fuere, la evidencia científica indica que los micronutrientes repercuten de manera importante en la función del sistema inmunitario. Tanto que los expertos empiezan a hablar de inmunonutrientes.

Destacan entre ellos el zinc y las vitaminas C y D, con propiedades inmunoestimuladoras. Estos tres elementos cooperan para mantener los componentes de la inmunidad innata y adaptativa. Cuando escasean, el sistema inmunitario se deprime, aumentando el riesgo de infecciones, sobre todo de las vías respiratorias altas, como el resfriado y la gripe.

Otros elementos como el hierro y el cobre resultan esenciales para mantener la integridad de las relaciones entre los sistemas nutricional e inmunitario. Incluso actúan como mediadores en diferentes reacciones metabólicas.

Por otro lado, no hay que obviar que, cuando se activa el sistema inmune, se producen sustancias químicas que generan estrés (oxidativo) en las células. Para contrarrestar este efecto, el organismo produce sustancias antioxidantes. Sin embargo, a veces es necesario un aporte extra mediante la alimentación. Los principales antioxidantes aportados por la dieta son vitaminas (C, E) y compuestos fenólicos, presentes en alimentos de origen vegetal.

No acaba aquí la cosa. Dentro de la larga lista de inmunonutrientes también se incluyen el ácido oleico (componente mayoritario del aceite de oliva) y los ácidos grasos omega-3, conocidos por su actividad antiinflamatoria. La administración de estos ácidos grasos se asocia con la mejora del estado inflamatorio crónico en enfermedades que cursan con una inflamación concomitante. Ese es el caso de la obesidad, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes de tipo 2.

Otro objeto de estudio de la inmunonutrición son las alergias. Aunque los síntomas se asemejan a los de las intolerancias alimentarias, son diferentes. Una alergia alimentaria ocurre cuando el sistema inmunitario reconoce erróneamente a un alimento como un agente patógeno; una intolerancia alimentaria(como la celiaquía) actúa produciendo daños en el sistema digestivo.

Todo indica que el consumo de una alimentación variada y equilibrada es un instrumento esencial para mantener el correcto funcionamiento del sistema inmunitario. Si no olvidamos que “somos lo que comemos”, parece indiscutible que la inmunonutrición puede contribuir a prevenir el desarrollo de numerosas enfermedades. (The Conversation)

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