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Esos filtros que parecen simpáticos, pero te hacen sentir que jamás los podrás alcanzar

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¿Qué es, quién padece y qué consecuencias trae la llamada "dismorfia de Snapchat"?

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Orejas de perro o de gato, heridas y podredumbre para Halloween, corazones y flechazos, ojos y bocas que se caen y desaparecen, diademas de flores, rayos de colores, arcoiris brillantes, nieve, lentes, ojos de dibujo manga y letras con mensajes de todo tipo. El mundo de los filtros faciales de inteligencia artificial comenzó tímidamente hace un par de años con algunas orejas en Snapchat y explotó primero a Instagram y luego a TikTok y todo lo demás.

Estos filtros utilizan herramientas de inteligencia artificial que permiten reconocer rostros humanos, así como las distintas partes de ellos, para colocar una capa por encima de la imagen (videos o fotos fijas) con lo que nuestra imaginación decida agregar.

¿Qué puede tener de malo dar rienda suelta a la imaginación y el juego a partir de la tecnología?, podrá preguntarse más de uno. El problema es que no es eso lo que está pasando sino un fenómeno que es la manifestación nueva, de un problema que lleva décadas existiendo.

Porque todos los filtros crecieron de la misma forma. De un tiempo a esta parte, los filtros que permiten hacer nuestros rostros más bellos (y el primer problema es qué entendemos como este concepto) afinándolos, alisándolos, agregándoles pecas y lunares en lugares estratégicos, iluminándolos, agrandando los ojos y los pómulos, achicando otras partes y un larguísimo etcétera. El mundo de los llamados “filtros de embellecimiento” invadió completamente las redes sociales, llevó al desarrollo de aplicaciones específicas para el tratamiento de imágenes e incluso llevó a agregar un botón a Zoomque alisa y rejuvenece la piel mientras participamos de reuniones de trabajo y clases. Un solo clic permite transformar radicalmente la fisonomía del usuario creando la ilusión de unos ojos más grandes, labios prominentes, pómulos marcados y nariz fina. Y es este el nuevo estándar de belleza digital con el que compite la realidad.

Tanto preocupa este fenómeno y su impacto en millones de adolescentes de todo el mundo, que ya existen varias investigaciones en revistas médicas que lo bautizaron como “dismorfia de Snapchat”, en referencia a la primera red social que lanzó las máscaras digitales que deforman el rostro en tiempo real. En un estudio reciente de la revista JAMA se asegura que en Estados Unidos muchas jóvenes han comenzado a ir a cirujanos plásticos a pedir operaciones y ajustes usando su propia foto con filtros aplicados como referencia.

En un artículo publicado por la revista del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts, en sus siglas en inglés), la periodista especializada Tate Ryan Mosley asegura que “los filtros faciales que se han vuelto comunes en las redes sociales son quizás el uso más extendido de la realidad aumentada. Los investigadores aún no comprenden el impacto que puede tener el uso sostenido de la realidad aumentada, pero saben que existen riesgos reales, y con los filtros faciales, las niñas son las que corren ese riesgo. Son sujetos de un experimento que mostrará cómo la tecnología cambia la forma en que formamos nuestras identidades, nos representamos a nosotros mismos y nos relacionamos con los demás. Y esto está sucediendo sin mucha supervisión”. Según ese mismo artículo, Snapchat reconoce que unos 200 millones de personas usan sus filtros diariamente para transformar la forma en la que lucen y agregan que 90% de la población joven de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido usan sus herramientas de inteligencia artificial. Otro aspecto que puede ayudar a entender el impacto del fenómeno son los tipos de filtros que crean los desarrolladores independientes para Facebook e Instagram: unos 400.000 creadores son responsables de desarrollar más de 1.200.000 millones de efectos de este tipo.

Sin embargo, ninguna de las redes sociales involucradas hacen públicas las características de los filtros más usados y con ellos impiden comprobar lo que muchos temen: que adolescentes y jóvenes de todo el mundo están construyéndose una imagen de sí mismos que jamás podrán alcanzar. Ni sabemos tampoco los problemas que esto les podrá generar.

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