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Es uno de los "raros" de la literatura uruguaya y acaba de publicar una novela optimista y post pandémica

Leandro Delgado publicó el año pasado, dos libros una colección de cuentos, "Inhumanes" y El fuego verde", una novela llena de imaginación sobre sentirse bien

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Leandro Delgado

Leandro Delgado sería uno de los que Ángel Rama consideraba “los raros”, una categoría que debe ser tomada como un elogio. Es, en definitiva, un espacio de libertad.

Eso es lo que abunda en la obra de Delgado, quien en 2023 editó dos libros a falta de uno: el volumen de relatos Inhumanes y la novela Fuego verde; los dos con HUM. Además se cumplen 20 años de Adiós Diómedes, su primera novela ambientada en los 80 montevideanos y que es considerada (o debería serlo) pionera en algunas cosas que después vinieron en la literatura local.

En Fuego verde, lo que iba para una comedia de enredos con una muchacha artista yendo a la casa, en un pueblito del interior, de un pretendiente, deriva en territorios ominosos y un gigante en cosplay en un ómnibus metropolitano. En ese periplo se incluyen críticas de arte, fluir de la conciencia, buenos diálogos y un sentimiento de que todo es demasiado inestable como para tomárselo en serio. Y de que todo puede estar mejor.

Sobre cómo se le ocurren esas cosas y sus referentes, Delgado, en un bar con el mozo más inescrutable del Centro, charló con El País.

-Antes de empezar a grabar me decía de Adiós Diomedes y Fuego verde como “el alfa y el omega”. ¿En qué sentido?

-Fue como llegar al mismo lugar desde otro lado. Volví a una especie de realismo montevideano, menos sórdido y con alguna cuestión fantástica. Fue, además, un intento de volver a una escritura sencilla, accesible, amable, divertida. A mí me encanta la ciencia ficción y me encanta estar ahí, y aunque no sé por qué tuve esa necesidad, me hizo bien volver al realismo.

-Adiós Diomedes tiene algo de una nostalgia y Ur, otra de sus novelas, transcurre en un futuro, pero esto es el presente.

-Es un presente furioso: El fuego verde transcurre en el presente post-pandemia. Lo que quería hacer era algo en lo que estuviera todo bien, porque creo que hay una necesidad de estar bien. Pero está todo mal, o, también, en la ficción está todo mal. Obviamente que hay toda la cuestión de si en la literatura tiene que estar presente la tragedia o si puede haber una literatura que sea un poco más agradable. Me parecía un riesgo hacer algo en lo que esté todo bien. Era importante pensar que aún las cosas pueden estar bien en un mundo donde está todo mal y además te dicen todo el tiempo que está todo mal. Eso te va enloqueciendo un poco. Buscaba una suerte de refugio en el que más o menos estuviera todo bien.

-Es un final optimista, una rareza ante tanto nihilismo.

-También tiene que ver con conservar un mundo del pasado porque a la protagonista, a la edad que tiene, lo que la sostiene es el encuentro con alguien que la conecta con su pasado y eso la fortalecerá y le dará ganas de seguir adelante: hay alguien con quien puede compartir sus recuerdos.

-En estos cambios de su primera novela a esta pensé que antes había antes una cosa montevideana gris, si se quiere. ¿Su literatura se ha iluminado?

-No lo había pensado como una como una iluminación, pero me gusta. Serán momentos, no tengo idea. Quizás sea porque uno se siente más viejo, más pesimista y necesita más luz. Y ese es un mundo para vivir porque para mi, la literatura es un lugar donde estar y donde sobrevivir espiritualmente, psicológicamente, anímicamente. Tengo que ir ahí para estar mejor.

-¿Todo es así de lindo entre usted y la literatura?

-También es una trampa. La escritura también tiene sus costados malditos. Te devuelve ciertos golpes de los que pensabas que podía salir indemne. No sé, capaz que soy un poco supersticioso.

-Entre tanta luz, El fuego verde maneja unos grados de extrañeza importantes.

-Lo que pasa es que todo es extraño. Lo que pensábamos que era una ficción o un chiste era real: Javier Milei era un meme y ahora está ahí. En la novela está la idea de la necesidad de conectar físicamente con la gente porque creo que aún no entendemos el devastador efecto que tuvo la pandemia en las relaciones personales. Se destruyó una cuestión con los vínculos. La novela habla de volver a ese contacto porque no queda otra.

-Hay, en el final, una sensación de una vuelta a casa, aunque casa sea al Bar Luz, de volver a la normalidad.

-Hay que volver a casa. Hay una cuestión de desesperación con viajar siempre, estar en otro lado y estar en las redes es estar lejos siempre. Puede sonar a autoyuda pero me parece que hay una necesidad por volver a casa, al barrio, a la ciudad, al Bar Luz.

-Montevideo está en su literatura y recuerdo unas columnas de la ciudad que usted hizo en prensa hace muchos años. ¿Cómo está ese vínculo?

-Montevideo es un misterio: es una ciudad que está pero no te habla. Para mí es como una ciudad hecha por una civilización y habitada por otra. Uno puede decir que todas las ciudades son así, pero hay ciudades que siguen siendo habitadas por la misma civilización. Esta, no. Buenos Aires, sí. Ahí encontrás un edificio de 1910 con el bronce brilloso, acá cuando el bronce se deslustra, lo arrancan y ponen una puerta de vidrio blindado. Montevideo se abandona a sí misma.

-Fue periodista de El País. ¿Hay algo del periodismo en sus novelas?

-Sí, claro. En las descripciones sobre la ciudad o el paso del tiempo que lo hacía en las crónicas de los recitales. O aquellos comienzos de entrevistas en que uno se creía Norman Mailer. Y también está presente la crítica.

-Se lo ve bastante aislado en el panorama local. ¿A quiénes siente como pares?

-Mantengo vínculos con gente mayor porque necesito hablar con mis mayores. Y ahí están Felipe Polleri, Alicia Migdal, Oscar Brando, Álvaro Buela aunque es más generacional. Y por otro lado con gente de la academia menor que yo. Las generaciones nuevas van mucho más rápido porque no vivieron el parate de la dictadura y su vida y su actividad cultural no tuvieron fracturas, y eso les da la confianza de la continuidad. Esos pibes andan volando. Pero literariamente no me siento cerca de nadie y es ahí donde quiero estar.

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