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Así es la nueva vida de Francisco Sanabria: de dirigir un imperio a recorrer las cárceles como abogado

A casi seis años del cierre y en la cuenta regresiva para la sentencia judicial, el exdueño del Cambio Nelson habla con El País, cuenta cómo rehace su vida y admite: “Pensé en dejar de defenderme”

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Francisco Sanabria, exdueño del Cambio Nelson, en su oficina en Punta del Este.
Foto: Ricardo Figueredo.

Es una soleada tarde de otoño y el bar Kentucky de San José y Zelmar Michelini se convierte en el escenario de la primera charla con Francisco Sanabria. Entra y se sienta en una mesa contra una ventana. Se lo ve contento, radiante. Parece ya lejano el cierre del Cambio Nelson (o “el tsunami que me pasó por encima”, dirá él) y su procesamiento con prisión tras unas semanas de incertidumbre porque había viajado a Miami y en ese momento no estaba claro si volvería para hacerse cargo de la situación.

Sanabria, de 41 años, aún no almorzó, aunque pasan unos minutos de las tres de la tarde del 11 de mayo. Viene de hacer un trámite judicial que le llevó varias horas. Me cuenta que, como parte de su nueva vida, está trabajando como abogado penalista y, alejado a la fuerza de los lujos de otrora, recorre el país de punta a punta para visitar presos. También dice que les hace saber (“si ya no lo saben”) que estuvo de los dos lados del mostrador. Que a un preso “jamás le podés mentir”. Que no le importa mediar en los conflictos, hacer trámites pesados o trabajo de oficina. Que sus primeros tres clientes fueron reclusos que conoció en la cárcel de Campanero en Minas, donde estuvo un año y ocho meses, tras haber sido procesado en abril de 2017por el delito continuado de apropiación indebida, también por libramiento de cheques sin fondos, falsificación ideológica y lavado de activos. El Cambio Nelson había cerrado un mes y medio antes, el 22 de febrero de 2017, al no poder hacer frente a una deuda de 8,7 millones de dólares. En aquel momento se supo que la empresa captaba depósitos y daba créditos por fuera de su operativa como casa de cambio.

Sanabria tenía un rol relevante tras el fallecimiento de su padre, el político colorado Wilson Sanabria, el 30 de setiembre de 2015.

En abril de 2017 también habían sido procesados con prisión Nelson Calvete, gerente general de la empresa, y la contadora Soledad Ubilla. Beatriz Silva, la otra contadora de Cambio Nelson, fue procesada pero sin prisión.

—Salvo en Rivera estuve en todos lados del país visitando presos —cuenta Sanabria con cierto orgullo.

Pido un café, él un sándwich caliente y jugo de naranja. Se lo ve flaco, muy flaco, tanto que impresiona. Llegó a pesar 186 kilos, ahora está en 71 y en la caída influyó una vieja operación de bypass gástrico pero sobre todo la angustia del caso judicial que lo tiene como protagonista.

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Francisco Sanabria.

Dice que precisa tiempo antes de hablar en público porque el proceso judicial aún está en marcha y espera que antes de fin de año la jueza María Helena Mainard dicte la sentencia en primera instancia (algo que finalmente no sucedería). Ya no lo defiende Jorge Barrera, al que está muy agradecido, sino Gonzalo Fernández y Marcelo Domínguez, aunque asegura que no tiene dinero para pagarles.

—Tenía a Suárez defendiéndome, ahora a Messi —afirma y sonríe.

¿Qué pretende hoy Sanabria? ¿Cómo está rehaciendo su vida? ¿Qué dice de su padre y del exsocio Calvete? De todo eso hablaríamos unos meses más tarde.

PRÓFUGO

¿Se fugó en 2017? Esta es hoy su versión

Cuando cerró el cambio, se dijo que se había fugado. Es un hecho que se fue del país, pero niega haber estado prófugo. Su familia viajó a Estados Unidos y él primero a Buenos Aires para reunirse con empresarios que medio año antes del cierre habían estado interesados en comprar el cambio: “Ellos fueron muy amables y honestos y prefirieron dejarla pasar”, cuenta hoy. Entonces siguió camino rumbo a Boca Ratón.

“Pero salí como cualquier persona en un vuelo comercial ajustado a derecho y regresé en un vuelo comercial, el día que me pidieron que volviera porque no quedaba nadie más para interrogar. Yo sabía a qué venía y vine voluntariamente”, dice.

El abogado.

Es 29 de setiembre y Sanabria llega puntual a las 11 de la mañana a la redacción de El País a una entrevista que terminará durando más de tres horas. Deja sobre la mesa un portafolio de cuero con papeles y empieza a hablar lento y pausado, con ese inconfundible acento fernandino. A veces baja la voz, como quien dice grandes verdades que no pueden ser escuchadas.

—Descubrí mi vocación no solo penal, sino penitenciaria, el acompañamiento al privado de libertad y a sus seres queridos.

—¿Pero eso en la cárcel?

—Lo descubrí en la cárcel sí. Fueron muchas horas en las que me dediqué a leer, estudiar, analizar sentencias. Vi a muchos excompañeros privados de libertad que estaban en forma injusta —dice, mientras juega con un anillo y se encorva.

De la cárcel salió con un amigo, quien fue uno de sus primeros defendidos.

—Allá encontré a Nicolás, un amigo con unos códigos, unos valores, una madre atrás más defensora que muchos de nosotros los abogados. Él delinquió pero también se arrepintió, comenzó un proceso interno y estudió.

Se emociona y relata que el jueves anterior recibió la buena noticia de que Nicolás, procesado por participar en una rapiña, obtuvo la libertad. Lo festejaron con una merienda y justo en ese momento llamaron para avisarle que tenía trabajo en AFE.

Por estos días defiende a tres privados de libertad en la unidad 1 de Punta de Rieles y seis en la unidad 6, una docena en Maldonado y cinco más en otras unidades. “Pero no hago solo privados de libertad”, dice.

Sanabria tiene su pequeño estudio jurídico en Gorlero, comparte local con una amiga que dirige una inmobiliaria. Van a medias en los gastos pero también en el trabajo. Dice que si hay que salir a colocar un cartel, lo hace. Además, cursa por segunda vez en una escuela de periodismo.

Hasta que explotó el caso del Cambio Nelson, Sanabria estaba dedicado a las actividades empresariales y también a la política, como su padre.

—Pero con el cambio jamás tuve relación. No, no —aclara, enfático—. Era abogado pero tenía la actividad partidaria y me dedicaba al derecho comercial. Después teníamos muchas empresas. En cuanto a los ingresos, lo que representaba el cambio si hubiera sido rentable no llegaría ni al 0,2% de los ingresos por otras actividades. Para mi padre y para el socio que heredé, Nelson Calvete, sin duda que era una cuestión interesante pero más por un tema de poder. Hablando a la distancia, me da la impresión que ellos sentían que tenían una especie de minibanco propio. Al fin de cuentas terminaron con 14 sucursales en todo Uruguay.

—Son muchas.

—Son casi 20 años, de los cuales a mí formalmente me tocó un año y dos meses.

Su salud débil y las tres operaciones

Francisco Sanabria lleva tres operaciones gastrointestinales. La primera, en 2016, fue un bypass gástrico que lo ayudó a bajar de peso. Las últimas dos no tienen explicación, asegura: “La procesión va por dentro”. Se para y dice: “Te voy a mostrar la última”. Se levanta la remera y se le ve una cicatriz en el abdomen. La operación fue en agosto. Una zona de su intestino está muy débil, se genera un nudo “y todo se complica”, explica. Varias veces le pasó lo mismo: “Tipo a las 11 de la noche empiezo con un dolor de espalda. En un momento llorás de desesperación por el dolor”. Tuvo dos operaciones de urgencia en la madrugada con riesgo de vida. Hoy sigue un tratamiento pero existe riesgo de que “no soporte” una cuarta intervención.

EL ÁNIMO.

Hay días que le cuesta levantarse, aunque se recuperó de la depresión. Lo apoya una psiquiatra y un psicólogo.

—Fue duro y sigue siendo duro —sostiene—. No le prestaría mis zapatos ni a la persona que más daño me pudo haber hecho.

Suspira y dice que el proceso penal “no termina más”, igual que los concursos y los temas administrativos del Banco Central, que lo inhabilitó por siete años para desempañar cargos de personal superior en instituciones financieras.

—Aunque tuviera el dinero, ¿yo pondría un cambio o algo similar? ¡Ni loco! —se ríe.

Y se sincera:

—En muchos momentos pensé en dejar de defenderme. En muchos momentos. Dudo si valdrá la pena.

—¿Por qué?

—Me lleva tiempo, dinero, me consume física y mentalmente, me angustia. En definitiva la primera motivación para contestar la demanda acusatoria fue tener algo escrito en la sede judicial, por si algún día mis hijos quisieran saber cómo su padre se defendió o por qué sostenía su inocencia. Muchísimos abogados me ayudaron a confeccionar la contestación de la acusación fiscal. La pregunta que me hago, sea cual sea el resultado final de este periplo, es para qué servirá el resultado, ¿no será prolongar la agonía? ¿No será mejor terminarlo ya, aunque mal terminado? El escarnio público no me lo quita nadie, la mancha no me la saca nadie, tampoco la pérdida total del patrimonio y el desarraigo familiar. Mis dos hijos, Bianca de ocho y Valentino de siete, están en Estados Unidos, porque yo no los podía sustentar y porque tienen que vivir con su mamá... Pero esto no termina más. Vamos ya para casi seis años. Y en el medio la privación de libertad.

Estuvo preso desde el 1° de abril de 2017 hasta el 10 de diciembre de 2018, después vino la prisión domiciliaria hasta el 4 de junio de 2019. Ese último período lo cumplió en la casa de su madre Esmeralda Barrios (“Pitina”, le dice él), donde sigue viviendo.

En total fueron dos años y dos meses.

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Francisco Sanabria.
Foto: Leonardo Mainé.

—Cuando estuve preso, fue casi siempre en calabozo de castigo. Yo pregunté por qué y una autoridad dijo: “Sanabria tiene que sufrir y sufrir un poco más”. No me dejaron ir a la chacra tampoco, aunque cumplía con los requisitos.

El calabozo de castigo estaba en el área de admisión, allí solía estar solo, pero circunstancialmente pasaba gente. Un tiempo estuvo en un sector, “en un lugar donde ellos entendían que peor la podía pasar por la calificación de los delitos de quienes estaban allí”, pero a los 30 días lo volvieron a llevar al calabozo. Sanabria entiende que eso fue porque él se llevaba bien con todos.

Pero también admite:

—Yo siempre digo que, de lo peor, estuve en uno de los cuatro o cinco mejores lugares —en referencia a la cárcel de Campanero—. Es como un barrio donde todos se conocen y la población es pequeña. Pero los lugares de privación de libertad son todos horribles.

En Campanero consiguió comisiones de trabajo en el área socioeducativa y recreativa, como la coordinación de campeonatos de fútbol y de ajedrez, hasta karakoke.

—Alguien dirá: ¿los presos hacen karaoke? Sí, y no sabés cómo afloja. Muchos terminan hasta llorando luego de una canción. Es como ir a terapia.

—¿Qué fue lo más duro de estar preso?

Piensa varios segundos y da una respuesta que no suena del todo sincera.

—A mí no me costó nada. Cuando recorro las cárceles para visitar a las personas que represento, veo que cuesta mucho el respeto a la autoridad. Eso no me pasó porque yo siempre valoré mucho la tarea del operador penitenciario: las cosas son como son y hay un jefe. No es que yo fuera un santo, pero hacía todo lo que se ordenaba hacer.

—¿Pero qué cosas sí te costaron?

—Yo en mi vida había pasado frío. Un par de meses, o quizás más, lloraba toda la noche. Tenía dolor de cabeza por el frío —admite, ahora sí—. Lo paradójico es que todo aquel que solicitaba el ingreso de un determinado tipo de estufa, lo dejaban. A mí no.

Un día estando “en la calle”, o sea trabajando en un lugar del predio, vio pasar a un subdirector y lo llamó. “¿Cuál es el problema conmigo, que tengo una conducta intachable? No puede haber una queja. Si la hay, es inventada”, le dijo, con cierta angustia, aunque también en tono firme. “Solo quiero una estufa”, rogó.

Se le caían las lágrimas mientras hablaba con el policía, dice. La respuesta del jerarca fue que no estaba al tanto, que eso era una barbaridad. A los 15 días llegó la estufa.

—Querían ver hasta cuánto aguantaba, y tengo claro que no era una orden de ahí adentro, sino de arriba, de un sector del Ministerio del Interior. En ese momento gobernaba el Frente y yo era un referente de un partido de oposición y de una figura como (Julio María) Sanguinetti. Porque en mi casa más que colorados, éramos sanguinettistas.

—De Wilson, tu padre, se decía que era el cajero del Partido Colorado.

—Sí, ¿cómo no? Era el presidente de la comisión de recaudación, pero también era el coordinador histórico de bancada. Cuando venían las malas noticias, ponía la cara.

—¿Con Sanguinetti has hablado?

—Sí.

—¿Y?

—Tenemos un correcto diálogo.

El caso y la familia.

Sanabria habla de “un agujero negro” que desconocía y que heredó. Para repasar su historia, hay que mencionar a su familia, que es parte del llamado “imperio Sanabria”.

Su madre, hoy jubilada, era profesora de inglés. Su hermana Paula es escribana, tiene siete años más que él. Ellas dos son el núcleo en el que el abogado se apoya para salir adelante. Pero también habla de un “exhermano” (en referencia a Guillermo Sanabria, quien en marzo de 2017 dijo al programa Así nos va de radio Carve que Francisco “no respetó la historia familiar”), “extías” y “exprimos” por parte de padre.

—¿Todos ex?

—Es mi visión. Se termina la plata, se termina el amor. A algunos de los que nombré les convenía no solo estar en la vereda de enfrente, sino también vociferar desde la vereda de enfrente para que nadie les pueda preguntar cómo obtuvieron su patrimonio.

—¿Hay dudas?

—Mi padre y mis abuelos tuvieron mucho que ver y yo también... Yo también. No puedo abrir 20 frentes a la vez, pero ellos deberán explicar en todos los ámbitos judiciales cómo obtuvieron su patrimonio.

Sanabria estaba casado con Carolina Serna, hija del colombiano Jorge Serna, exgerente general del Conrad. Ya no: se separaron cuando él estaba en la cárcel y se divorciaron en agosto. Tuvieron dos hijos y se quiebra cuando dice que los extraña. Su “sueño” es estar más tiempo con ellos. Pero viven en Estados Unidos, en Boca Ratón en Florida, con su madre. Viajaron en 2017 a los pocos días de que cerró el cambio.

—En ese momento de desconcierto decidimos que lo mejor para los niños y la mamá era que ellos estuvieran salvaguardados de tantas cosas que podían hacerles daño —dice el exdueño del cambio.

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Casamiento de Francisco Sanabria y Carolina Serna.
Foto: Sofía Orellano.

En el último año Bianca y Valentino vinieron dos veces pero la relación es básicamente por videollamada (“le ponemos ingenio, a veces hacemos magia, manualidades o plantamos”), ya que Sanabria no puede viajar a Estados Unidos. Le revocaron la visa, ahora tiene fecha para volver a intentar obtener el documento: agosto de 2023.

El año pasado, en acuerdo con la madre, les contaron todo. Hasta ese momento ellos creían que el padre trabajaba en Uruguay. La explicación incluyó imprimir la foto en la que más se veían las esposas, para que quedara bien claro. Bianca estalló en llanto.

—Fue tremendo. Capaz esas horas, porque hubo preguntas y repreguntas, fueron más duras que la cárcel: por momentos sentí que estaba destrozando a mis hijos —dice—. Pero con la ayuda de un montón de amigos que los adoran, la contención estuvo. Y hoy para ellos es natural.

PUBLICACIONES

Qué dicen los libros que quiere publicar

Tiene un libro terminado (Papá, no puedo enojarme contigo es el título tentativo que no sabe si mantendrá) y otro al que le faltan ajustes (Imperio Sanabria, conexiones públicas y privadas. Apenas el comienzo). Cuando estaba próximo a publicar el primero, varios abogados le aconsejaron dejarlo en suspenso mientras esté en curso el tema judicial. Sobre el contenido, adelanta que habla sobre políticos, comunicadores (como “un triunvirato que por poco vivía en mi casa y de mi casa, y debe, necesariamente, contarse de ellos una verdad”), empresarios y el rol de sus familias (“y cómo las mismas se han entrelazado con el poder de turno, así como con grandes corporaciones”).

Vamos para atrás: Wilson Sanabria se suicidó el 30 de setiembre de 2015. Nueve meses antes, en enero, le habían detectado un tumor cerebral.

Aquel 30 de setiembre ocurrió una escena que, dice, no se le borra más:

—A la tarde estábamos en el patio de la casa de la familia en San Carlos. Mucha gente en el patio. Todavía estaban haciendo algunas pericias con el cuerpo. Se me acerca Nelson Calvete, mi socio heredado, y me dice bajito palabras más palabras menos: “Mañana tenemos que cubrir un sobregiro de 200.000 dólares en el República”.

—En una entrevista en enero de 2020 con El Observador, contás que sentiste “rabia, angustia, duda y asco”. ¿Qué le dijiste?

—Yo me doy vuelta y le respondo: “¿Qué me estás diciendo Nelson? Andá a alguna sucursal, saca el dinero y ponlo”. Y me dice: “Es que no tenemos dinero”. Yo venía de dos horas de estar tirado con mi padre en un charco de sangre. No pude ni valorarlo, era una barbaridad.

Asegura Sanabria que hasta ese día para él la situación económica del cambio “era fantástica”. Hoy está convencido que el suicidio no fue por la enfermedad, sino por las razones económicas y sus consecuencias.

—Mi padre no quería pasar lo que pasé yo: ir a la cárcel y el escarnio público de un hombre ya con no tanto poder. Había una bola de nieve, una calesita, para mantener la apariencia, un estatus o alguna otra cosa que yo no conozco.

—¿Cómo funcionaba esa calesita?

—Lo que te puedo decir es que tenía deudas por todos lados: en entidades financieras institucionalizadas y en entidades financieras no institucionalizadas.

—¿Pero tú realmente te enteraste de todo eso luego de su muerte? Cuesta creerlo.

—Nos enteramos a partir de su muerte. ¿Qué iba a pensar yo que mi padre tenía la deuda que tenía? Yo podría haber repudiado la herencia y además el 80% del patrimonio estaba a mi nombre. De haberlo sabido, la primera determinación que hubiera tomado un ser humano razonable era achicar el estándar de vida. Si algo teníamos era patrimonio y había que venderlo, que es lo que terminé haciendo.

—¿Cómo fue el año y pico antes del cierre?

Poner y poner. Pasarse en los bancos haciendo cola. Hipotecar bienes propios para dar liquidez, uno creía que al cambio, pero había mucha cosa ahí adentro que se iba por otra puerta. Había cifras abismales, yo pedí un préstamo de un millón de dólares. Hoy lo analizas y dices: ¿cómo uno no se daba cuenta? Sacabas ese dinero, se lo dejabas a Nelson o al Tesoro, y no duraba tres días, una semana. Siempre había una justificación, aparecía Nelson con un cheque firmado por mi padre: “Vino Juan Rodríguez a buscar tal dinero y tuve que darle esto”. Y al que se le pudo pagar con dinero, se le pagó con dinero. Y al que no, con bienes.

—Hablás de Nelson Calvete como socio heredado...

—Quien pide en el 98 o 99 la habilitación de cambio es mi padre, único director y accionista a los efectos formales. Pero la realidad es que son dos personas que se asocian: 50 y 50. Yo por los números estoy convencido de que Humberto Capote (contador de la empresa y nexo con el Banco Central) también era socio, aunque muy minoritario. Tuve un careo en sede penal y él lo negó.

Cambio Nelson. Foto: Ricardo Figueredo.
Cambio Nelson. Foto: Ricardo Figueredo.
Ricardo Figueredo/Archivo El País

—La jueza de concurso Susana Moll te preguntó en su momento sobre el porcentaje de interés anual que el cambio pagaba a sus clientes por los depósitos. Y respondiste: “Nunca manejé el sistema, eso lo hacía Calvete y la gente del Tesoro. Ellos tenían las claves de acceso al sistema”. Otra vez: cuesta creer que no estuvieras al tanto de todo eso…

—Yo dije que no podía responder algo que no conocía porque entre otras cosas había un sistema que no sabía usar ni tenía la clave. Más fácil era preguntarle a Nelson. Hay que estar en el contexto. El cambio era una empresita en relación a otras, vinculadas a la producción agropecuaria, tambos, transporte de ómnibus, turismo, alquiler de autos, servicios. Y puedo seguir nombrando. Había muchas cosas de las que ocuparse. Pero, además, ¿para qué te ibas a ocupar de algo de lo que ya alguien hacía 17 años estaba a cargo, era socio y se suponía que lo manejaba de maravillas?

—¿Qué recordás del día del cierre?

—Yo creo que era un sábado de mañana —dice, aunque en rigor fue el miércoles 23—. Estaba en mi casa.

Su casa era el chalet Gatsby, “como la película”, frente a Playa de los Ingleses, que terminó siendo el pago de la deuda a Redpagos. Su vida era lujosa, en marzo de 2017 le incautaron un Audi Q7 y un BMW, según las crónicas de la época.

—Suena el celular y era de una sucursal: “Estamos llamando a Nelson y no lo encontramos. Estamos con poca liquidez”. Entonces lo llamo a Nelson y tampoco me atiende. Me comunico con la casa central y me dicen que no había ido. Pasan 20 minutos y me llaman de otra sucursal, para decirme lo mismo. Corto y me estaba entrando otra llamada. Ahí me di cuenta que algo pasaba. Llamé al Tesoro y pregunté: “¿Cuánta plata hay y cuánto precisa cada sucursal para funcionar?”. Para que veas mi desconocimiento... Pero no había plata. Nelson no apareció.

Entonces vuela su anillo, con el que jugaba, a la otra punta de la sala.

—Esto en la cárcel se dice “confirmao”, así sin la d. Cuando se te cae algo mientras hablás... Como que lo que estoy diciendo es veraz —explica y va a buscar el anillo.

—Se conoció el informe del Banco Central, que en una parte dice: “Los problemas de liquidez y eventualmente de solvencia (...) surgieron por los depósitos irregulares, el servicio de pago y cobranzas y la operativa cambiaria, todo lo cual era de conocimiento, aceptación y participación de Francisco Sanabria”. También: “Parte de esos fondos eran derivados a colocaciones en empresas vinculadas al director, a su círculo familiar y a terceros, por lo cual se realizaban más pagos o retiros que fondos disponibles, todo lo cual era de conocimiento del sumariado”.

—¿Sabes en qué se basa el Banco Central para decir que yo “tenía conocimiento”? En una cosa increíble: un mail de una casilla [email protected], que a los efectos del Banco Central supuestamente era de uso exclusivo mío. Esa casilla estaba instalada en una computadora del Tesoro, a la que tenía acceso Nelson, Soledad Ubillla y yo. En un mail ella pregunta algo así: “Con tal dinero, ¿qué hago? ¿Vale o caja de ahorro?”. La respuesta, “hacé una caja de ahorro” y firma “Fran”. Yo pedí que continúen la cadena del mail y dicen que eso tendría que ser de mi cargo, pero yo no tengo acceso.

Sanabria dice que es “realista” y que no espera que la jueza Mainard dé marcha atrás en todos los delitos que le imputan.

—Eso sí: espero que el delito de lavado de activos desaparezca —afirma y hace un silencio—. Sería un elemento muy fuerte para poder tener la visa y visitar a mis hijos porque es un delito no menor en Estados Unidos. Es muy difícil, en un caso tan mediático, que (la jueza) a pesar de todo el cúmulo probatorio pueda animarse a desdecirse de una cantidad de cosas.

Tres meses después de esta entrevista, el proceso judicial viene algo más lento de lo que Sanabria imaginaba. Ya pasó la etapa de los alegatos de las dos partes y Mainard tiene tiempo hasta inicios de abril para dictar su sentencia, después que a fines de 2020 el fiscal de Crimen Organizado Luis Pacheco solicitó la condena del exdueño del cambio. Pidió una pena de tres años y cuatro meses. Pero, pase lo que pase, no volverá a la cárcel: le descuentan la pena ya cumplida. Su nueva vida, en cambio, recién está empezando.

CASO NELSON

Su defensa sobre los delitos de los que se lo acusa

La falsificación ideológica es uno de los delitos por el que se acusa a Sanabria, quien se defiende: “El fiscal entiende que de los cerca de 100 funcionarios, enviamos información relativa a los sueldos de unos pocos de ellos por un sueldo menor o menos horas de trabajo, para pagar menos BPS. Es verdad, pero es un delito muy rebuscado”. Sobre los cheques sin fondo: “Cometí el mismo error que critiqué a mi padre, hacer confianza y dejar los cheques en blanco. Nelson los llenaba”. Respecto a la apropiación indebida: “Que me juzguen por el año, dos meses y 16 días, que fue mi gestión en Cambio Nelson, pero no por casi 20 años”. Y sobre el lavado de activos: “Dicen que con el dinero que dejaban, adquirí una casa en El Tesoro en La Barra y unos apartamentos en Punta del Este. Sí, compré una casa pero demostré de dónde saqué el dinero, de un préstamo. Respecto a los apartamentos, el 50% de ese edificio era propiedad de mi padre. No tiene nada que ver con el cambio”.

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