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Fútbol y censura

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Quienes últimamente hayan visto fútbol uruguayo por televisión no notaron las pancartas de los jugadores antes de empezar los partidos. Pero si por otros medios siguen la actualidad de este importante deporte nacional, igualmente se habrán enterado de las reivindicaciones allí expuestas.

Quienes últimamente hayan visto fútbol uruguayo por televisión no notaron las pancartas de los jugadores antes de empezar los partidos. Pero si por otros medios siguen la actualidad de este importante deporte nacional, igualmente se habrán enterado de las reivindicaciones allí expuestas.

El contexto es un conflicto con la empresa Tenfield por los derechos de imagen en el que son protagonistas los principales referentes de la selección nacional. Pero más que ese asunto, me interesa la censura televisiva en sí: la decisión de llevarla adelante de forma sistemática, que muestra un arraigado sentido de impunidad; el silencio cómplice de los periodistas que transmiten los partidos en directo; y la tácita aceptación de estos episodios que, sacando algunos casos sobre todo de periodistas especializados, ocurrieron sin mayores quejas.

Se podrá decir que no es la primera vez que pasan cosas de ese tipo en ese maloliente y corrupto ambiente. Pero también es cierto que cuesta encontrar episodios tan bochornosos, evidentes y groseros como esta aceptación generalizada de la censura. De alguna forma, hay como una gran exhibición, en un ámbito muy popular como es el fútbol, del carácter que nos ha ido ganando como sociedad en estos años.

Es un talante hecho de resignación, apatía y mansa aceptación de lo que se recibe. Es un conformismo que reposa en que sea otro el que, en todo caso, se ocupe de mejorar el cotidiano nacional. Se vive en un profundo descreimiento general. De última, lo único importante hace al bienestar del ámbito privado, y a que los demás se arreglen como puedan o quieran: yo veo el partido tranquilo y si censuran la pancarta es un problema de ellos que no me afecta.

Hay otros ejemplos mucho más importantes que el fútbol en donde triunfa este carácter. Tomo aquí uno solo bien ilustrativo: pasan los años y el cemento de Ancap sigue dando decenas de millones de dólares de pérdida. El sindicato del ente logra que la producción se mantenga, independientemente de estos resultados catastróficos, lo que asegura así más pérdidas futuras. Y no pasa nada. No hay gobierno que contraríe la presión sindical, ni opinión pública que ponga el grito en el cielo, ni oposición que logre cambiar de política, ni oficialismo político o intelectual-cultural que enfrente este dislate (incluso, a veces, lo apoyan).

Con la plata tirada en los malos negocios del cemento de Ancap de estos años, se podría haber generalizado el sistema de tobilleras electrónicas contra la violencia doméstica para todo el país en 2012, y no anunciarlo recién para fines de este año; comprado equipamientos para mejorar radicalmente las previsiones climáticas; invertido en infraestructura de cárceles para terminar con el feroz hacinamiento; o facilitado la reforma del proceso penal y mejorado, en general, el funcionamiento del Poder Judicial que precisa más inversión, por poner algunos ejemplos de temas importantes para el país. Y sobraba plata.

Pero a nadie le importa ese vínculo entre el derroche por un lado y la escasez por el otro. Como a nadie le importa hacer el vínculo entre la censura de Tenfield y el bajo nivel del fútbol local. Todo el mundo prefiere no complicarse. Y que Dios reparta suerte dispar.

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Francisco Faig

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