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Un quiosco en el desierto

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Esta semana, un desayuno de trabajo de la Asociación de Dirigentes de Marketing (ADM) reunió a los presidentes de tres grandes empresas públicas nacionales, Alejandro Stipanicic (Ancap), Gabriel Gurméndez (Antel) y Silvia Emaldi (UTE).

La crónica de la periodista Pía Mesa destaca una de las declaraciones más reveladoras de esa jorna- da. Stipanicic puso un ejemplo ilustrativo para justificar la decisión de asociar el deficitario negocio del pórtland con privados: “Uno puede tener la brillante idea de poner un kiosco, pero si lo pone en el desierto no es viable y eso es lo que está pasando”.

Es tal cual: mantener una empresa onerosa con eterno respirador, sin mercado al que venderle, con una producción ineficiente y obsoleta y, para colmo, con nuevos competidores privados que carecen de esos problemas, es como gestionar un kiosco en el desierto. Y cuando se escucha este símil, uno no puede menos que recordar aquella aguda autocrítica de Esteban Valenti -hoy de nuevo entusiasta publicista y defensor del Frente Amplio- cuando en 2016 pidió explícitamente perdón “por poner al frente de las empresas públicas gente sin ninguna credencial o experiencia en administrar un kiosco, simplemente porque son nuestros”. Fue gente que tomó decisiones irresponsablemente -y ahí están los pilotes de Gas Sayago como testigos mudos de tanta barbarie- y no se hizo responsable de los yerros: pagó Juan Pueblo.

Vale recordar también las reflexiones del dirigente colorado Pedro Bordaberry sobre el disparatado “desarrollismo mágico” frenteamplista: todas las críticas -propias y ajenas- han sido contestes en que para gestionar una empresa pública hay que tener conocimiento y experiencia, aunque solo formularlo parezca de Perogrullo.

En el desayuno de ADM, la alocución de Gabriel Gurméndez no fue menos contundente.

Destacó que la empresa de telecomunicaciones, “lejos de fundirse, entregarse, desmantelarse y no sé cuántas catástrofes espantosas” que auguraba la oposición político-sindical, ha obtenido en los últimos dos años 247 millones de dólares de ganancias, que representan “los resultados económicos más importantes de toda la historia de Antel”.

Hizo notar que en el período anterior, “se reportaban números de servicios con clientes que no usaban tráfico (de datos), cientos de miles de clientes que ni siquiera existían como tales”. El uso tergiversado de los números ha sido otra característica de los gestores de kioscos: como cuando celebraron un aumento exponencial de la cantidad de empresas cotizantes al BPS, soslayando que en su inmensa mayoría eran unipersonales: trabajadores obligados a precarizar sus vínculos laborales con empleadores que intentaban zafar de onerosos aportes patronales.

La realidad actual es bien distinta a aquella pauperizada (pero maquillada) por los inefables kiosqueros de aquellos tiempos. Hoy las empresas públicas obtienen resultados positivos en consonancia con el progresivo mejoramiento económico: “El país está creciendo y la demanda de la energía eléctrica está en consonancia con eso”, declaró por su parte Silvia Emaldi.

En un contexto tan claro, es desalentadora la reacción de quienes ayer pronosticaban que el viento neoliberal venía a barrer con todo, y ahora siguen negando lo evidente y trancando lo imprescindible.

Parece chiste que el sindicato de Ancap se oponga a la asociación con privados en un negocio como el del pórtland, que cuesta una fortuna drenada directamente del bolsillo del ciudadano. Pero el planteo no deja de ser coherente con la larga historia de ese gremio, que durante el gobierno de Jorge Batlle convenciera al FA de apoyarlos en su iniciativa de derogar una ley de asociación del ente con privados… ¡una ley que había sido corredactada por los mismos frenteamplistas!

En este circo de contradicciones, tampoco podía faltar la declaración del presidente del Pit-Cnt, Marcelo Abdala, respecto a que un eventual acortamiento de la jornada de trabajo sin ajuste salarial no tendría efectos negativos sobre la economía de las empresas.

Todos defienden la doctrina del kiosco en el desierto, ¿para qué detenerse a analizar la más sencilla ecuación de cualquier emprendimiento productivo, si siempre están a mano los tontos clisés del neoliberalismo y la lucha de clases?

Por eso, ahora más que nunca es imprescindible la forja de una conciencia ciudadana, que ponga un freno racional a los facilismos de la izquierda y asegure la continuidad de quienes gestionan con solvencia y probidad.

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