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La Plaza Zabala como síntoma

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EDITORIAL

El episodio de los bancos instalados en la Plaza Zabala ilustra sobre la serie de pecados capitales que caracterizan a la intendencia montevideana.

En las últimas semanas, la Plaza Zabala, uno de los rincones más emblemáticos de la capital uruguaya, ha ocupado titulares en todos los medios. Y no por motivos agradables, precisamente. Es que la Intendencia de Montevideo decidió hacer una “intervención” en la llamada Circunvalación Durango, que rodea la histórica plaza, colocando allí unos bancos de dudoso buen gusto, y que complican de manera notoria la circulación de la zona.

El episodio es muy interesante porque es una descripción casi perfecta de todos los pecados que suele cometer la administración municipal del Frente Amplio, con actitudes que no son demasiado ajenas a las que suele tener también el gobierno nacional del mismo partido político.

El primer pecado es la soberbia. La decisión de semejante disparate se tomó entre cuatro paredes, seguramente por algunos burócratas que tienen demasiado tiempo libre, que bien podrían aprovechar para intentar buscar solución a los cientos de problemas urbanos reales que padece Montevideo.

Lo que es seguro, es que se tomó sin consultar a los vecinos, que en forma masiva han salido a criticar esta “intervención”, sumando más de 300 firmas al reclamo. Un reclamo que tras una reunión con los jerarcas comunales no parece haber logrado mucho, ya que la respuesta oficial fue que “hay contratos con empresas privadas que están realizando la intervención que deben ser respetados”. O sea que primero no se consulta a la gente que vive allí y luego, cuando esta se queja, se privilegia un acuerdo con una empresa privada. Menos mal que es un gobierno de esos que gustan llamarse “de izquierda”.

El segundo pecado es el derroche. En una ciudad donde casi todos los espacios públicos presentan señales de deterioro lamentable, incluso pese al frenesí de las últimas semanas motivado por la necesidad del exintendente por apuntalar su campaña presidencial, la comuna decide invertir casi medio millón de dólares en una obra que nadie pidió, que nadie quiere, y que a ojos de cualquiera, no pega ni con goma, con el entorno de la bellísima Plaza Zabala. ¿No hay otras urgencias? ¿Le sobra la plata a la IMM?

El tercer pecado podría ser la ignorancia. Resulta que la plaza es un rincón con obvia relevancia patrimonial. Y sin embargo la intendencia ni siquiera hizo una consulta a la Comisión de Patrimonio, a ver si esa payasada estaba en sintonía con las líneas que esa repartición ha diseñado para la zona. ¡Total! A quién le importa lo que diga Patrimonio, ¿no?

Otro pecado muy presente en todo esto es el del abuso de los eufemismos, algo que parece ser demasiado habitual en los políticos del Frente Amplio, que a una ley de bancarización forzosa la denominan “inclusión financiera”, que piensan que con cambiar el nombre de una cárcel cada 6 meses, se lavan todos los pecados anteriores, que llaman al presupuesto público “espacio fiscal” y a los ajustes “consolidación fiscal”. Bueno, a estos bancos horrorosos, y unas plantitas esmirriadas, algún genio municipal en un rapto de inspiración superior decidió llamarlos “estaciones de descanso”. ¡Hermoso! Y pensar que alguno cobró por eso.

Hay otro pecado que también se asoció a este proceso lamentable, y es el del resentimiento. Parte del reclamo de los vecinos es que esa “intervención” ha complicado aún más el tránsito, y limitado los ya escasos lugares de estacionamiento de la zona. ¿La respuesta oficial? Que el que se queja es un egoísta, seguramente neoliberal, que solo piensa en su autito de pequeño burgués y que hay que privilegiar el transporte público y dejarse de autos privados.

¡Pero claro! El problema, señores de la IMM, es que el transporte público en Montevideo es una porquería. Monopolio de una empresa amiga del poder y de una “familia” que poco le importa lo que deseen los vecinos. Mientras la intendencia no resuelva eso, los ciudadanos seguirán usando el transporte privado, y su función es atender sus requerimientos, no evadir responsabilidades con gestos voluntaristas. Con los precios de la nafta, a todos nos gustaría usar más el transporte público, si este funcionara de manera decente.

Pues bien, ¿qué pasará con todo esto? Nada. Seguramente la gente se canse de protestar, y con suerte, dentro de unos meses vendrá otro jerarca con otra idea brillante que nos costará otro medio millón de dólares para complicarle más la vida a los contribuyentes. Y, sin embargo, muchos de esos afectados seguirán votando al Frente Amplio, seguros de que ninguna alternativa es posible. En algún momento, la oposición logrará convencerlos de lo contrario.

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