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La corrupción de Lula

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Un nuevo episodio de la fenomenal trama de corrupción conocida como el “Lava jato”, por la cual principales figuras políticas del PT y otros partidos traficaron influencias en beneficio directo de sus bolsillos y para financiar sus campañas electorales.

Rouba mais faz": roba, pero hace. Se trata de una vieja expresión que describe desde hace décadas a muchos líderes de la política corrupta del Brasil. Y es una expresión que desde hace años viene caracterizando también al período de gobierno progresista en el que descolló el liderazgo de Lula.

La noticia tuvo repercusión mundial: una sentencia judicial de primera instancia condenó a nueve años de prisión por corrupción y lavado de dinero al expresidente brasileño (2003-2011) y principal figura continental de la ola progresista. El juez decidió que Lula no tuviera que cumplir su pena en prisión y esperar así la posible ratificación del veredicto en la segunda instancia judicial para definir si efectivamente termina preso.

Estamos así ante un nuevo episodio de la fenomenal trama de corrupción conocida como el "Lava Jato" en Brasil, por la cual principales figuras políticas, del Partido de los Trabajadores (PT) y también de otros partidos, traficaron influencias en beneficio de sus propios bolsillos pero también para financiar las actividades y campañas electorales de sus respectivos partidos. Es esa misma trama del "Lava Jato" la que se llevó consigo toda la credibilidad que podía acumular la expresidenta Rousseff y que abrió la puerta para su destitución.

Esta circunstancia, como la de Rousseff, también es histórica: Lula es el primer expresidente de la historia de Brasil en ser procesado por corrupción. Según el juez, las coimas para Lula fueron superiores al millón de dólares. Estuvieron vinculadas al beneficio que la empresa constructora OAS obtuvo en contratos con Petrobras gracias a las buenas gestiones del por entonces presidente de Brasil. Y más allá de este caso concreto, hay cuatro causas penales más que involucran a Lula en tramas de corrupción y que deben tratarse en los próximos meses.

La visión pesimista de esta corrupción ve al período del PT como un momento más de la vieja historia de corrupción brasileña. Aquella izquierda liderada por Lula, que traía esperanza en la mejora de la situación social del país, terminó siendo tan corrupta y ladrona como cualquier otro partido en el poder. Además, en la perspectiva regional tampoco es que hubiera nada nuevo bajo el sol: tanta corrupción progresista se verificó también por ejemplo en la Argentina de los Kirchner o en la Venezuela del chavismo.

Así las cosas, no hubo ningún hombre nuevo, ni refundación socialista ni justicia social con sentido republicano de gobierno. Simplemente, en el viejo Brasil en el que lo mejor a lo que se podía aspirar era a que el gobierno robara pero al menos hiciera algo, el PT de Lula cumplió con esas históricas y miserables expectativas. Incluso esta visión pesimista agrega que hoy, y por causa de una trama de sobornos distinta a la del Lava Jato, la estabilidad del gobierno de Temer pende de un hilo, lo que ratifica que no hay esperanza de mejora posible para la endémica corrupción brasileña.

Sin embargo, hay una visión algo más optimista que señala que lo que pasa en Brasil es en realidad un avance. Porque antes la corrupción en el poder era por lo general impune. Ahora, con el avance social de las clases medias brasileñas y con la mayor exigencia ciudadana de calidad en el gobierno, se verifican una mayor autonomía de la justicia y una mayor fortaleza institucional que permiten, entre otras cosas, juzgar a un expresidente con total libertad y condenarlo por episodios de corrupción. Esta visión optimista alega incluso que no importa de qué partido es el político corrupto, ya que en definitiva la justicia se viene ocupando de Lula pero también de otras notorias figuras del espectro partidario brasileño.

Sea que convenza más la visión pesimista o sea que se adhiera más a la optimista, lo cierto es que lo que no tiene sustento alguno es la burda interpretación que aquí retoma el Frente Amplio para justificar la corrupción de la izquierda gobernante en el Brasil. Recurrir, una vez más, a la teoría del complot oligárquico-judicial contra Lula porque resulta que es una figura con apoyo electoral, o apelar a argumentos similares de tontería ideologizada en torno a una lucha de clases es, simplemente, propio de un discurso dogmático incapaz de ver la realidad ante sus ojos. Es muy propio, claro está, del aire viciado del encierro del comité de base que respira el Frente Amplio.

Nadie que haya seguido esta década política de Brasil puede creer en esas infantiles teorías frenteamplistas. Importa tenerlo claro, por el peso regional de nuestro vecino.

EDITORIAL

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