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Cuidar el relato

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Definida la candidatura a la Intendencia Municipal de Montevideo, el gobierno electo se dedicará a la difícil tarea de conformar el resto de los primeros cuadros que a partir del 1M llevarán las riendas del país.

Así, superado el hito de las elecciones municipales, y con el escenario político nacional y departamental definido pondremos proa al 2025.

Como en cualquier travesía, enfrentaremos buen tiempo y tormentas.

Pero más allá de las condiciones objetivas que el Gobierno deberá encarar para superar los naturales escollos de la difícil tarea de gobernar, hay una subjetiva, que ha estado siempre presente en el devenir histórico de las sociedades y su organización política, pero que tendrá que ser atendida con especial consideración en esta oportunidad de original alternancia.

El relato.

Así mencionado, hasta parece algo feo, o por lo menos mal intencionado, pero no es tal. El relato, político en este caso, resulta un elemento trascendente de la comunicación entre gobernantes y gobernados.

Fundamental, en cuanto el mismo es un vehículo que facilita la transmisión de determinadas ideas, objetivos, y/o valores que quienes están al frente de la mayor responsabilidad, intentan desarrollar. Dado que ayuda al gobernante a llevar adelante su tarea, y a que la misma sea reconocida a futuro. Pero lo particular en este caso, es que el gobierno que asumirá funciones en breve ha sido muy disruptivo en materia comunicacional, con fuerte apego a una determinada estrategia, pero sobre todo a un sentido de la ética en la comunicación, que resulta totalmente novedoso en Uruguay.

El país está acostumbrado a una forma de entender y practicar el relato, máxime durante los quince años de hegemonía frenteamplista (y también en los años previos a instancias del partido hoy gobernante en su rol de oposición), donde el mismo se planteó en los términos clásicos de la comunicación política: el binomio “ellos” versus “nosotros”. Algo típico de la dialéctica marxista. Donde uno encarna todo lo bueno, y el otro todo lo malo. Y esto fue responsabilidad pura y dura del Frente Amplio cargando con su complejo de génesis, su visión determinista del devenir de la sociedad y el hombre, y un profundo trauma refundacional.

Así fue que se desdibujó la historia al extremo de sostener falacias como que los tupamaros lucharon contra el gobierno de facto, que unos terroristas vascos eran un puñado de inocentes independentistas que no merecían ser extraditados a una de las democracias más serias del mundo para ser juzgados, que el último gobierno blanco fue neoliberal, o que los niños comían pasto durante la última gran crisis económica.

Quizá sea la primera vez en que en nuestro país asume un gobierno liderado por alguien que en su construcción camino a la primera magistratura no ha utilizado la épica, ni la mitología política en provecho propio. Esas no fueron las herramientas, y el Presidente electo hasta fue objeto de críticas por su firme estrategia de unir y no de dividir. Ideas firmes facilitan empatizar con el otro y entenderlo. Mirando con atención los principales hitos de la campaña, de cierta manera, hasta cometió la sana transgresión de utilizar como el símbolo más relevante de la misma, el más sagrado, la bandera nacional. Siendo esto, desde todo punto de vista, necesariamente un factor de unión, y no de división. Lo original aquí es que no se quedó en la mera utilización del símbolo como elemento de semiótica, sino que el mismo fue testigo, prueba, y evidencia de un nuevo modo de hacer política y de entender el país. Un país. El país de todos.

Ahora, dedicados en breve a la tarea de llevar el Uruguay adelante, las nuevas autoridades deberán también tener siempre presente algo que ya saben, una cosa es la campaña, el pre gobierno, y otra gobernar. La oposición y sus socios (los diferentes grupos de presión) que se estrenará el 2 de marzo nuevamente en ese rol luego de tantos años al calor del poder lo tienen bien claro. Ya pusieron a andar la maquinaria del “storytelling” contra la ley de urgente consideración. Sin vergüenza, y sin el más mínimo reparo de republicanismo que deberían manifestar para con un gobierno legítimamente electo.

En un mundo donde el relato, no solo rivaliza, sino que muchas veces sustituye a la lógica, no se debería perder de vista que la política vive del relato. Y que la construcción de un Uruguay para todos los orientales, necesariamente cuenta con una narración ética, que ponga cada cosa en su debido lugar.

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