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El capitalismo y la pasta de dientes

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En un país donde la educación, la salud, y hasta la justicia se caen a pedazos, en estas horas varios destacados políticos oficialistas han puesto sobre la mesa otro tema vital; el precio de la pasta de dientes.

Primero fue el exministro Eduardo Brenta quien en una red social y por medio de una serie de expresiones muy llamativas, denunció con crudeza este tema, así como el alza de precios en supermercados que, a su manera de ver, atentan contra los más débiles. Incluso sugirió armar una cooperativa para producir este bien indispensable a precios módicos y enfrentar la rapacidad de las "multinacionales".

Para confirmar que lo de la pasta es una inquietud que va más allá de los desvelos del exministro, la senadora Constanza Moreira salió poco después con un discurso similar. "Se importa una pasta de dientes a 15 y la están vendiendo a 150 pesos. Qué capacidad tengo de regular y decir: señores, esto es usura", agregó y dijo que no alcanzarán todos los aumentos salariales posibles si no se puede regular la otra parte de la ecuación. "¿Qué capacidad tiene el Estado de controlar esas cosas?", se preguntó la ex- candidata presidencial.

La preocupación de fondo es compartible. A nadie la gusta que lo roben, ni pagar 10 veces más de lo que algo vale. Lo que no puede ser compartible por nadie que tenga un mínimo conocimiento de historia, política, economía, o de lo que está pasando en el mundo, es creer que el problema se resuelve apelando al control del Estado. Al menos no del Estado como es en Uruguay ahora, y menos como a estos dirigentes les gustaría que fuera a futuro.

Para empezar vale decir que la colusión, los precios inflados, y cartelizados, solo son posibles en mercados cerrados, demasiado regulados, y donde la competencia es escasa. Donde alguien que comprueba una situación como la que denuncian los venerables dirigentes oficialistas, no puede abrir mañana una fábrica de pasta de dientes para competir, porque encarar la maraña de autorizaciones, permisos, impuestos, tasas, y "ainda mais", implica un esfuerzo inhumano. Por eso los que ya están en el mercado se pueden dar el lujo de abusar de su posición dominante.

Para seguir, el Estado en Uruguay (y en todo el mundo) ha mostrado que no es el mejor ente testigo de precios en el mercado. De hecho basta ver que los productos que comercia nuestro Estado en régimen monopólico (electricidad, combustibles, etc.) son los más caros del mundo. Y que los que vende en régimen de competencia, desde el azúcar hasta la señal telefónica de celular, deben ser subsidiados de alguna forma para poder competir con sus rivales privados.

Hay otra forma que tienen los países serios de regular para que este tipo de abusos no se produzcan, y es creando fuertes mecanismos de defensa de los derechos del consumidor y de combate a los monopolios. Nada de esto funciona en Uruguay por dos motivos; uno, que buena parte del establishment político de oficialismo tiene un complejo ideológico con el tema de los derechos de los individuos, y nunca han dado apoyo a la creación de entes de esta naturaleza. El segundo, porque implicaría un choque permanente con las empresas y monopolios públicos, defendidos a ultranza por el oficialismo, y que suelen ser los principales culpables de abusos contra la competencia y los derechos de los clientes y consumidores.

Hay un tercer elemento a mencionar en esta batalla contra el abuso comercial. El Estado, para poder tener derecho a incidir con autoridad, no puede ser juez y parte. En estos días se ha comentado la idea de crear una constructora estatal, para ser un "ente testigo" de los precios. Idea absurda ya que todos los precios del Estado siempre son 10 veces más caros que los de ningún privado.

Pero tiene otro problema. En estos días ha saltado a luz un escándalo cuando el ente regulador de Estados Unidos (el gran Satán neoliberal) multó a la marca de autos Volkswagen por manipular un medidor de emisión de gases, generando una tormenta bursátil que costó en 24 horas a la marca el 20% de su valor de mercado en Alemania. ¿Sería esto creíble si el gobierno de EE.UU. tuviera una marca propia de autos? Vale decir que durante la crisis, fue accionista de GM, pero ya se desprendió del negocio.

Lo que queda claro es que la clave para enfrentar estos desafíos, propios además de un mercado pequeño, son la apertura, la desregulación, la competencia, y el fin de los monopolios, privados y públicos. O sea, más capitalismo en serio, no regresos a socialismos dirigistas que han fracasado cada vez que se intentó ponerlos en práctica.

Editorial

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