Así debería escribirse la frase del título. Con la X o la E al final.
Acá es donde debería pisar firme lo inclusivo. No en el demagógico “uruguayos y uruguayas” abriendo el discurso de un presidente o una intendenta.
También se podría borrar directamente la palabra hermana, de modo que todos podamos contar con el beneficio de la confianza.
“Yo te creo”. Y chau. Sin discriminación de género. Que el mensaje de apoyo vaya no solo a quien le corresponda la A al final del sustantivo, sino a todos.
De lo contrario, los ciudadanos del género masculino, biológico o percibido, seremos potenciales víctimas de hechos criminales evitables. Como la falsa denuncia de Romina Papasso al candidato Yamandú Orsi.
Si la frase del título se aplica como hasta ahora, terminada en hermana y no en hermanx o hermane, todos y cada uno de los hombres de este país estamos a merced de esos aterradores delitos de odio, hijos del resentimiento e instrumentos de la venganza.
Los que nos autopercibimos varones vivimos a apenas una mentira de la cárcel y de la pulverización social. De que nos conviertan, con uno de esos pacos malintencionados, en lo peor de la sociedad.
Nuestros hijos, padres, hermanos y amigos caminan sobre una cuerda floja sujetada de ambos extremos por esa tiranía implacable que los considera culpables hasta que se demuestre lo contrario, por inquisidores que le creen a la hermana pero no a él.
Inquisidores que son capaces de meter a un inocente en el infierno del sistema carcelario uruguayo sin que se les mueva un pelo. Como pasó con los estudiantes del Cordón, a quienes una denuncia falsa los condenó a unos injustos meses de prisión preventiva, apoyados por una legislación insólita que le impidió a la defensa de los acusados presentar ante la Justicia pruebas contundentes de su inocencia. Un caso paradigmático que, pa- ra alcanzar el límite de lo bizarro, una vez que se aclararon los tantos y los muchachos fueron liberados, la falsa denunciante no sufrió ninguna consecuencia. Ni siquiera tuvo que ir a barrer una plaza o pintar las paredes de una escuela pública. Así es un bollo.
Con un arma como esa en la mano, no me gana nadie. A cualquiera que ose enfrentarme o contradecirme, lo mando en cana.
Claro que antes debo asumirme como mujer, porque, como bien dice la frase del título, se le cree a las hermanas. Y las hermanas son, según la ley 19.580: “mujeres de todas las edades, mujeres trans, de las diversas orientaciones sexuales, condición socioeconómica, pertenencia territorial, creencia, origen cultural y ét-nico-racial o situación de discapacidad, sin distinción ni discriminación alguna”.
Muchos quedamos excluidos de esa lista.
La justicia, para poder existir, debe creerle a las dos partes. A la denunciante y a la acusada. Y al mismo tiempo está obligada a dudar de ambas. Si no se cumple este principio básico, ¡qué justicia va a haber!
Mientras tanto, la historia más berreta jamás contada, aún no ha terminado. Esperemos que cuando la realidad digite el punto final, la mugre que trajo motive una necesaria limpieza.