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Un país occidental

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La noticia de que la OCDE -sacrosanta organización (para los poco celosos de nuestra soberanía) que nos ha llevado a flexibilizar normas vinculadas a nuestra libertad individual y derecho a la intimidad- califica a Uruguay como país que restringe la producción pasó sin pena ni gloria.

La noticia de que la OCDE -sacrosanta organización (para los poco celosos de nuestra soberanía) que nos ha llevado a flexibilizar normas vinculadas a nuestra libertad individual y derecho a la intimidad- califica a Uruguay como país que restringe la producción pasó sin pena ni gloria.

El estudio recomienda soluciones para esas restricciones como facilitar el comercio, calidad institucional, protección de la propiedad intelectual, entorno empresarial favorable a la innovación, desarrollo de la fuerza de trabajo, servicios eficientes, fortalecer la competencia, etc.

Estos consejos son pragmáticos, y sin embargo encierran en la valoración que cada sociedad les da, elementos teóricos significativos para entender cómo la misma se autodefine. Vale decir, cómo se entiende a sí misma y cómo se proyecta. Qué valores le resultan trascendentes, y en función de estos cuál es su arraigo o pertenencia en el mundo con relación a otras sociedades. Algo así como ¿quién soy?, ¿dónde quiero estar? ¿Con quién me quiero juntar?

Esto no es nuevo, pero es fundamental.

En su conferencia The 6 killer apps of prosperity, Niall Ferguson explicó la receta que utilizó Occidente para despegarse del resto de las civilizaciones: 1) competencia; 2) revolución científica (innovación); 3) propiedad privada (predominio de la ley); 4) medicina; 5) sociedad de consumo; 6) ética del trabajo. Casi los mismos consejos que la OCDE.

Entonces: ¿puede Uruguay implementar estas 6 killer apps y convertirse en un país competitivo que no restrinja la producción? Sostengo que depende de cómo nos definamos como país, y dónde fijemos nuestro arraigo.

En una compilación de estudios de Ciencia Política que publicamos hace años con Ignacio de Posadas, refería que Huntigton sostiene la existencia de 7 civilizaciones entre las que se encuentran Occidente y Latinoamérica. A grandes rasgos se le pueden asignar a la primera las características de respeto por el imperio de la ley, pluralismo social, cuerpos representativos que dieron lugar a la moderna democracia, e individualismo, y a la segunda las señas de desigualdad social, inestabilidad monetaria y fiscal, debilidad institucional, violaciones al derecho de propiedad, autoritarismo, poca apertura económica.

No caben dudas, aún con algunas debilidades, Uruguay es un país Occidental a pesar de estar en Latinoamérica, y por tanto tiene las condiciones objetivas para bajar las killer apps y dar el salto productivo y competitivo. Para dejar feliz una vez más a la OCDE.

¿Qué nos impide hacer bien los deberes?

Tenemos las condiciones objetivas, es verdad, pero no tenemos las subjetivas. ¿Por qué? La causa es haber dejado de sentirnos occidentales para sentirnos latinoamericanos. Y esto surge de la visión integrista de Rodó quien retomó el verso de la Patria Grande y retransmitió el mensaje con Ariel, luego amplificado por Galeano, provocando una sucesión de episodios políticos, económicos, sociales, y culturales que hicieron que el Uruguay y el continente, se vieran perdidos por años en la consideración de caminos alternativos al democrático-republicano. La odisea voluntarista latinoamericana terminó por minar los principales rasgos occidentales que alguna vez ostentó como propios el país: el respeto por la ley, la ética del trabajo, etc.

Si queremos productividad y prosperidad, debemos pensar como occidentales. Así lo hacen también en Japón y en Corea. Hubo un tiempo en que lo hacíamos.

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Tomás Teijeiro

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