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Hartos de disculparse

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tOMÁS LINN
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Como cualquier sociedad, la nuestra enfrenta a diario problemas diversos, serios, complejos y de difícil solución. No hay, para esos problemas, una única interpretación ni una única solución sino varias y no todas buenas.

Aunque hoy predomina la monotemática presencia del Covid-19 y se hace difícil hablar de otras cuestiones, estas existen, remueven y reclaman respuestas.

Es legítimo entonces que los grupos militantes feministas estén alarmados por los femicidios, un drama gravísimo que afecta a toda la sociedad.

Es legítimo, también, que un expresidente oncólogo en su momento haya expresado genuina preocupación por cómo el tabaco afecta al flagelo del cáncer.

Y también es legítimo que un ministro de ganadería esté consternado por las perversas consecuencias del abigeato.

Cada uno habla desde lo suyo y refleja problemas acuciantes para el área en que deben moverse. Ningún problema irresuelto excluye la existencia del otro. En Uruguay, como en cualquier país, no hay un solo drama sino que hay varios, alguno realmente dramático como la violencia doméstica.

Si el presidente oncólogo en su momento comparó los femicidios con las consecuencias de fumar tabaco y el ministro con el abigeato, no fue para subestimar la gravedad que tiene la violencia doméstica sino para ponerla como referencia. Al explicar cada uno la seriedad del tema que es propio de su área, no lo compararon con hechos triviales o circunstancias desconocidas, sino con un drama reconocible y que todo el país coincide en señalar como alarmante. Compararon con una realidad trágica que es referencia para la población. Usaron un medidor claro y comprensible y no para desmerecerlo.

Pero la mentalidad de “unicato” que predomina en el país, no lo entendió así. De femicidios solo se puede hablar si esos grupos (que se consideran dueños del tema) dan su permiso. Solo se lo puede hacer desde los conceptos que se dictan como correctos y con la jerga que se impone como adecuada. El que no lo hace así, está excluido de este mundo.

Esto ocurre todos los días y no solo con dicha realidad. Varios temas pasaron a ser propiedad privada de grupos militantes, de ONGs específicas y hasta de los sindicatos. Para estos grupos hay una sola forma de verlos y entenderlos y el que se sale de la línea debe disculparse.

El resultado es que todos los días hay alguien pidiendo disculpas por culpas que no tiene, o aclarando y explicando conceptos que siempre fueron claros y precisos. Hay hasta quienes actúan de intermediarios y amablemente reprochan a los que supuestamente están en falta y les dicen que si bien pueden tener razón, en realidad debieron explicarse mejor o tal vez no usaron la expresión apropiada. Esta actitud se ve con frecuencia en las entrevistas periodísticas donde el entrevistador parecería pretender que su entrevistado hable con los términos (y quizás con las ideas) que el entrevistador prefiere.

Las críticas al presidente por cómo se expresó respecto al aborto, fueron otro ejemplo. Si bien se manifestó con claridad cristalina y dijo que no había vuelta atrás con la ley que despenalizó el aborto y recordó que la población rechazó masivamente la posibilidad de hacer un referéndum para derogarla, los “dueños” del tema lo cuestionaron implacablemente. Garantizó lo que había que garantizar, pero su particular enfoque no coincidió con el que establece el dogma.

Es verdad que ante aquel llamado a un referéndum, solo ocho por ciento de la ciudadanía concurrió. Pero los grupos militantes se rehúsan a entender que no hay una única manera de abordar un asunto tan complejo. No aceptan que en ese abanico de 92 por ciento de uruguayos hay muchas posturas que no se ajustan al “unicato” impuesto por ellos, aunque sí tienen en común un factor: el de no querer penalizar a quien interrumpe un embarazo. Para ello, tienen razones y motivaciones diversas y a veces encontradas.

Pasó lo mismo cuando se aprobó la ley para personas trans. Había consenso amplio para aprobar una ley siempre que se negociaran algunas diferencias conceptuales. Dado que el Frente Amplio contaba con mayoría, se negó a negociar esos aspectos y la ley salió solo con sus votos. Es decir con su visión única respecto a un tema complejo.

También ante esta ley se quiso hacer un referéndum para derogarla, sin suerte alguna. Hasta el Arzobispo de Montevideo, contrario a la ley, sostuvo que una vez aprobada no tenía sentido apoyar esa consulta ya que afectaba a un grupo duramente castigado. Eso dejó en evidencia, una vez más, que ante una realidad compleja hay muchas lecturas posibles para entenderla.

Empieza a percibirse hartazgo a tanta rigidez, a que solo una única manera de entender aquello que preocupa sea el dogma revelado, y todo lo demás no sirva. Hay cansancio a tener que cuidar las palabras para no ofender a los dueños de esa única verdad.

Agota esto de andar pidiendo disculpas a cada rato cuando nunca hubo culpa, o a andar aclarando cada palabra dicha, cuando siempre se fue claro.

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