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Quedan cenizas de lo que fue

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Sergio Abreu
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La historiografía de las relaciones exteriores acostumbra a distinguir entre la "diplomacia de prestigio" y la "diplomacia de resultados". La primera privilegia la imagen y los valores que un Estado desarrolla en la comunidad internacional.

La segunda analiza costos y beneficios, por ejemplo, los objetivos alcanzados en acuerdos preferenciales de acceso a mercados o por una estrategia de conexión de infraestructura física incluyendo servicios y energía.

Nadie pone en duda lo que el Uruguay y su diplomacia han aportado a la comunidad internacional empezando por el arbitraje internacional para solucionar pacíficamente las controversias.

¿Acaso se olvida que desde nuestro país surgió el apoyo al grupo de Contadora, al grupo de los Ocho y los Acuerdos de Esquipulas que pacificaron la América Central? ¿O que el principio de la no intervención fue propuesto en 1965 en el sistema interamericano debido a la invasión de los Estados Unidos a Santo Domingo y que luego fuera adoptado por las Naciones Unidas en la resolución 2625? ¿No se recuerda que la integración siempre se encaró como una política de estado al margen de las radicalidades ideológicas? ¿No se distingue al Uruguay por la participación de sus Fuerzas Armadas en las Misiones de Paz de las Naciones Unidas?

Sin embargo, lo que ha dicho el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro ha provocado tanto tumulto como lo que descubrió Galileo Galilei. Todos compartimos que una intervención armada en Venezuela sería inaceptable desde el Derecho Internacional y para los gobiernos del continente. Pero también dijo, y no se ha comentado, que en Venezuela participan decenas de miles de cubanos en el gobierno como asesores en inteligencia, en control de la ciudadanía y represión de la disidencia. ¿Esa afirmación del Sr. Almagro a nadie le preocupa? Los derechos humanos que se violan, las torturas, los presos políticos, los desaparecidos ¿no son censurables?

El problema no es el excanciller Almagro, es su fuerza política, es fundamentalmente el Sr. José Mujica, su jefe, su mentor, el que lo propuso como secretario general de la OEA, el que amenazó con atornillarlo en el cargo de Canciller si era interpelado; el que lo respaldó cuando con el entonces canciller de Hugo Chávez, Nicolás Maduro y otros más irrumpieron en la República del Paraguay para incitar a los militares a desconocer un juicio político previsto en la Constitución. El que acuñó lo político por encima de lo jurídico. El mismo que afirmó que el Uruguay ¡debería viajar en el estribo del Brasil! El Presidente que posó en las fotos con "los muchachos de la Cámpora" y la barra brava de la Sra. Cristina Fernández. El "compañero" que visita al expresidente Lula da Silva procesado por corrupción en Brasil y habla de un "golpe de estado de la Justicia". El mismo que "por unas naranjas" nos trajo a los "muchachos" de Guantánamo en acuerdo con el Imperio. El que acordó con Soros y Rockefeller hacer del Uruguay un laboratorio experimental para la legalización de la marihuana. Lo más grave de todo: el que transformó al Uruguay referente en una mera curiosidad.

Por eso las expresiones de Almagro son muy oportunas porque la circunstancia puntual ayuda a encarar el problema central. La nuestra ¿es una diplomacia de prestigio o de resultados? ¿Qué lineamientos impulsan nuestra Política Exterior? ¿La que inició el extinto canciller Reinaldo Gargano? ¿La que aplicó durante cinco años el mismo Luis Almagro? ¿La actual si se pudiera definir? ¿La que impulsan los compañeros del Pit-Cnt?

La definición es importante porque la fuerza política que nos gobierna sufre de hemiplejía moral. Distingue entre derechos humanos e "izquierdos humanos", entre "compañeros" y el enemigo de clase. Para la mayoría de sus dirigentes no existen los principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos e igualdad de los Estados. Y si existieran solo pueden ser invocados cuando los "amigos" luchan por alcanzar el poder y sobre todo cuan- do quieren permanecer en él contra la voluntad del pueblo.

Lo que ha cambiado es esto, precisamente. El desprecio por la institucionalidad, la seguridad jurídica, los poderes republicanos y los derechos humanos (¡todos!) son el producto del aporte destructivo del expresidente Chávez y del actual Maduro. Que solo se justifica por la magia tropical del petróleo y los dólares fáciles que construyeron el socialismo del siglo XXI. Sin ellos el fascismo caribeño no hubiera pasado de un sueño sensual más.

El chavismo transformó ese líquido oloroso en un ungüento sagrado. El petrodólar, el petrocaribe, la chequera y las valijas populistas fueron los salvavidas de plomo a los que se aferró el socialismo decadente para "exportar su revolución". Pero a diferencia del dicho popular, estos regímenes lograron que "muerto el perro, no se acabara la rabia" Resultado: mil por ciento de inflación anual, caída del producto de cerca del 10% y cerca de dos millones de venezolanos, más de la mitad de la población del Uruguay, huyendo apenas para comer.

A esa charlatanería energética del comandante Chávez y de Maduro se agregó la creación de la Unasur, el ALBA y una danza de organizaciones más, bajo insólitas siglas. Actualmente, todas ellas van camino al panteón de los fracasos; o lo que es peor: a compartir el destino de las burocracias sin sepulcros pero con generosos viáticos.

La izquierda uruguaya agregó un problema late-ral al que plantea desde su hemiplejia moral. Una anécdota vivida por el Sr. Almagro, un funcionario internacional que debe su cargo en la OEA a su padrino. Insulto va, insulto viene, esto pasará como una curiosidad más.

El problema central sigue siendo saber cuál es nuestra política exterior. Qué principios defiende y qué diplomacia privile- gia. Que el lector aporte lo suyo.

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