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¿Educación y Cultura?

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Desempeñando el encargo de trabajar por “un cambio de ADN” no se puede proclamar que sólo “vamos a hacer una transfusión”. Al señor Mir, lo habrá traicionado la improvisación o habrá descubierto tarde que era irrealizable la promesa electoral de mudar en la educación el ácido desoxirribonucleico, símbolo actual de la identidad.

Desempeñando el encargo de trabajar por “un cambio de ADN” no se puede proclamar que sólo “vamos a hacer una transfusión”. Al señor Mir, lo habrá traicionado la improvisación o habrá descubierto tarde que era irrealizable la promesa electoral de mudar en la educación el ácido desoxirribonucleico, símbolo actual de la identidad.

En lo personal, esos estados contradictorios merecen comprensión y respeto. Pero en lo funcional no es congruente liderar una misión pública con compromiso de máxima y manifestar a voz en cuello que a gatas se va a lograr un mínimo.

Ahora bien. Si un Ministro designó a especialistas en educación como Subsecretario y Director, por definición le agregó valores a su Cartera. Si después ambos dejan los cargos -por entredicho, gafe o lo que fuere-, el Ministro no puede salir impávido a vociferar, como lo hizo la Dra. Muñoz, que “el país no pierde nada con la renuncia”. Como enseñaba Pedro Martín, para que dos restas dejen inalterada una cantidad, es necesario que el sustrayendo valga cero. Por tanto, decir que no hay pérdida alguna en defenestrar a dos colaboradores-insignia equivale a declarar que se los nombró y se los mantuvo con valor nulo. No saberlo y no sentirlo es exhibir, desde el Ministerio, rendimientos aritméticos tan enclenques como los que humillan al país en las pruebas PISA. Desgraciadamente, el yerro va aun más allá, pues el destrato exhibido es un anti-ejemplo de educación y cultura. Pero no es casual sino metódico. Es el fruto coherente de una ideología de la intolerancia, donde las personas no se respetan como señores distinguidos por sus talentos y virtudes y, en cambio, se tratan como vecinos ocasionales y reemplazables. Entre ellos, la crítica, deber permanente de la libertad, no tiene cancha para entrenarse: entre funcionarios, la queja se calla, se desliza en rueda chica o a lo sumo se la estornuda apretándose la nariz para no hacer ruido, so pena de ser echado.

Es el resultado buscado de generar “instituciones” que, para creerse fuertes, necesitan ignorar que la persona es la más natural y la más fuerte de las instituciones. Es el efecto de llamarle “colectivos” a los resultados de pulseadas sordas e intestinas, que subrepticiamente van reemplazando las luces del diálogo republicano abierto a todos. Es la proyección de fanatismos duchos en caminar juntos pero incapaces de dialogar entre sí.

En el Ministerio de Educación y Cultura acaba de ocurrir, pues, lo que ya pasó muchas veces en altas jerarquías docentes y lo que está sucediendo ahora con la declaración de apoyo a la deletérea gestión de ANCAP; es que en el gobierno falta el hábito de explorar verdades y valores en libertad, abriéndose a los hechos y los valores a partir de principios, que en la educación exigen recomponer al hombre libre y pensante, en vez de atornillarle el destino en utopías sobre las sociedades.

Tras una década sufriendo estos métodos, ya se dibuja una esperanza de aurora, al quedar a la vista la confusión a que lleva el esfuerzo por buscar sólo pensamiento precalificado como de izquierda, cuando nos consta que una reflexión seria no buscar la adhesión fanatizada en lo “políticamente correcto”, sino el bien y la verdad de una humanidad cada vez más sufriente. Hasta para los acólitos resulta evidente que ninguna fe en un determinismo histórico logra los frutos nobles que genera el pensar activo del alma liberal.

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Leonardo Guzmán

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