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Avance feminista

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JULIO MARÍA SANGUINETTI
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Pasados los actos por el Día Internacional de la Mujer, se impone una reflexión serena sobre un tema de los más relevantes en la evolución de la sociedad humana, en que el Uruguay tiene una larga y hermosa historia.

En 1906 se estableció la licencia maternal y, cuatro años después, el establecimiento por ley de un cupo de 10% de mujeres para la administración pública, que comenzó a aplicarse en el correo. La liberadora ley de divorcio de 1907 abrió el camino para la revolucionaria norma de 1912 que estableció el divorcio por sola voluntad de la mujer, ahorrándole el penoso trance de recopilar pruebas sobre la situación afligente que le llevaba a dar ese paso. En ese mismo año se creó la Universidad Femenina, que abrió el paso de las jóvenes a la universidad. Hoy suena a anacrónico pero en aquel momento tuvo el enorme mérito de quebrar la resistencia de una sociedad muy conservadora en lo que era el rol de la mujer.

En esos debates fue fundamental el liderazgo de Don José Batlle y Ordóñez, que firmaba sus contundentes artículos sobre el tema bajo el seudónimo de Laura, que luego continuó Baltasar Brum, quien llevó adelante la primera ley de represión del proxenetismo.

El derecho al voto nace en 1932. Y en 1946, la Dra. Sofía Álvarez Vignoli de Demicheli -hoy muy olvidada- logra la aprobación de su ley de igualdad de los derechos civiles, que fue un cambio fundamental y de excelente técnica legislativa (provocó la derogación tácita de cientos de leyes, sin entrar en el casuismo tan habitual, que termina enredando más que resolviendo).

La culminación de ese claro proceso es que hoy uno de los tres poderes del Estado, el Judicial, es mayoritariamente femenino. La Suprema Corte de Justicia todavía se integra con tres jueces y dos juezas, pero muy probablemente sea la última Corte con mayoría masculina, porque en la judicatura llegan prácticamente al 60% los magistrados mujeres.

Lo mismo ocurre en la Universidad de la República, donde la mayoría de los egresos, salvo en dos facultades, es femenina, lo mismo que la matrícula. Esto asegura entonces la continuidad del avance profesional.

Esas conquistas son el resultado de la filosofía liberal, que abrazó esa causa en Inglaterra por el liderazgo de Harriet Hardy (esposa del filósofo John Stuart Mill) y en España de Clara Campoamor. No fue el socialismo entonces sino el liberalismo quien lideró esta tendencia igualitarista, que hoy está de algún modo desconocida por tendencias radicales que prácticamente pretenden establecer una suerte de lucha de sexos, prolongación de la caduca lucha de clases. Eso se advierte en la proclama que convocó la manifestación del 8 de marzo, que -entre otras cosas- dice: “Estamos en Huelga feminista, porque deseamos deconstruir la maternidad como institución opresiva. ¡Radicalicemos las formas de maternar para construirlas feministas y anticapitalistas!”.

¿Qué tiene que ver el capitalismo con la subordinación femenina, de ancestral historia? En el mundo soviético, o aun en la Cuba de hoy, ¿es distinto? ¿Qué es la maternidad “opresiva” y qué supone su “deconstrucción”?

Degradar una causa humanista, subordinándola a un dogmatismo de cuño marxista, es muy penoso. De ese modo se ha-ce una reducción de la situación femenina a una versión radical que produce más rechazos que adhesiones.

Quienes tenemos una vida en esa lucha, que heredamos de nuestros mayores, con toda serenidad decimos que por ese camino no se va a producir lo que ya ha ocurrido, evolutivamente, en el Poder Judicial, que ponemos de ejemplo. Si pensamos como se fue avanzando en la despenalización del aborto, por ejemplo, con varios fracasos, como el veto del Dr. Vázquez en su primera presidencia, se entenderá que es por la racionalidad que se logran resultados, convenciendo y no imponiendo.

Es más: agresiones como las repetidas a la Iglesia del Cordón, en 18 de Julio, son expresiones profundamente intolerantes que degradan el valor de la causa. Estos “enchastres” merecen todo el repudio a la acción violenta, al desprecio a la opinión ajena y muy particularmente a lo que significa la mejor tradición del país: la del respeto cívico y la de una laicidad asumida como costumbre para la convivencia de todas las religiones o creencias.

En cuanto a la presencia en política, se va avanzando también. Más allá de la ley de cuotas, que algo ayuda, lo que importa es el florecimiento de las vocaciones. Hasta ahora, las abogadas han preferido la Justicia, pero otras se irán inclinando, esperamos, por este oficio de lo público, tan noble como arriesgado y sacrificado.

Todo lo recorrido nos hace optimista. Llegaremos.

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