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De nosotros mismos

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LEONARDO GUZMÁN

2007, canasto lleno. A vuelapluma podríamos inventariar tupido los motivos para desespero. No lo haremos. Mejor, detengámonos en la causa. Todas las cuentas hechas, finca en que el Uruguay, antes de sufrir crisis políticas y económicas, se deslizó por el tobogán de una decadencia cultural.

Decayó, sí, cuando, abandonando el hábito de discurrir por sí mismo y crear soluciones originales, se dejó colonizar mentalmente por poses, clisés y dogmas de enfoques light que importó sin rubores.

Por esa vía, muchos pasaron a llamarle "toma de conciencia" a abrazar ideologías que colocan a la sociedad y lo socio-económico en el lugar de la ambición y la angustia de cada uno. Y por esa vía, muchos olvidaron que la persona es asiento de responsabilidad y fuente de lo que vendrá y redujeron la libertad a la opción por una grifa o un roquero con quien identificarse. Socialistas unos y capitalistas otros, lo real es que, por sobre alineamientos, se juntaron y entreveraron para defeccionar del ideal humanista.

Fue así como nos bajó la autoexigencia, el rigor lógico y la capacidad de respuesta. Fue así como nuestros servicios, más aun que arrojar déficit, perdieron alma. Fue así como a las nuevas generaciones se las dejó sin "referentes", que quiere decir sin modelos que admirar y sin proyecto personal y nacional desde el cual enamorarse del futuro. Fue así como bajamos de la pasión por las ideas claras y precisas a un relativismo perezoso -cuando no a un escepticismo suicida- que habilita a alzarse de hombros con el pretexto de que "al final todo da lo mismo". Fue así como perdimos la nitidez del Derecho, la norma y el valor: lo cual nos cuesta bienes materiales cuando no destinos.

Si a pesar de esto, proclamamos la esperanza es porque no soportamos más resignarnos a una indiferencia descriptiva que reduce a estadísticas el cortejo de nuestras desgracias. Somos optimistas porque, rompiendo el circuito de determinismos que depositan la culpa en lo ajeno o impersonal -"la herencia", "el sistema"-, pasamos del asombro al propósito y reconstruimos en nos el espíritu normativo.

El eje de nuestra esperanza no lo encontraremos si "nos inclinamos a creer en la fuerza de la lucha por la existencia, de los intereses egoístas, del odio, del instinto de lucha, de las tendencias sexuales, de instinto de muerte y destrucción, de los omnipotentes factores económicos, de la ruda coacción y de otras fuerzas negativas", como denunció Sorokin al condenar la "atmósfera sensualista" que se apoderó de la sociología del hemisferio Norte a mediados de los 50, y que muchos copiaron en el Uruguay.

Pero sí lo hallaremos si devolvemos su lugar a las disciplinas normativas, orientadoras y valorativas, aplicándolas no al cálculo de fuerzas de unos contra otros sino a la definición y purificación de actitudes y reglas, a su transmisión educativa con fe de apostolado y a su aplicación a la vida práctica de cada minuto.

Muchas veces, lejos y cerca otros perdieron el rumbo y el Uruguay se afirmó cuerdo.

Es tiempo de volver a hacerlo, haciendo fecundo una vez más la convicción de José Artigas desde 1811: "Nada debemos esperar sino de nosotros mismos".

En esas siete palabras, la comprobación se trasmuta en mandamiento, la soledad se convierte en impulso; y, por respuesta dialéctica del espíritu, de lo oscuro y fatal brota luz de libertad creadora.

Para que así sea, votemos juntos o separados, laboremos con ganas en 2008 y siempre.

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