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La última encuesta

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HUGO BUREL
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Desde hace ya varias décadas, el escrutinio previo que realizan las empresas encuestadoras sobre las posibilidades de los candidatos en una elección se ha convertido en una especie de examen quizá no de aptitud, pero sí de chances electorales.

En estas elecciones primarias, ese examen ya lo reprobaron algunos candidatos a presidente que tras lanzarse al ruedo con ilusión terminaron por bajarse de la competencia porque los números de las encuestas no los acompañaban. Encuestas que se realizaron y realizan con un importante margen de error, de acuerdo a lo que las propias consultoras admiten. No obstante han sido hasta ahora el fiel de la balanza para desalentar a unos e impulsar a otros. Sus números, creíbles o dudosos, firmes o relativizados por el tamaño de la muestra, han sido el insumo de la previa al último domingo de junio.

Desde cierto punto de vista los candidatos parecen jugar más contra números adversos o tratar de incrementar los favorables que debatir y estar enfrentados a sus adversarios confrontando ideas y proyectos. Porque no nos engañemos: en toda disputa hay adversarios dentro y fuera de los partidos y los cantos de unidad en la diversidad son para la tribuna. Al incrementarse los estudios y trascender sus pronósticos la competencia interna dentro de cada partido crea una suerte de fiebre numérica que es expresada en porcentajes de aprobación o desaprobación. Inclusive se plantean diferencias entre votantes light y otros que pertenecen al núcleo duro de los colectivos.

El reaseguro de esas mediciones son, sin duda, los indecisos, un misterio que en los gráficos siempre aparece pintado de gris. No creo en su existencia: los indecisos son ciudadanos a los que no les interesa por nada del mundo cantar su voto antes de la elección. Pero, ¿son decisivas esas mediciones que semana tras semana trascienden en los medios con sus coloridos gráficos que muestran porciones de torta que crecen o se achican y cilíndricas columnas que suben y bajan?

El territorio de estudio para las empresas encuestadoras ha cambiado a partir de una variante fundamental para sus pesquisas. Una cosa es llamar y pedir respuestas al número de un teléfono fijo -que ubica la zona en que vive el encuestado y por tanto su nivel socioeconómico- y otra muy diferente es comunicarse con un celular que no aclara nada de eso.

Otra dificultad radica en el comportamiento de las redes sociales y la dificultad para el encuestador que muchas veces no tiene claro quién le contesta. Por último, al ser las primarias elecciones no obligatorias son demasiadas las posibilidades de que alguien que expresó su intención de voto, por la razón que sea ese día no vaya a votar. Entonces y para ser claro, es muy difícil creer que los números que hoy están mostrando las encuestas tengan un margen importante de credibilidad, sino todo lo contrario.

Hace algunas semanas este diario informó sobre un estudio llamado “La media electoral” realizado por la empresa Datamedia, que compara el comportamiento de las empresas de consultoría electoral españolas y uruguayas y no deja bien paradas a las empresas nacionales. El estudio -que relevó el desempeño de seis encuestadoras españolas y cinco uruguayas- concluye que el grado de “certidumbre” del caso español es impensable en Uruguay. Un ejemplo: de acuerdo a ese estudio, la distancia entre el vaticinio de intención de voto más bajo y el más alto, en el caso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue de 1,7 puntos porcentuales. ¿Qué pasa en Uruguay?

En el caso del Frente Amplio, una encuestadora (Factum) vaticinó hace poco una intención de voto del 40%, en tanto que otra (Opción Consultores) le daba al oficialismo el 28%: una diferencia de 12 puntos porcentuales. Aun concediendo que en una elección no obligatoria merma el interés o la concurrencia de votantes y en lo previo, por las dificultades que ya vimos, se hace difícil encuestar, hay que reconocer que los sondeos de las últimas elecciones se han equivocado bastante y creo que en estas internas puede suceder lo mismo.

Pese a lo anterior, es innegable que esos sondeos, por más que las empresas que encuestan lo nieguen, tienen siempre una influencia en el votante porque forman opinión. Por supuesto que en un escenario incierto por obra del importante margen de error, no se puede saber a quién favorecen aunque a veces da la impresión que algunos profesionales actúan como operadores más que como analistas.

Algunos políticos suelen decir que “no creen en las encuestas” como tampoco creen en brujas, aunque al comentario le agregan “pe-ro que las hay las hay”. También afirman que la única encuesta certera es la que arroja el recuento de votos después de la elección. Como dijo Winston Churchill, tras un recuento electoral, solo importa quién es el ganador, todos los demás son perdedores.

Por eso la encuesta válida será la del domingo 30 de junio y determinará los presidenciables de cada partido elegidos por menos de la mitad del padrón electoral. Muy poco para lo que está en juego. Para colmo, de acuerdo a un estudio reciente, solo el 13% de los ciudadanos conoce la fecha de la elección. Y esa es una cifra que debería preocupar a los partidos: el desinterés o escasa información de los ciudadanos en una elección que determinará, nada menos, quiénes competirán en octubre o en noviembre por la presidencia de la República. También se especula con el estado del tiempo ese último día de junio y hasta con la incidencia que tendrán los aparatos partidarios en el traslado de votantes. Pero en esa jornada se conocerá la última encuesta, la verdadera al menos para esta etapa electoral.

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