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Crisis, verdad y líderes

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HUGO BUREL
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El pasado lunes 27 de abril el embajador chino en Australia, Cheng Jingye, amenazó con boicotear el consumo de productos australianos, incluido el vino, si el gobierno de Canberra insiste en investigar el origen de la pandemia del Covid-19.

Con el típico lenguaje de un mafioso educado deslizó una serie de advertencias y veladas amenazas que salieron al paso de la posición del primer ministro de Australia, Scott Morrison, favorable a una investigación internacional que indague sobre la responsabilidad de China en el origen y expansión del nuevo coronavirus. Esta postura es similar a la de Francia, Gran Bretaña y Alemania -y obviamente Estados Unidos- que han expresado reparos similares. Esto se suma a la sospecha sobre el proceder de la Organización Mundial de la Salud (OMS), remisa y cómplice del gobierno chino en el tardío reconocimiento de que el país cursaba una epidemia que ya había llegado a otros países.

Anteriormente se habían difundido declaraciones del Premio Nobel de Medicina, el francés Luc Montaigner, descubridor junto con Françoise Barré-Sinoussi del virus del HIV, que afirmó que el Covid-19 había sido creado en un laboratorio. Casualmente en la ciudad de Wuhan existe uno de alta tecnología y grado 4 de seguridad que, según Montaigner, se especializa en el estudio y manejo del coronavirus desde comienzos de la década del 2000.

El francés asegura que el Covid-19 tuvo que originarse ahí y que el cuento del mercado húmedo de Wuhan no se sostiene. Afirma que el virus no es enteramente natural porque presenta secuencias de HIV. Todo hay que decirlo: Montaigner es un científico cuestionado dentro de Francia por sus posturas antivacunas y ser defensor de la homeopatía.

Ambas situaciones descritas, la presión del embajador chino al gobierno australiano y la opinión del Premio Nobel francés, se vinculan en un mismo punto: el secretismo de China desde el comienzo mismo de la epidemia. Si de veras el origen del virus es accidental, China no debería poner trabas a que se investigue y mucho menos amenazar con represalias comerciales a países que plantean una investigación internacional.

La cifra de muertos por la epidemia en la ciudad de Wuhan se había calculado mal y fueron las funerarias encargadas de la cremación de los cuerpos las que pusieron las cosas en claro. Pero el mal olor ha invadido el mundo y la fetidez mayor es producto de la creciente sospecha sobre el proceder de ese país indescifrable que es China.

Los que por principios no aceptan las teorías conspirativas y tratan de interpretar la realidad a la luz de lo que puede ser comprobado y además es razonable, de alguna manera le están facilitando las cosas al gobierno chino y su estamento científico. Es cierto que las declaraciones de Trump -que lindan siempre con el disparate- poco contribuyen a que se revise en profundidad e investigue a fondo la aterradora posibilidad de que el virus haya sido creado o, en una hipótesis menos tenebrosa, haya salido por error de un laboratorio.

Eso no significa que fue puesto a circular de manera perversa y deliberada, pero un accidente no intencional pudo mediar para que el virus traspusiera los límites de la seguridad.

Hasta ahora, quienes se han animado a sugerir esa posibilidad no han tenido el apoyo de gobiernos u organizaciones multilaterales como la ONU. Imposible pensar que la OMS lo haga. No obstante y como siempre sucede es el periodismo el que indaga a fondo en esta posibilidad.

Medios intachables como The Washington Post, New York Times, The Guardian y cadenas como ABC o BBC han realizado informes que señalan y demuestran la irresponsabilidad de China en el manejo de la información sobre la epidemia. Es tiempo de que los gobiernos lo hagan.

En cuanto a nuestro país, es inquietante nuestra vecindad inevitable con Brasil, cuyo presidente Jair Bolsonaro no deja de provocar y sabotear el combate a la epidemia.

Pese a que su país está cómodamente a la cabeza en el cono sur en cantidad de muertos e infectados, milita en contra del confinamiento y desoye un día sí y el otro también los consejos de los expertos en salud sobre las medidas que deben tomarse contra el Covid-19.

Las muertes ocurridas en la vecina ciudad de Quaraí, limítrofe de nuestra frontera norte, han hecho sonar las alarmas en Artigas y luego en Cerro Largo y son la prueba de que Brasil es una amenaza para nuestros planes de contingencia sanitaria. Eso, sin contar el conflicto político que ha mostrado a Bolsonaro liderando a manifestantes que piden un golpe de Estado contra el poder legislativo y el judicial.

Sin duda que su demencia no es diferente a la de Donald Trump, que alienta también a desoír los consejos de las autoridades sanitarias y a liberar la actividad en un país que ya lidera la cantidad de contagios y muertes en el mundo.

Ante este panorama que mezcla crisis sanitaria, las muertes, el descalabro económico, el desempleo, sospechas, secretismo, liderazgos irresponsables y caos informativo, es ejemplar la actitud de nuestro gobierno y el equipo que gestiona la pandemia desde el presidente para abajo.

Transparencia total, datos certeros, discurso firme pero no empecinado -se puede retroceder si le erramos, han dicho- y actitud abierta y dispuesta a responderlo todo en cada conferencia de prensa. En medio del caos mundial y con un vecindario en el que nuestros grandes vecinos no aportan mucha tranquilidad, el país cuenta con un presidente y un equipo que hasta ahora han respondido de manera impecable al desafío.

En este sacudón planetario no es poco tener un firme timonel que conduzca la nave en medio de una tormenta que por ahora no se sabe cuándo pasará.

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