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Ganamos, pero no sé quienes

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La frase del título pertenece a un conocido político español, Pío Cabanillas. Nacido en Galicia fue un actor de primera línea de la transición española.

La dijo luego de una elección en la que todavía no se sabía quién había ganado.

Ello no importaba. Él estaría en el bando de los vencedores.

Más allá de la picardía se esconde algo profundo: el camuflaje de las ideas y las convicciones.

Es que hoy en día más que nunca parece ser necesario para los políticos ponerse una etiqueta. Soy “socialdemócrata” dice uno dando tranquilidad a no sabemos quién. Yo soy “nacionalista artiguista” aclara un segundo. Un tercero se define “ecologista radical e intransigente”. Soy “liberal progresista” grita otro.

El eslogan, la etiqueta, como en campañas de gaseosas apunta que más que el producto interesa saber que es “la chispa de la vida” o “todo va mejor” con ella.

En campaña electoral Lula dijo que era contrario al aborto. Enseguida aclaró que ese tema no era su competencia. Con eso mandó mensajes a los evangelistas de que fortalecería a la familia. La italiana Giorgia Meloni es etiquetada de ultraderecha y euroescéptica pero luego de ganar asumió una postura amigable con la Unión Europea.

Son pocos los políticos que dicen que son de derecha o conservadores. Muchos se autodefinen como de izquierda o centro izquierda. A los que se dicen de derecha enseguida los tildan de “ultraderecha”. El ultra es un adjetivo que casi nunca se aplica a los de izquierda. A los conservadores al rato les dicen ultras, retrógrados o neoliberales.

Ser de izquierda parece ser bueno para la conciencia de algunos que viven como los de derechas.

En nuestro país los que se llaman de izquierda se auto-atribuyen la defensa de los que menos tienen. De la misma forma que se autoatribuyen ser los defensores de la honestidad, ética y transparencia pública. Todos recuerdan el eslogan: “si se es de izquierda, no se es corrupto” o la promesa de “cortar las manos en la lata”.

Eso terminó con el uso de la tarjeta de crédito de un ente estatal para comprar trajes de baño en un balneario o pagar almuerzos en Francis. Para etiquetar a alguien habría que primero preguntarle lo que piensa. Leer su programa de gobierno. Ver su trayectoria, las propuestas que ha hecho. Si es legislador, cómo ha votado o los proyectos de ley que presentó.

Nadie o casi nadie lo hace. Nuestros programas de gobierno de los años 2009 y 2014 tenían muchos elementos en común con los del año 2019 de varios partidos. Fue coordinado, y redactado en buena parte del mismo, por ese gran profesional de la educación que es Robert Silva.

Apuntaba a una reforma educativa en la que hasta se proponía la creación de 100 Liceos Públicos de Gestión Comunitaria. Proponía la creación de 150 Centros CAIF, Imaes y una Universidad Pública en el interior, Plazas de Integración Social (aporte de Manuel Flores Silva), creación del Mevir urbano, un plan especial de atención a las personas con discapacidad y otro de apoyo a la Ciencia, Tecnología e Investigación. Entre otras cosas.

Se presentaron proyectos de ley en el Parlamento con esas propuestas. Nunca fueron tratados. Apuntaban a dar más oportunidades a los que más necesitan.

En el Frente Amplio hoy discuten sobre dos candidaturas. Algunos defienden una de ellas diciendo que habla más parecido a la gente del interior. ¿Alcanza con hablar parecido o hay que ocuparse de los problemas del interior?

Del agro, de los servicios que no llegaban a las poblaciones alejadas de la capital, del trabajo.

Esos que se olvidaron durante quince años.

El interior les pegó un revolcón electoral y ahora parece que lo quieren solucionar con alguien “que hable parecido a los del interior”. Lo peor no es eso, es que lo dicen. Lo importante para algunos es la etiqueta, el nombre y no el contenido.

Cuando en el primer gobierno del Frente Amplio se propuso liberar presos como solución al problema de las cárceles, un reconocido hombre de izquierda lo criticó. No estaba en desacuerdo con que se liberaran presos como el Presidente Vázquez y su Ministro del Interior Díaz proponían.

Su discrepancia era que se llamara la ley como de liberación de presos.

Su prédica tuvo eco. Le cambiaron el nombre y pasó a llamarse “Ley de Humanización y Modernización del Sistema Carcelario”. El contenido era el mismo: la liberación anticipada de presos pero el título otro.

A los pocos días en el noticiero apareció un diputado del Partido Colorado oponiéndose a la “Ley de Humanización del Sistema Carcelario”.

Desde el punto de vista de la comunicación ya había perdido. ¿Quién podría estar en desacuerdo con humanizar el sistema carcelario? El problema no era el nombre. La ley frenteamplista no humanizaba nada sino que liberaba presos. Empezaba así una escalada de inseguridad que aún hoy nos afecta.

“¿Qué hay en un nombre? Si una rosa dejara de llamarse rosa, seguiría oliendo a rosa?” declama Julieta en el drama de Shakespeare “Romeo y Julieta”.

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