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El kitsch liberal de Javier Milei

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Posiblemente está creciendo entre los auténticos liberales la sensación de que el declamado por Javier Milei es una caricatura del liberalismo.

Quienes descubrieron el espíritu liberal en el pensamiento de Karl Popper o Isaiah Berlin están comenzando a encontrar en la ostentación ideológica del presidente y en su desmesurada ley ómnibus, un kitsch. Esa palabra alemana que refiere a la impostación que deforma la realidad, la mala copia que agiganta el original hasta desfigurarlo. O, como apunta el filósofo y escritor Hernán Díaz en su novela “Fortuna”, esa “forma de platonismo invertido, que valora la imitación por encima del arquetipo”, y que, “solemne, ornamental y majestuoso, anuncia su divorcio de la autenticidad”.

Por cierto, la economía argentina necesita una buena dosis de liberalismo. Quitarle regulaciones y salir del estatismo que agobia a las fuerzas productivas. Pero el kitsch liberal está más cerca del ultraconservadurismo que del liberalismo. Y lo expresa el dogmatismo exaltado que exhibe el presidente.

La última desmesura de ese dogmatismo exacerbado fue llamar “comunista asesino” al presidente de Colombia.

Gustavo Petro es controversial y merece duras críticas y grandes dudas. Pero eso no hace razonable el estropicio institucional y diplomático que causó Milei. Los autócratas mesiánicos como Fidel Castro y Hugo Chávez se entrometen en los asuntos internos de otros Estados, cuestionando a sus gobernantes.

Llamar “comunista asesino” a Petro no se justificaría ni siquiera en el marco de una fuerte discusión entre ambos mandatarios. O si hubiera sido la reacción de Milei ante una medida del gobierno colombiano perjudicial para Argentina o ante un agravio previo lanzado por el presidente colombiano. Pero la realidad evidente es que el presidente argentino atacó a otro mandatario, a propósito de nada. Solo porque Patricia Janiot le preguntó qué pensaba de él.

La experiodista de CNN y Univisión estaba buscando insultos en esa cantera humana de exabruptos que es Milei.

En definitiva ¿qué otro sentido puede tener preguntarle a un ultraconservador volcánico lo que piensa de un izquierdista con pasado insurgente, que obtener algún insulto que se convierta en titular de noticieros y periódicos, y se reproduzca hasta el infinito en las redes?

En lugar de bucear las ideas de un gobernante atípico, Janiot nadó en la superficie de una personalidad exaltada, pescando escándalos de fuerte repercusión.

Lo que quedó a la vista es un rasgo inquietante del presidente argentino: una confluencia de impericia, desconocimiento y desmesura.

En la democracia, el presidente no es dueño del poder, sino un humilde mandatario que debe comportarse como tal, siendo cuidadoso con el mandato limitado que confiere la ciudadanía.

No importa lo que piense de otro presidente. La función de un gobernante democrático no es decir lo que piensa en cualquier circunstancia. En determinadas situaciones, la sinceridad no es un mérito, sino todo lo contrario.

Con la convicción absoluta con que dispara todas sus afirmaciones, Milei insultó gratuitamente al presidente de Colombia, uno de los países más importantes de Latinoamérica y una economía relevante con la cual Argentina debe tender puentes, no dinamitarlos.

En determinadas circunstancias, decir lo que se piensa no implica honestidad intelectual, sino desubicación. Calificar de “comunista asesino” a Petro puede ser también un error de apreciación.

Esa calificación habría tenido más sustento en el caso de Manuel Marulanda, alias Tirofijo, que comandó las criminales Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), aliadas del narcotráfico que secuestraron, crearon campos de concentración en la selva y mataron sin piedad a militares, policías y civiles. Pero decírselo a Petro carece de razonabilidad, por más que el presidente colombiano tenga muchos aspectos cuestionables.

El propio Petro relató su paso por la insurgencia en el libro “Una vida, muchas vidas”. Aureliano fue el nombre que tomó en la clandestinidad por el personaje de “Cien años de soledad”. Y reconoció haber participado en operaciones como “Ballena Azul”, que en 1979 robó 5000 armas en un destacamento del Ejército.

Pero la fuerza que integró el Movimiento 19 de Abril (M-19) no fue marxista. Surgió de la indignación por el presunto fraude que dejó la turbia victoria del conservador Misael Pastrana sobre Gustavo Rojas Pinilla en 1970.

El general Rojas Pinilla era un nacionalista de centroizquierda. Era demócrata, aunque en la década del 50 hubiera encabezado un gobierno militar tras el derrocamiento de Laureano Gómez.

El M-19 fue una rara guerrilla de corte socialdemócrata que no se proponía la dictadura del proletariado ni colectivizar la economía, diferenciándose ideológicamente de las FARC, el ELN y el EPL.

Las acciones del M-19 fueron en general efectistas, como el robo de la espada de Bolívar, aunque algunas terminaron en masacres, como la ocupación del palacio de Justicia en 1985.

Del M-19 salieron figuras que aportaron a la democracia, como el exconstituyente, exministro de Salud y exgobernador de Nariño, Antonio Navarro Wolff.

Atacando a Petro como lo hizo, Milei se dañó a sí mismo, mostrándose otra vez más cerca de un kitsch ideológico que del liberalismo que necesita Argentina para superar la decadencia política y el populismo.

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