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Confesiones de un colorado

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En esta semana de reflexiones y reencuentros, almorcé con un amigo colorado que hace un tiempo no veía. Es de esas personas de perfil bajo, de sensibilidad y talante liberales, bien formado políticamente, buen profesional, imbuido de los temas del país pero sin militancia partidaria pasada, ya que siempre entendió -como bien enseñó Constant hace unos 200 años- que la libertad de los modernos pasa por el disfrute de la vida privada y no tanto por el involucramiento en la cosa pública.

En un momento, sin embargo, me dijo que tenía una noticia que habría de sorprenderme: había decidido hacer política en su partido. No figurará en nada, pero sí está decidido a apoyar a uno de los precandidatos desde sus conocimientos técnicos, esos que yo sé que son muchos, muy apreciados y que sin duda enriquecerán el perfil de ese candidato y de ese partido. La pregunta obvia, entre amigos que peinan canas y están en el medio siglo de vida, era por qué meterse ahora en ese baile luego de por lo menos 20 años habiéndolo evitado. Y la respuesta, contundente, llegó tan clara como serena.

El asunto es sencillo, me dijo: la elección más importante desde el retorno a la democracia es esta de 2024. Porque la de 2004 que ganó el Frente Amplio (FA), que podía percibirse en su momento como la más relevante, en realidad estaba llevando al poder a un Vázquez que comulgaba con el sistema democrático. Incluso Mujica en 2009, con todos sus posteriores errores, me dijo, debía congeniar con un ala moderada del FA todavía potente. En cambio ahora este es el peor FA de todos: no hay moderados con peso propio como en la época de Astori; las nuevas dirigencias tupamaras ya no tendrán el contrapeso de la generación de Mujica; y si termina ganando el discurso más radical enancado en el proyecto de reforma plebiscitaria contra la seguridad social, el país se meterá en un tobogán.

En sentido contrario, me agregó, si en este 2024 la Coalición Republicana gana nuevamente -con un mayor peso colorado, en su escenario preferido-, habremos encaminado al país en una década de políticas del mismo signo que dejarán incluso un camino despejado para una segunda presidencia de Lacalle Pou en 2030 (en esto me mencionó, claro está, lo que todos piensan hoy). Las reformas que se hicieron y que eran necesarias, seguirán vigentes: sobre todo en educación y en seguridad social. Y con esta Argentina que está enterrando al populismo kirchnerista, hay espacio para crecer e integrarse desde el Río de la Plata a lo mejor de Occidente y aprovechar nuestras formidables virtudes y potencialidades regionales.

Se decide el rumbo del país: o seguimos en la senda correcta y en diez años más estamos en 30.000 dólares per cápita, bien rumbeados en prosperidad y desarrollo, y sin contubernios políticos con nuestro horrible vecindario sudamericano populista- narco-izquierdista; o vuelve un FA que es el peor de todos y nos empantanamos en retrocesos culturales y sociales y en alineamientos regionales espantosos. Y si esto ocurre, agregó, espero que tus hijos tengan prontos los pasaportes italianos para poder emigrar con tranquilidad.

“Es histórica, Pancho, por eso decidí involucrarme”, y se pidió un café. Yo nunca había escuchado a Andrés políticamente tan decidido.

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