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Compromiso personal

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Las conductas individuales, junto a las grupales, son las que marcan el rumbo de la sociedad. Por esa razón se habla de promover valores, educar en igualdad y ciudadanía, e impartir justicia. Sabemos que nuestras acciones habituales de todos los días, además de definir nuestra personalidad, inciden en nuestro entorno, aunque no lo percibamos. Si algo se ha perfilado como una de las características propias de nuestro tiempo, es el aumento de la conciencia ambiental en las personas, cimentada en valores-cimientos.

Ensayo-error, mayor difusión del conocimiento científico a través de la abrumadora expansión de las comunicaciones, avances en los contenidos pedagógicos de la enseñanza formal y no formal son realidades que, como nunca antes, impulsan la preocupación por el entorno hacia niveles superiores.

En ese sentido, la educación ambiental (a la que cada vez le suena más redundante su “apellido”) construye una herramienta eficaz e idónea para desplegar una estrategia transformadora de la sociedad hacia la sustentabilidad.

A diferencia de lo que ocurría hace unas pocas décadas, hoy los educadores saben que la clásica ecuación docente-discente cambió su “unidireccionalidad”, dando paso a ese “ida y vuelta” que caracteriza en el presente a la experiencia formadora de personas.

Se respetan y consideran las ideas, los pensamientos, los sentires, las valoraciones y experiencias, sin otras consideraciones que el respeto al otro, más allá de las edades y los contextos.

Este nuevo escenario expandido por doquier ha permitido hacer realidad un nuevo perfil en las personas, al que algunos denominan multiplicadores ambientales.

Son aquellas que voluntariamente incorporan la importancia del respeto y el cuidado del medio, como un valor fundamental para mejorar la calidad de vida propia, la de las personas y las comunidades. Lleva implícito el respeto a la vida en general y al individuo en particular.

Desde luego, esta saludable mutación solo requiere de voluntad y sentido común. Su alcance depende de los objetivos que se tracen. Más allá de la profundidad del compromiso conseguido, cada paso que se dé son puntos positivos alcanzados en la educación permanente de la persona. La experiencia enseña que en este terreno los mejores resultados se logran con los niños y los adolescentes, por su natural receptividad a todo lo que es lógico y coherente. Sus compromisos se vuelven intensos y también contagiosos -especialmente hacia sus adultos-. Por esa razón suelen transformarse en excelentes multiplicadores.

A ello hay que añadirle la importancia que tiene formar desde muy pequeñas a las nuevas generaciones con estos valores y criterios de convivencia, porque seguramente se absorberán sin la necesidad de corregir, de eliminar toda clase de malos hábitos y costumbres, como nos sucede a los adultos.

Estamos convencidos de que esta es una tarea esencial para afrontar con buenas expectativas de éxito los múltiples desafíos que nos presente nuestro tiempo.

El hecho de que suele ser una experiencia silenciosa no debe sorprendernos y, menos aún, desalentarnos a sumarnos como voluntarios dispuestos a asumir el protagonismo transformador que implica.

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