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Irán, crimen y protesta

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claudio fantini
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La sola existencia de una “policía moral” revela un régimen totalitario.

Las democracias liberales tuvieron épocas de oscuros conservadurismos en los que el Estado se arrogaba el rol de custodio de la moral y sus agentes policiales podían “llamar al orden” o incluso detener, por ejemplo, a una pareja por besarse en la vía pública. Las dictaduras latinoamericanas prolongaron la sobrevida de aquellas violaciones autoritarias de la privacidad. Pero que en la actualidad haya un régimen que cuenta con una policía de la moralidad resulta desopilante y atroz.

Tanto Irán como Arabia Saudita y otras monarquías oscurantistas del Golfo tienen agentes de la moralidad que se ensañan casi exclusivamente con las mujeres.

Los “agentes morales” de la República Islámica de Irán detuvieron a una joven por llevar el hiyab de manera que la “ley del velo” considera inadecuada. Mahsa Amini murió por los golpes recibidos desde que la cargaron en el vehículo policial. Varios transeúntes son testigos de que los policías la golpearon ferozmente dentro del móvil.

El asesinato se cometió en cumplimiento de una normativa misógina y delirante: la que prohíbe a la mujer, desde los siete años, salir a la calle sin el velo cubriéndole todo el cabello, y con los brazos y piernas totalmente cubiertos.

Mahsa caminaba por Teherán con mechones de cabello escapando del hiyab. La detuvieron por “tener mal puesto” ese pañuelo. Por esa razón le propinaron los golpes que la mataron.

Esa muerte injusta y absurda detonó protestas masivas contra la legislación que establece penas de prisión, latigazos o multas contra las mujeres que la transgredan. Pero fueron más allá y reclaman también la caída del “dictador” religioso Alí Jamenei.

Aunque los jueces inventaron otras culpas, fue por defender a las castigadas por la Ley del Velo que la abogada Nassrin Sotoudhe recibió en el 2019 una condena a 148 latigazos y 38 años de prisión.

La República Islámica de Irán es una prisión para la mujer. Las leyes religiosas encarcelan su cuerpo en claustros de tela y los arroja en celdas o los somete a latigazos si intentan librarse de esas vestimentas.

Los ataques de la policía contra las mujeres habilitan a los fanáticos y a los misóginos a embestir también ellos contra quienes consideren inmoralmente descubiertas. Las mujeres son blancos de agentes estatales y también de violentos sueltos que tienen permiso religioso para golpearlas en las calles mientras les gritan “puta” y las acusan de ofender a Alá y al profeta del Corán.

Fueron policías los que mataron a la joven de 22 años que llevaba mechones de cabello por afuera del hiyab. La respuesta fue, como siempre, la represión. Las manifestaciones persistieron y apuntaron al ayatola Jamenei. Pero en la medida en que los manifestantes se mantengan en las calles, irá aumentando la respuesta represiva.

Hasta ahora, en Irán la represión siempre terminó sofocando las protestas. En 1999, cuando la cúpula religiosa del régimen clausuró el diario Salam, estallaron protestas multitudinarias. Salam es un diario disidente reformista que responde al movimiento reformista al que pertenece Mohamad Jatami, quien, aunque por entonces era el presidente, nada pudo hacer contra la criminal represión que recurrió a los Basij. Esas fuerzas de choque creadas por Ruholla Jomeini, que apalean quebrando piernas, brazos y cráneos a los manifestantes y los activistas universitarios.

El fraude perpetrado en el 2009 volvió a detonar masivas y persistentes protestas. Muchas señales indicaban que a la elección presidencial la había ganado el candidato opositor Mir Hosein Musavi, pero manipulando los escrutinios se coronó a Mahmoud Ahmadinejad, el fanático respaldado por el ayatola Jamenei.

Los otros candidatos, Mohsén Rezai y Mehdí Karrubi, sumaron pruebas a las denuncias de fraude. Pero el régimen impuso que Ahmadinejad continúe en la presidencia. Por eso estallaron las protestas masivas que se extendieron hasta febrero del año siguiente. Por momentos parecía que el régimen caería en lo que se llegó a considerar una “fitna” (guerra civil dentro del Islam), pero la brutalidad de los Basij, sumada a las embestidas policiales que dejaron decenas de muertos, cientos de desaparecidos y las cárceles colmadas de presos políticos, terminó torciendo el brazo al movimiento insurreccional que se había producido.

Es posible que la represión vuelva a imponerse. Si la cúpula religiosa pudo mantener represiones contra reformistas cuando había un gobierno reformista, como el de Jatami, ahora que cuenta con un el ultra-religioso Ebrahim Raisi en la presidencia, el régimen tendrá un obstáculo menos para aplastar a sangre y fuego las manifestaciones. Pero es imposible descartar que algunos de estos estallidos sociales termine derribando al ayatola Jamenei. Al fin de cuentas, la criminal represión del sha Reza Pahleví también triunfaba sobre las rebeliones contra su despótica monarquía, hasta que llegó, en 1979, la protesta que lo derribó.

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