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Estafadores con megáfono

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Desde hace más de un año, en varias oportunidades han aparecido en mis pantallas de celular y computadora anuncios de una empresa que promueve el bitcoin, lo que no sería malo en sí mismo, si no fuera porque lo hace a través de noticias falsas en las que supuestas personalidades de la política, el deporte y la cultura, aparecen elogiando esta alternativa de inversión.

Recuerdo que en una oportunidad, una de estas fake en la que metían al ex ministro de Economía Danilo Astori implicaba también a una amiga, periodista de radio Sarandí que, según la noticia, había entrevistado a Astori sobre el tema y compartía con él la algarabía por haber descubierto al bitcoin, que la haría millonaria.

Mi sorpresa no podía ser mayor cuando en la mañana de hoy, esta truchada me aparece en un banner de la página de inicio del portal de un prestigioso diario nacional. Y el protagonista de la nueva fake, presentada en un supuesto portal de noticias llamado Mirror, es nada menos que el presidente Luis Lacalle Pou. (Me quedé con capturas de pantalla, para quien desee verlas).

El nivel de estúpida invención de esa publicidad es tal, que llega al extremo de decir que anoche mismo el presidente brindó una conferencia de prensa en la que dijo que la inversión en bitcoins solucionaría los problemas económicos del Uruguay y que “los grandes bancos están tratando de ocultarlo”.

Admito que hay que ser bastante ignorante o tonto para no darse cuenta que se trata de una falsedad, similar a esos correos electrónicos que uno recibe a cada rato, en que nos piden nuestros datos bancarios para enviarnos una herencia de millones de dólares, proveniente de algún país africano.

Por eso mi crítica no va dirigida a los estafadores de pacotilla que arman estas cosas, ni tampoco a los portales de noticias uruguayos que las albergan.

Todo indica que estas personas compran los espacios publicitarios que comercializa Google en esos sitios web, o sea que ni la misma empresa periodística que los recibe y reproduce tiene la menor idea de que están allí.

(Si no fuera así, si por una extraña y sutilísima capacidad de hackeo, los estafadores pudieran insertar sus banners en estos medios sin pasar siquiera por la intermediación de Google, sería importante que el gigante tecnológico lo aclarara especialmente).

La verdad es que a esta altura, los usuarios de las plataformas estamos hartos, verdaderamente hartos de la doble moral de estas mega corporaciones que curran descaradamente con la divulgación informativa, sin importarles un comino su veracidad, en la medida que aporten más interacciones de los usuarios y con ello más dividendos por publicidad.

Ya hemos comentado en esta página el revelador documental The social dilemma que puede verse en Netflix, donde ex programadores de las plataformas advierten sobre el peligro para la democracia en que estas incurren en su afán de lucro. En una de sus columnas recientes para El Nuevo Herald, Andrés Oppenheimer volvió sobre el tema. Entrevistó a uno de los protagonistas de aquel documental, el ex ejecutivo de Google Tristan Harris, quien defendió la regulación sobre las redes sociales: “Cuando digo eso, no me refiero a que el gobierno regule lo que podemos o no podemos decir en internet. Creo que necesitamos que el gobierno regule el modelo de negocios de estas empresas”, porque “bajo su actual modelo de negocios, las empresas de redes sociales ganan dinero por la cantidad de tiempo que pasamos en sus plataformas y los clics que hacemos en ellas. Y muchos estudios muestran que cuanto más alocadas son las noticias, más clics obtienen”.

Como se refiere en el editorial de El País de hace unos días, las plataformas como Google, Facebook, Twitter e Instagram, así como los sistemas de mensajería como WhatsApp, han implicado un duro golpe financiero para los medios de comunicación. Su economía de escala les permite segmentar a miles de consumidores cobrando a los anunciantes cifras irrisorias, lo que sería perfectamente válido si no fuera porque logran esos resultados reproduciendo contenidos creados por aquellos mismos medios, sin pagarles un centésimo. Los gobiernos de Australia y Francia están haciendo punta en poner coto a este abuso. El lado negativo de esa justa medida reparatoria será que las plataformas bloqueen la información seria y veraz y se queden con ese crisol imparable de fake news taquilleras: timadores que usan a un presidente para vender bitcoins, terraplanistas, antivacunas que denuncian que Bill Gates nos quiere inyectar un chip controlador y toda esa pléyade de imbéciles y estafadores con megáfono.

Es el reino del revés: por un lado Disney Plus censura a la película Fantasía porque los hipopótamos bailando Cascanueces podrían ofender a las personas obesas, pero por el otro las redes sociales amplifican y popularizan mentiras descaradas, que inducen a votantes y consumidores a engaños peligrosos para su vida personal y para la sociedad toda.

En la Edad Media, ser ignorante podía costar la vida. En estos tiempos, estar sobreinformado por estos irresponsables, también.

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