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No digan más "autoproclamado"

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Álvaro Ahunchain
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No solo lo adjetivó así la vicepresidenta Lucía Topolansky, cuando dijo en alusión a Juan Guaidó que "nunca había visto una autoproclamación en mi vida".

El simpático neologismo está presente al lado del nombre del presidente encargado de Venezuela en forma constante, por cuanto informante y analista político anda en la vuelta (incluso puede leerse en las crónicas de El País). Se ve que así fue etiquetado por las agencias internacionales y todos repetimos sus perezosos apelativos.

Pero la verdad es que Juan Guaidó no se autoproclamó en modo alguno. Fue oficialmente proclamado por la Asamblea Nacional, último bastión democrático de ese país, en una decisión nítidamente fundada en la Constitución bolivariana. Así que desde aquí solicito humildemente a los comunicadores que destierren la palabrita de sus procesadores de texto y sus cuerdas vocales. Porque es como cuando dicen que un automovilista sufrió un accidente y lo adjetivan como "sexagenario", dando a entender que el tipo estaba demasiado viejo para manejar. O cuando estaba de moda decir que un femicidio era un "crimen pasional", como si la pasión fuera atenuante de la saña asesina. Amigos comunicadores, podemos y debemos rendir más.

Desde la última elección fraudulenta, el (este sí) autoproclamado presidente Maduro no es más que un dictador. Narcotraficante y genocida, por más datos.

Hacen bien los países democráticos que reconocen la condición de presidente encargado de Guaidó e instan a la celebración inmediata de elecciones libres, en el sufrido país hermano. Y los uruguayos quedamos en offside promoviendo un diálogo del que ya ha habido varios antecedentes fallidos. Es muy pertinente e ingeniosa la reflexión publicada por Gonzalo Frasca en Twitter, hace unos días: "Les resumo la declaración de Uruguay sobre Venezuela: ¿Tu marido te golpea? ¿Por qué no probás charlar con él y admitir que los dos tienen algo de culpa?".

No imagino al gobierno venezolano de los años 70, que rompió dignamente relaciones diplomáticas con Uruguay por el secuestro de Elena Quinteros, promoviendo el diálogo con una dictadura oprobiosa como la que padecíamos entonces, que encarceló, torturó y asesinó estudiantes. Da mucha vergüenza que más de 40 años después, una izquierda por la que aquella maestra ofrendó su vida, se exprese tan tibiamente contra la tiranía de Maduro, cuando no la elogia sin más trámite.

Los sectores radicales del oficialismo emitieron vergonzantes declaraciones de adhesión al régimen. Y los moderados se refugiaron en una neutralidad digna de mejor causa. El diputado Mahía de Asamblea Uruguay llegó a decir que "le hace mucho mal a la situación de Venezuela tomar parte y lo más sensato es trabajar para fomentar el diálogo en una sociedad polarizada. Y esto no significa decir que Maduro es bueno, ni que la oposición es positiva para Venezuela".

El presidente del FA, Javier Miranda, no tuvo empacho en declarar a varios medios de prensa que "en la oposición están más preocupados por conseguir diez votos más, que por el pueblo venezolano". Es un agravio no tanto a la oposición, sino al pueblo que él mismo invoca, sometido a persecución, hambre, falta de medicinas y exilio forzoso. Merece reconocimiento la condena explícita que realizó el Nuevo Espacio, que lidera el senador Michelini, a "la brutal represión por parte de las fuerzas que actúan bajo el amparo del gobierno", la crítica más contundente que hemos leído desde el frenteamplismo. Pero hasta ahí llega, porque termina su declaración exigiendo a Maduro cosas que ya no hizo ni piensa hacer.

En ese contexto tan lamentable, asoma la reciente alocución radial del ex presidente Mujica, que los titulares de los medios decodificaron como un saludable llamado a elecciones libres en el país hermano (incluso hay un editorial laudatorio del diario El Observador).

Pero a poco que se revisan las palabras de Mujica aparecen las inconsistencias. Dice, por ejemplo, que "discutir la legitimidad de un gobierno u otro en Venezuela, en el fondo resulta infantil a diestra y siniestra" y que"el presidente autoproclamado en Venezuela, o es muy joven o tiene atrás la seguridad que da el ejército de Estados Unidos". Agrega que "por disparatada que parezca la propuesta de elecciones totales hecha por Europa, mal que mal daría una salida" que él opone a lo que imagina como una guerra inminente en la que morirán inocentes.

Es una nueva expresión de su retórica confusa, porque se afilia a la salida obvia de una elección libre, pero calificándola de "disparatada".

Hace unos años escribí que la defensa de la cleptocracia venezolana se había constituido en un parteaguas dentro del FA. Ahora observo que el FA está prácticamente todo del lado del dictador, por acción u omisión, y que lo que el parteaguas separa es a la mayoría de sus dirigentes (no necesariamente de sus votantes) de los uruguayos que aún compartimos una vocación democrática, liberal y republicana.

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