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Desconfíen de los cracks

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AGUSTÍN ITURRALDE
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Un sistema complejo es aquel en donde no es suficiente entender las partes que lo componen para entender su funcionamiento. Son sistemas difíciles de modelar dado que casi nunca logramos entender cabalmente las interacciones y dependencias entre sus partes.

Eso es básicamente la sociedad, un sistema en el que entendemos el porqué de un número limitado de las cosas que pasan y donde las cosas que hacemos tienen consecuencias a veces involuntarias.

El encierro de estos días es un experimento natural como pocas veces se ha visto. De golpe confinamos a la mitad de la población mundial en sus casas inhibiéndoles sus interacciones personales. Está probado que es una forma eficaz de frenar la ola de contagios de enfermedades virales como el COVID-19. Esto es la prioridad uno, por eso la enorme mayoría de la población colabora de buena gana con esta medida. Pero también es claro que una medida como esta, que modifica brutalmente los hábitos de vida de las personas, tendrá consecuencias de todo tipo.

Las experiencias de los países que sufrieron el COVID-19 en primer lugar muestran algunas de las consecuencias no deseadas del encierro. Por ejemplo, parece claro que la violencia intrafamiliar a la que están sometidas muchas personas, especialmente niños y mujeres, se agudiza en situaciones como las actuales. El confinamiento también puede incidir negativamente sobre la psiquis de las personas eventualmente visibilizando y detonando problemas que pueden requerir ayuda profesional.

También hay notas positivas no planificadas. La reducción de la contaminación está siendo muy significativa dada la menor actividad humana. Por otro lado es probable que veamos una caída abrupta de los accidentes de tránsito por el simple motivo de que hay mucha menos gente circulando por las calles y carreteras. En cuanto al crimen la cosa parece más compleja, Diego Sanjurjo pronosticaba hace algunos días una caída de las rapiñas y hurtos y un aumento de los homicidios en una columna en El Observador. El pronóstico parece haberse cumplido durante marzo.

Recomendar tapabocas, o no, a toda la población ha sido motivo de discusión, los eventuales beneficios de masificar su uso podrían generar desabastecimiento. Si el personal de la salud no tiene este elemento imprescindible de trabajo las consecuencias serían mucho peores para todos. Suspender las clases parece una medida adecuada, pero hay quienes sostienen que podría exponer a los abuelos que muchas veces quedan a cargo de los niños y son población en edad de riesgo. Hasta las medidas más simples y bienintencionadas pueden generar efectos inesperados.

Uruguay y el mundo enfrentan el desafío del COVID 19 como se enfrenta casi todo lo nuevo, con información imperfecta y aprendiendo sobre la marcha. El principio de la precaución parece ser el rector en los abordajes más sensatos ya que nadie conoce a ciencia cierta, la estrategia que resultará óptima. Son en general los arrogantes y/o muy irresponsables los que se atreven a trazar estrategias inapelables que serían la solución final al asunto, y de estos hay músicos, futbolistas y presidentes. Cuando escuchen opiniones muy contundentes y acabadas sobre lo que hay que hacer, mi sugerencia es desconfiar.

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