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Sobre cruces y fusiles

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La historia de México es un campo de batalla en el que los católicos murieron y mataron. Sobre esa historia de cruces y fusiles camina el Papa en estos días de nuevas guerras que, de algún modo, también involucran a la iglesia.

El siglo XX comenzó con la iglesia dividiéndose entre los obispos y cardenales que apoyaban al "porifiriato", brutal despotismo ilustrado que reinó tres décadas a la sombra de Porfirio Díaz, y los curas rurales que apoyaron la revolución agrarista y a guerrilleros como Pancho Villa y Emiliano Zapata.

La feroz cruzada anticlerical de Plutarco Elías Calles hizo estallar la "guerra de los cristeros" en 1927. La jerarquía eclesiástica huyó de aquel gobierno perseguidor, pero muchos curas se plegaron a las guerrillas que armaron algunos latifundistas que usaron la religión como excusa, pero a la que, por puro fervor religioso, adhirieron decenas de miles de indígenas y campesinos, además de cientos de párrocos rurales que se calzaron las dobles cananas y enfrentaron como guerrillas al ejército durante dos sangrientos años.

Una guerra que el régimen priista logró ocultar en la historia con más éxito del que tuvo con la masacre de Tlatelolco de 1968. El siglo XXI comenzó en México con la rebelión indigenista en el Yucatán, levantamiento armado que contó con la bendición de Samuel Ruiz, el arzobispo de San Cristóbal de las Casas. Desde lado guatemalteco de la selva Lacandona, la iglesia denunciaba la limpieza étnica que expulsó hacia Chiapas decenas de miles indígenas tzeltales, tzoltziles y tojolobales, engrosando las filas del Ejército Zapatista.

Con esas guerras en el pasado, y un presente marcado por los ejércitos narcos integrados por miles de jóvenes católicos que le rezan a la virgen de Guadalupe antes de salir a matar, el paso del Papa por México no es un viaje pontificio más. No es el primer pontífice que visita ese país tan católico como violento y corrompido. Pero es el primero que está obligado a dar a la violencia narco una relevancia primordial en su mensaje. Un mensaje en el que no sólo se culpe a la marginalidad y la miseria "que produce el capitalismo" con que Francisco tiende a explicar todo lo malo que ocurre en el mundo, sino que también explore teológica y filosóficamente lo que ocurre con el mensaje de la iglesia en esas masas católicas que pueden, sin mayores problemas, rezar apasionadamente y matar salvajemente, o practicar la corrupción desenfrenadamente. Una reflexión que la iglesia se debe a sí misma.

CLAUDIO FANTINI

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