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¿Por qué el cambio climático afectó a la propagación del dengue en el territorio uruguayo?

Especialistas explicaron que, entre otras causas, los últimos inviernos más cortos conspiraron contra una defensa natural contra la enfermedad.

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Mujer se coloca repelente para mosquitos.
Los primeros casos de dengue en Uruguay fueron encontrados a fines de febrero; las altas temperaturas lo favorecieron.
Foto: Archivo El País.

"Uruguay era el límite inferior de distribución de Aedes aegypti en el continente en 2012. Eso ya ha sido superado”, dijo el doctor en Entomología, César Basso, en diálogo con El País.

Hoy esa suerte de frontera se ubica cerca de Mar del Plata (en Argentina). El corrimiento se debe a factores asociados a la variabilidad climática y el cambio climático que, al acortar lo que se conoce como el “general invierno”, favorece la abundancia de este mosquito.

En otras palabras, inviernos más cortos y menos fríos modificaron nuestra defensa natural contra el mosquito vector del dengue, la fiebre amarilla, la chikungunya y el zika. “Ya no son un obstáculo; cada vez están siendo menos efectivos para evitar que continúe la reproducción de los mosquitos”, comentó.

Hasta el sábado 9, el Ministerio de Salud Pública (MSP) había registrado cuatro casos de dengue autóctono y 49 casos importados, además de un caso de chikungunya y otro de zika, ambos contraídos en el exterior.

Cuestión biológica

La fase reproductiva del vector es la fase aérea, adulta, hematófaga. El Aedes aegypti es incapaz de alcanzar el estado adulto con temperaturas por debajo del umbral de 14 grados. Por otra parte, el mosquito adulto no vuela si la temperatura es inferior a 15 grados.

Dado que los mosquitos no regulan la temperatura corporal, los cambios en la temperatura ambiente afectan su biología; por ejemplo, si hace más calor reduce sus etapas de desarrollo (lo que aumenta el número de generaciones) y acelera el ciclo del virus en su organismo. “Está en condiciones de transmitir la enfermedad antes”, apuntó Basso.

Mario Caffera, doctor en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, explicó que cualquier día con temperatura máxima inferior a ese valor, se considera “adverso” para el mosquito. Se calcula que el tiempo medio de vida de un mosquito adulto es de 17 días. Si el 75% de ese tiempo lo vive por debajo de 15 grados, se considera que se enfrenta a un “periodo adverso”.

“Al no volar no puede picar, ni alimentarse, ni oviponer”, aclaró. Solamente los mosquitos hembras se alimentan de sangre, pues requieren de proteínas y de hierro para el desarrollo de sus huevos.

Caffera analizó la ocurrencia de periodos adversos entre 1997 -primer año de reaparición de casos importados de dengue desde 1958- y 2021 para Salto y Montevideo y encontró lo siguiente: a partir de ese año son mucho menos duraderos debido a la merma en la duración del “general invierno”. Esto se ve en el ascenso de las temperaturas mínimas diarias y en la disminución del número y duración de las heladas. Más aún, algunos años no tuvieron periodos adversos en invierno: 1998, 2003, 2014/2015, 2017 y 2021. Si bien los dos años siguientes no fueron incluidos en su estudio publicado en el libro Del calor al frío y de la sequía a la inundación en Uruguay, del año pasado, Caffera dijo a El País que lo mismo sucedió con 2022 y 2023. “Por primera vez en 20 años tuvimos inviernos seguidos por los que los mosquitos pudieron seguir su ciclo reproductivo sin ser interrumpidos”, señaló. Esto hizo que ya existieran suficientes cohortes de mosquitos adultos al comienzo del verano pasado, al igual que en esta temporada.

“Este año calculaba que los primeros casos de dengue autóctono iban a aparecer a fines del marzo; sin embargo, aparecieron a fines de febrero”, dijo Caffera para remarcar que las condiciones climáticas actuales son más favorables para la proliferación de este vector de enfermedades.

Tradicionalmente, abril -o el inicio del otoño- representaba el mes que concentraba el pico de contagios. No obstante, Caffera alertó: “Sigue siendo el mes con el máximo peligro para la transmisión autóctona”.

Además de la variabilidad climática, el doctor en Entomología, César Basso, apuntó en diálogo con El País que la reemergencia del dengue también se trata de un fenómeno cíclico que se cumple cada tres o cinco años. Por ejemplo, la región está transitando un ciclo que comenzó en 2022 pero del que todavía se desconoce si 2024 será su pico de abundancia de casos de contagio o su último año antes de descender.

Con todo, aclaró: “No tenemos riesgo de epidemia (como los países vecinos), sí de aparición de casos”.

Ante los pronósticos climáticos que acentuarán la tendencia señalada a futuro, los expertos consultados enfatizaron que la intervención más necesaria es aquella que debe hacer la ciudadanía para poner incómodo al mosquito y evitar la proliferación de las larvas. Esto se consigue al eliminar los posibles hospederos, por lo que hay que tapar, poner bajo techo, dar vuelta, perforar, rellenar con arena o directamente descartar cualquier recipiente en donde puede estancarse agua.

Respecto a la fumigación, Basso recordó que, contrario a lo que la ciudadanía puede pensar, “no da resultado” y, lo que es peor, “brinda una sensación de falsa seguridad”. Así lo explicó: “Está comprobado que el efecto que puede tener en la reducción (de la población del mosquito) es mínimo”. En este sentido, solo puede utilizarse en casos de brotes y no como una práctica habitual.

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