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Mamá estimula: Tres errores que debés evitar si querés criar hijos empáticos

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padres e hijos

Con los hijos

La empatía es el verdadero superpoder porque no es sólo el mejor antídoto contra la soledad o el acoso, sino que es la mejor receta para el éxito personal y profesional futuro

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Educar en valores ha sido siempre la principal preocupación de los padres. Sin embargo, el reconocimiento de la empatía como valor fundamental, es algo relativamente nuevo, del que no se tiene registro antes de principios del siglo XX, aunque hoy se sabe que es de los valores más importantes porque quien lo posee, posee la llave del genuino entendimiento del otro. Nada más ni nada menos. Algo fundamental para el éxito en las relaciones tanto interpersonales como profesionales en la vida.

¿Pero qué es exactamente la empatía?

Habitualmente se define empatía como la capacidad de ponerse en el lugar del otro, aunque como dice Alberto Soler, psicólogo español autor del premiado blog Píldoras de psicología, y coautor del best seller Hijos y padres felices, es bastante más que eso.

Empatía es poder inferir y compartir los pensamientos sentimientos y emociones del otro, basados en el reconocimiento del otro como un similar. No es poder decirle al otro “lo que yo haría en tu lugar”, sino “lo que yo haría en tu lugar, si yo si fuera tu”, que es bastante más complejo.

Esa pequeña gran diferencia es la que separa una frase de verdadero apoyo, de un consejo no pedido por quien nos cuenta un problema por ejemplo, y que hace que el afectado lejos se sienta de ser verdaderamente contenido.

Es por ello que la empatía es el valor fundamental a trabajar con nuestros niños desde pequeños. Porque al hacerlo, les estamos regalando la capacidad de verdaderamente conectar con el otro, de compartir con el otro, de realmente entender al otro y por ende también de la tolerancia, el respeto y la compasión, y esto, no solo les ayudará a establecer relaciones afectivas más profundas, sinceras y sólidas, sino que también les ayudará enormemente en el éxito profesional. 

Basta imaginar cuánto más profundo cala un maestro que puede ver más allá de las notas de sus alumnos y entender qué los motiva a aprender, o cuánto mejor hace un médico que puede ponerse en los zapatos de su paciente al tratarlo, o cuánto mejor lidera un jefe, que ve a sus reportes como iguales a quienes entiende en sus reclamos y necesidades.

Un antídoto para la violencia.

Pero además, múltiples investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro de la gente violenta, han demostrado que empatía y violencia están estrechamente relacionadas pero en sentido inverso.

O en palabras de Luis Moya Albiol, doctor en psicología y autor del libro “Educar en la empatía, el antídoto contra el bullying”, “las áreas cerebrales que regulan la empatía se solapan en parte con las de la violencia, de manera que la activación de esos circuitos cerebrales hacia un sentido, por ejemplo, hacia la empatía, podría actuar biológicamente como inhibidor del otro, es decir, de la violencia”.

Tanta es la evidencia de los beneficios de la empatía, que incluso en algunos países como Dinamarca por ejemplo, es una asignatura obligada en la educación primaria, porque también se sabe fehacientemente, que las experiencias vividas tanto en casa como en la escuela en los primeros años de vida, definen las posibilidades de alguien para desarrollar una genuina empatía a futuro.

¿Qué cosas no ayudan a que lo consigamos?

No ser nosotros mismos empáticos.
Como todo, la empatía se aprende en el hogar no sólo viendo cómo nuestros padres o adultos referentes tratan a los demás, sino por sobre todo, cómo nos tratan a nosotros mismos como hijos. Por eso es tan importante que como padres tengamos bien presente que como siempre decimos, puede que parezca que nuestros hijos no nos escuchan, pero nos ven todo el tiempo.

Cuando criticamos a amigos, parientes o vecinos delante de ellos, cuando juzgamos severamente al que piensa diferente, cuando nos ven enemistarnos con quienes no acuerdan con nosotros, cuando no les dejamos siquiera explicarse ante un hecho que nos ha enojado y pasamos directamente al rezongo o al castigo, no estamos siendo empáticos. Los buenos modales se aprenden en casa. La empatía también.

La sobreprotección inhibe la empatía.
Cuando sobreprotegemos a nuestros hijos, les estamos privando de algo fundamental que es aprender de sus errores, librándolos de sufrir las consecuencias naturales de sus actos.

Cuando los defendemos irracionalmente ante la maestra cuando fueron partícipes de un problema con un amigo en la escuela, sin antes siquiera intentar entender antes bien qué pasó, cuando les evitamos tener que dar la cara cuando le rompieron el juguete a otro amigo “porque pobrecito, le da vergüenza, igual ya está roto, no va a cambiar en nada que le pida perdón ahora”, cuando intervenimos en sus peleas con amigos, para aprovechándonos de nuestra posición de adultos, saldar la cuenta a su favor, estamos privándolos de poder crecer, entendiendo de verdad qué ha pasado, en qué se equivocaron, a quienes hirieron o simplemente qué pasa entonces cuando hacen eso.

Pero sobreprotegerlos cuando fueron víctimas y no victimarios también los desprotege y les impide crecer sanos y capaces de hacer frente a las vicisitudes de la vida. Pretender minimizar lo que otro les hizo para que no se sientan mal o empujarlos a fingir indiferencia ante el dolor creyendo que así no se verán débiles frente al resto, lo único que garantiza es que aprendan a esconder sus sentimientos y a disimular sus heridas.

Y lo que es aún peor, garantiza que la próxima vez que alguien los hiera tampoco enfrenten la situación, ya que habrán aprendido que es mejor simular que admitir dolor, lo que no sólo no es sano en absoluto pudiendo derivar en depresiones y ansiedades futuras, sino que además, los deja aún más vulnerables a futuro, porque puede que quienes lo hirieron, si lo hicieron sin querer, no se den nunca cuenta de su efecto y vuelvan a hacerlo, o que si lo hicieron queriendo, lo sigan intentando con más ahínco hasta lograr ver los efectos de su accionar en él.

No poner límites claros en casa que se respeten enserio.
Los límites cuidan. Cuando le decimos a nuestro hijo que no nos conteste mal, ni a nosotros ni a nadie, estamos dejando claro que el maltrato verbal está mal.

Cuando le pedimos que recoja sus juguetes, le estamos inculcando el trabajo en equipo que toda familia debería llevar adelante, porque todos nos beneficiamos de la casa ordenada y nadie está por debajo de nadie para poder exigir privilegios sin colaborar con el resto.

Sin esos lineamientos, es difícil que un niño y más adelante un adolescente se pueda poner realmente en la piel de sus amigos, de sus hermanos, de sus padres entendiendo qué sienten o qué necesitan. Lo importante es que seamos claros en la explicación detrás del límite: no me hables así que me lastimas, necesito que me ayudes porque no puedo sola y es responsabilidad de todos hacer esto, etc, etc.

Por el contrario, fomentar el respeto por el otro en casa aun en medio de una pelea o discusión, que nuestro objetivo sea siempre antes de enojarnos o antes de suponer, el preguntar, el querer entender los verdaderos motivos de una conducta, establecer normas de convivencia claras que se respeten siempre y sin excepción dentro del núcleo familiar, y permitir que nuestros hijos se hagan verdaderamente cargo de las consecuencias de sus acciones tanto dentro como fuera de casa ya sea con familiares, amigos, compañeros, maestros etc, es la forma de sentar las bases para el acercamiento, el diálogo, la conexión y el respeto.

Es un camino largo y puede que los frutos no se vean en el primer intento, pero llegarán, porque la crianza no es una carrera de velocidad. Es una maratón. Y vale la pena.

conocé a nuestra columnista
Claudia Guimaré
Claudia Guimaré

La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.

Conocé cómo Mamá Estimula puede auxiliarte en la crianza de tus hijos.

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