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Opinión | El miedo corrompe

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Washington Abdala. Foto: Archivo El País
Nota a Washington Abdala, abogado, politico, profesor y escritor uruguayo perteneciente al Partido Colorado, en su domicilio de Montevideo, ND 20171110, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

CABEZA DE TURCO

"Los individuos valientes no son los que no tienen miedo, esos son los psicópatas". Por: Washington Abdala

Hay que saberlo, todos tenemos miedos. Miedos de todo tipo, algunos son reales, otros son ficcionales y otros ni sabemos de donde salen. Pero como todo es el pensamiento, el miedo está allí, acechando en su versión fidedigna o en su invención (a los efectos humanos da lo mismo).

Los individuos valientes no son los que no tienen miedo, esos son los psicópatas; los valientes de verdad son los que lo resisten, lo escrutan, lo achican y lo vencen. Pero el miedo arremete con todo y hay momentos en la vida en que no se hace fácil enfrentarlo si no se adquieren ciertas herramientas para el caso. Además, con Baruch Espinosa, sabemos que el ser humano persevera en su ser, o sea, somos la propia vida, y la vida solo adquiere más vida haciendo lo que debe hacer. Enfrentar al miedo es también un tema ético. Me dirán que es discutible el punto. No puedo en pocas líneas hacer semejante apología, pero afirmo que sí, que el mirar ético obliga a la valentía a derribar al miedo. Obvio que semejante empresa requiere inteligencia, método, sistema y así ir recorriendo el camino pertinente. Los valientes no son los intrépidos, esos son irresponsables; los valientes calculan, meditan y se lanzan al vacío pero con red (o ellos creen que existe tal cosa).

Vuelvo, el miedo es tan agudo, nos hace tanto mal que nos puede llevar por el periplo indigno y ominoso. Está lleno de momentos que creemos son de valentía -de algunos que nos rodean- y solo son gigantescos instantes de cobardía extrema o de suprema soberbia. El miedo al rechazo, obliga -a demasiados- a hacer ante el ágora lo que no sienten, por temor a la diatriba y por susto a mostrar su auténtica versión. La impostura gana y el miedo se instala. El miedo obliga a decir lo que no se siente, a soportar gente que nos disgusta, a someternos al ojo escrutador de quien no consideramos merezca semejante libertad pero como gana el miedo, el miedo todo lo puede.

Recuerdo a Adolfo Suárez en aquel 23 de febrero de 1981, cuando se introdujeron en el parlamento español aquellas bestias golpistas (Antonio Tejero y su barra) y empezaron a los balazos en plena sesión de investidura (aún están los efectos de esas balas en las paredes del recinto a modo de lección perenne). Los diputados -en deslucida reacción- se escondieron en sus bancas y la escena quedó para la posteridad como un acto de coraje infinito cuando Adolfo Suárez se mantuvo impertérrito, enhiesto y discutidor con los insurrectos. ¿Tenía miedo? ¡Obvio que sí! Pero recurrió a su mejor versión para enfrentar el momento y ganar la partida. Esos minutos fugaces mostraron la esencia del coraje, Adolfo Suárez soportó el miedo desde la desprotección y dominó el momento (miren el video en YouTube).

A veces el mejor miedo es el que nos obliga a encontrar la templanza, la mesura y la contención. ¿Qué se gana con espetarle al soberbio o al cínico alguna verdad que no comprenderá? A veces, el acto de valentía es saber esperar el momento preciso para enfrentar al espécimen con eficacia. No se gana fácil contra los sátrapas o cobardes. Son seres nefastos que birlan toda regla de un contencioso respetable. Y la victoria, al final, nunca es la venganza sino la justicia. Y la justicia solo anida en el alma calma, no por ello lábil, por el contrario, sólida y firme como los pilares del templo de Salomón.

Lo impactante de los cobardes es que tienen la vocación por declamar una valentía que no poseen, saben que les falta esa virtud y se desesperan por ostentar una autoridad de la que carecen. Son el guapito del barrio, el gritón de la barra, el estafador o el que se cree más vivo.

Esos, en realidad, viven llenos de miedo dentro de sus propias almas (o mentes).

El miedo es el mejor socio del verdadero valiente. Dominarlo es la consigna. Se puede, se debe y se logra. No es una tarea para todos, pero los que así lo entiendan encontrarán regocijo en ello.

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